A la noche pasan cosas. Probablemente, como yo, seas uno de esos que pasó a las tres y media de la mañana por una calle completamente abandonada y apenas peligrosa durante la noche, pero durante el día es la calle más viva y colorida que puede tener la ciudad. El miedo y el hecho de que te pueden robar te hace caminar lo más rápido posible sin mirar nada ni nadie, algunos no aguantan y se suben a un taxi. Pero si dejás todo eso a un lado un segundo, ves los detalles. Las estrellas brillan en el cielo, apenas se notan por la contaminación lumínica de la ciudad, pero están ahí, no todo es oscuridad y riesgo de ser golpeado y robado por dos tipos encapuchados. Si existe ese riesgo, pero quizás es menos probable de lo que pensamos. Ves un perro callejero durmiendo, casi temblando, al lado de un señor que esta tapado con un par de cartones. Algo adentro tuyo se mueve, es compasión, pero el tipo esta durmiendo, es de noche, te da miedo cruzar la calle a dejarle un par de pesos para que el día siguiente no le sea tan complicado sobrevivir como el día anterior. Para colmo estamos en pleno julio, la temperatura a esa hora es bajo cero. Te acordás que estas parado en el medio de la calle, inmóvil, un blanco perfecto para que vengan dos tipos con gorra y te apunten con un arma y te saquen el celular y cincuenta y dos pesos que tenes en la billetera. Pero está frío y capaz los ladrones no tienen ganas de salir a robar una noche tan fría, y usas eso como excusa para tranquilizarte y seguir caminando.
Miras hacia el otro lado de la calle y no estabas tan solo en realidad. Hay un hombre de unos cuarenta con remera y chaleco, tiene los brazos cruzados y está esperando el colectivo, y te lleva a preguntarte como se te puede ocurrir salir de noche con los brazos al descubierto con el frío que hace, y te volvés consciente de que se te están congelando los pies y empezas a moverlos en un intento de que la sangre circule un poco mejor y el frío no te deje sin extremidades.
Ya no estás caminando, es porque llegasta a determinado lugar y estás esperando a alguien. De un lado está el mercado norte de la ciudad, reliquia cultural, que existe desde mil ochocientos no se cuanto y que se yo, pero por más título que tenga un edificio público en esa parte de la ciudad, de noche se rodea de gente extraña que prefiere hacer algo, o nada, a las tres y cuarenta y cinco de la madrugada que hacerlo en otro momento del día. Son los murciélagos, los buhos, los seres nocturnos que se dan cuenta que la noche es diferente. Un tipo toma cerveza bien fría con otro, más por el clima que por otra cosa. Un traficante de droga espera en la esquina siguiente por su próximo cliente, la esquina es el lugar ideal porque puede ver si se acerca la policía en cuatro direcciones diferentes. Te mira, se te congela todo del miedo por un segundo pensando que eso te puede meter en alguna clase de problema, y después aparta la vista, pero te tiene presente y si te ve sacar el celular o hacer un movimiento raro probablemente se acerque a decirte no tan educadamente que lo dejes hacer su trabajo.
Mirás hacia arriba, ves gente conversando en los balcones, algunos están tomando mate, otros solo fumando. Pasa un auto escuchando reggaeton a todo volumen, a toda velocidad. La ciudad está llena de gente, la ciudad esta viva. La ciudad nunca duerme en realidad. Te das cuenta que estás rodeado de mucho más de lo que creías en un comienzo. Quizás darte cuenta de eso te tranquiliza un poco más. Mirás hacia arriba de nuevo y observas el vapor salir de tu boca.
Finalmente llega la persona que estabas esperando y le reclamás porque no entendés qué es tan importante que tiene que hacerse un martes casi a las cuatro de la mañana en pleno invierno en el centro de la Ciudad de Córdoba.
- Por fin llegaste, ¿Qué es tan importante que tiene que hacerse un martes casi a las cuatro de la mañana en pleno invierno?
- Es el mejor horario, porque la ciudad duerme - respondió ella.
Qué inocencia la nuestra.