Necromancer fue próspero; nació como un paraíso de tranquilidad, y se transformó con los años en un depósito de lamentaciones. Eso es una obra perfecta de sus habitantes. Con la guerra concluyó en una última pincelada. - Tierra de Necromancer - Continente de Murias. -
El acto de la guerra consiste en vivir
27 de Junio de 1915....()....
A toda velocidad se dirige arremetiendo cada enemigo. Un disparo desestabilizó la gravedad de la enorme máquina de guerra. Se había envuelto entre decenas de enemigos que caían a su alrededor entre el desdén y la impronta acelerada de su desesperación que solo tenía como objetivo acabar con todos.
"No importa lo que suceda. Juré. Al final el destino es polvo en nuestras manos".
Mal herido intenta culminar con el último enemigo que delante de él golpea la cabina de mando. Aquel golpe derriba al guerrero alado. El aventurero se mantiene inconsciente en el suelo de una tierra lejana. En su mente soñolienta baila su actriz de la vida entre un campo de girasoles que alaban su bella figura, mientras él, con una mano en su bolsillo y la otra firme sonríe contemplándola.
- ¿Podemos vivir aquí algún día no te parece?
- Claro que sí. Claro – Dijo con entusiasmo.
Al despertar, la mirada del monstruo dirigía sus garras cuando Hermes, el teniente y jefe, el aviador, el aventurero Hermes Phileas, acuchilló con su daga metálica a esa criatura amorfa. Ella cae al suelo encima de él. La batalla ha concluido y todo es un vasto cementerio de cuerpos que se fusionan con la humareda de los incendios y corto circuitos del aceite, grasa y metales, y con ello el hedor de cadáveres que asolaban en su pútrida presencia de una descomposición. Y su viejo modelo yace en ruinas. Solo contemplaba ese cielo cuasi nocturno de un terreno
desconocido muy, pero muy lejos de su hogar. La mirada de ella se fue para siempre entre las angustias y el canto de las sirenas. Se fueron para siempre todos los que pasaron por su vida. -
Y así sonó aquel despertador en la mañana calurosa de 1915 año de nuestro señor Jesucristo. "Me había tomado el día libre a pesar de que estamos en guerra. En el cuartel el grupo estaba siendo direccionado por Hambelt quien me seguía al mando. Y nuevamente esta pesadilla que me corrompe los sueños con nubes grises. Ya ha pasado un año de aquel accidente. De esa batalla que quisiera olvidar. Si no fuese por la guerra estaría recluido en alguna montaña en el pacifico sur para no ser visto jamás, pero en definitiva debía continuar. De eso se trata de seguir. No podía aunque lo deseara abandonar todo. Mi familia, amigos; mi país. Había comenzado la guerra cuando el archiduque Francisco Fernando, fue víctima de un atentado fatal que le costó la vida y a Europa le valió una guerra de trincheras y aviones que se disputan el cielo en determinantes duelos hasta la muerte. Hasta ese momento mi vida era la de un simple aviador y viajero de aventuras. Pero no quiero recordar ello. No, no lo quiero".
- Lleven de inmediato al teniente Phileas.
- Aún respira señor.
- Bien. Esto es un desastre.
- Señor, ¿Cree que haya más sobrevivientes?
- Lo dudo cabo. Vea todo alrededor.
- Señor. El teniente Phileas ha despertado
- ¡Hermes! Estas, mal herido. No te muevas.
- Estoy bien. Solo es el entumecimiento en el cuerpo.
- ¡Vamos viejo! No eres de acero.
- Hank, estoy bien.
Los enfermeros llegaban a propinar la atención. Las bajas de aquel combate eran muy amplias. El teniente Phileas descansa en un cuarto de la carpa de hospital
ambulante. Aturdido por el sonido de los motores que aún rechinan en su mente ve una vez más a su mujer danzando entre las flores.
- ¡Leticia! – se ríe Hermes – ¡Leticia! – ¡Ven!
- ¡Hermes estoy aquí! – ¡Hermes!
Ella sale de entre aquel campo de flores silvestres, su vestido rosado se entre mescla con su piel perfumada de néctar y sus ojos color cielo. El uno al otro, se reencuentran y ambos se abrazan desconsoladamente.
- ¡Leticia! Creí que te habías ido.
- Amor. Estoy aquí contigo – Ella acaricia su mejilla con su mano derecha y los ojos de Hermes se dilatan reflejándose este en los ojos de Leticia.
- Te extrañé mi vida – Besa apasionadamente a su mujer. Ambos se miran entre tactos, en cuanto sus manos se palpan los sentimientos del cuerpo.
- Estarás bien Hermes – le sonríe luego de aquel beso – estarás bien.
- ¿Leticia? - el viento sopla fuertemente y los granos del polvo se levantan con esplendor al cielo desvaneciendo en su insoslayable destino –
¡¡¡Leticia!!! ¡¡¡Leticia!!!
- Debes irte Hermes. No es aquí.
- No quiero irme.
- Debes irte. Adiós Hermes ¡Adiós!
- ¡No! ¡¡No te vayas!!
Ella sonríe como lo supo hacer siempre. Y a medida que el viento rosa desde su cabello extenso recorriendo su rostro, y cuerpo desaparece en infinitos granos de arena hasta desaparecer.
- ¡¡¡No!!! ¡¡¡Leticia!!! Hermes intenta atraparla, pero es inútil. Al querer abrazarla solo es un manto de aire entre sus brazos. Y el cielo se estremece con una nube gigante de fuego que parece venir a él. Un golpe destellante de luces se bifurca con amplio panorama. Y allí él sale disparado a lo lejos por una fuerza centrífuga.
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Editado: 09.11.2024