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La mañana en el pueblo tenía una calma que me era completamente ajena. Los rayos del sol se filtraban a través de las nubes, iluminando las calles empedradas con un resplandor dorado. Los niños jugaban en el parque, y el murmullo de las conversaciones y las risas se mezclaban con el canto de los pájaros. Era un ambiente tan diferente al ajetreo incesante de la ciudad, y por primera vez, empecé a sentir que podía encontrar algo de paz aquí.
Mateo había estado ocupado con trabajos en la granja y me había dejado con Tomás y Sebastián. Los gemelos, con su energía interminable, estaban ansiosos por mostrarme su parte favorita del pueblo. Al principio, había tenido mis reservas sobre pasar el día con ellos. La idea de pasar tiempo con niños no era algo que se alineara con mi idea de relajación, pero algo en la manera en que me miraban, llenos de entusiasmo, hizo que aceptara su invitación.
Cuando nos dirigimos al centro del pueblo, la atmósfera cambió. Los gemelos estaban como peces en el agua, corriendo de un lado a otro, señalando cada tienda y rincón como si fueran los guardianes de una gran aventura. Su emoción era contagiosa, y no pude evitar sonreír mientras los seguía.
—¡Vamos a la tienda de dulces! —gritó Tomás, tirando de mi mano con entusiasmo.
—Sí, ¡y después a los caballos de madera! —añadió Sebastián, sus ojos brillando con un destello travieso.
Caminar por las calles del pueblo era como sumergirse en una escena sacada de un libro de cuentos. Las casas, pintadas en colores vivos, y las flores en las ventanas daban un aire de bienvenida. Los propietarios de las tiendas nos saludaban con sonrisas amables, y las conversaciones que se llevaban a cabo parecían ser parte de una rutina cómoda y encantadora.
La tienda de dulces era un lugar de ensueño. Las estanterías estaban llenas de golosinas y confites en todos los colores imaginables. Tomás y Sebastián estaban completamente abrumados por la variedad de opciones, y me sentí un poco como una niña mientras miraba con ellos. Los gemelos eligieron una cantidad impresionante de dulces, y me reí mientras intentaban decidir qué sabor era el mejor.
—¿Te gusta el chicle de fresa? —me preguntó Sebastián, sosteniéndome una bolsa con una variedad de dulces.
—Me gusta, pero solo en pequeñas dosis —respondí, tratando de mantener una expresión seria mientras tomaba un dulce de la bolsa. La dulzura estalló en mi boca, y me sorprendió lo delicioso que era.
—¡Perfecto! —Tomás exclamó, claramente satisfecho con nuestra elección. Luego, los llevé al parque, donde los caballos de madera estaban esperándonos.
Ver a los gemelos montar los caballos de madera era como observar una escena de alegría pura. Sus risas llenaban el aire, y la manera en que se miraban entre sí, compartiendo la diversión, era contagiosa. Me sorprendí a mí misma disfrutando el momento, riendo y aplaudiendo sus travesuras. Me di cuenta de que había una conexión genuina que estaba comenzando a formarse entre nosotros, algo que nunca había anticipado.
Después del parque, nos dirigimos a una pequeña cafetería local para tomar algo. Mientras disfrutábamos de chocolate caliente y pasteles, los gemelos me contaban historias sobre sus travesuras, sus amigos en el pueblo y las aventuras que habían tenido. Sus relatos eran exagerados y llenos de entusiasmo, y me encontré escuchando con interés, atrapada en su mundo de imaginación y juegos.
—¿Qué te parece el pueblo, Valeria? —preguntó Tomás, mirando con curiosidad.
—Es... encantador —admití, con una sonrisa sincera—. No es como lo que estoy acostumbrada, pero hay algo especial en este lugar.
Sebastián asintió con un aire de satisfacción.
—¡Te dijimos que te iba a gustar!
El día pasó volando mientras explorábamos más del pueblo, visitando la librería local y jugando en el parque. Cada momento con los gemelos me hacía sentir más conectada con ellos y con el lugar. Me sorprendió cuánto había comenzado a disfrutar de su compañía y a apreciar la tranquilidad de la vida en el campo.
Al final del día, cuando regresamos a la granja, me sentí como si hubiera sido parte de una pequeña aventura. Mientras los gemelos se despedían de mí y se dirigían a la casa, me quedé en la entrada de la granja, mirando el sol ponerse detrás de las colinas. La experiencia había sido más que una simple excursión; había sido una revelación de lo que significaba realmente estar aquí y conectarse con las personas que me rodeaban.
La idea de que había comenzado a encariñarme con los gemelos y con el pueblo me resultaba inesperada, pero también refrescante. Me di cuenta de que mi misión inicial estaba tomando un giro inesperado, y empecé a cuestionar si realmente podía encontrar una forma de reconciliar mi vida anterior con esta nueva realidad.
Mientras el cielo se oscurecía y las estrellas comenzaban a aparecer, me sentí en paz, aceptando que, a pesar de todas las complicaciones, había algo realmente especial en este pequeño pueblo y en las personas que lo habitaban.
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Editado: 31.08.2024