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El sonido de la madera crujiente bajo mis pies fue lo único que se escuchó mientras me acercaba a Mateo, quien estaba sentado en el porche de la casa, mirando al horizonte con la mandíbula apretada y los ojos perdidos en algún punto lejano. Sabía que el momento había llegado. No podía seguir aplazándolo más, no después de todo lo que había pasado entre nosotros. Mis manos temblaban, y el aire se sentía más pesado con cada paso que daba, pero estaba decidida. Había llegado el momento de ser completamente honesta, de desnudar mi alma frente a él, aunque eso significara perderlo para siempre.
Mateo ni siquiera giró la cabeza cuando me acerqué. Su perfil era tan fuerte y severo como siempre, pero esta vez, vi algo diferente en su expresión. Cansancio, quizás, o tal vez resignación. No lo sabía con certeza, pero lo que sí sabía era que esa distancia que sentía entre nosotros me estaba destrozando por dentro.
—Mateo… —murmuré su nombre, apenas un susurro que se perdió en el viento. Tomé aire y me armé de valor—. Necesito hablar contigo.
Él no respondió de inmediato. Se quedó allí, inmóvil, sin mirarme, como si estuviera esperando algo, aunque no sabía qué. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, giró la cabeza ligeramente, lo suficiente para que nuestras miradas se cruzaran. Sus ojos eran duros, pero también había en ellos una chispa de algo que no podía identificar del todo. ¿Esperanza, tal vez? O quizás solo era mi imaginación.
—¿Qué más queda por decir, Valeria? —su voz sonó fría, distante, y esa distancia me dolió más de lo que estaba preparada para admitir.
Tomé asiento a su lado, aunque él no hizo ningún movimiento para acercarse más. La tensión entre nosotros era palpable, tan densa que casi podía tocarla, pero sabía que tenía que atravesarla. No había marcha atrás.
—Todo —respondí con un hilo de voz—. Queda todo por decir, porque no te he contado la verdad completa. Y si hay algo que he aprendido en este tiempo, es que no puedo seguir viviendo con esta carga, Mateo. Mereces saberlo todo, y yo… yo necesito que lo sepas.
Mateo no respondió, pero tampoco me interrumpió. Eso era una señal de que, al menos, estaba dispuesto a escucharme, y eso era todo lo que necesitaba en ese momento.
—Cuando llegué aquí… —empecé, sintiendo un nudo en la garganta—. Cuando llegué aquí, lo hice con la intención de obtener este terreno para mi familia. Era mi misión, mi prueba, y no me importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo. Creí que podía hacerlo sin que nada ni nadie me afectara, que podía cumplir con mi objetivo y luego irme sin mirar atrás. Pero… no fue así.
Mateo seguía sin decir nada, pero vi cómo sus manos se tensaban sobre sus rodillas, como si estuviera conteniendo una emoción que no quería mostrar. Me obligué a continuar, aunque las palabras me quemaban en la garganta.
—No esperaba… —dudé, buscando las palabras correctas, pero no había manera fácil de decir lo que estaba a punto de confesar—. No esperaba que tú… que los niños… —Mi voz se quebró, y bajé la mirada, incapaz de sostener su mirada por más tiempo—. No esperaba que todo esto cambiara tanto para mí. No esperaba sentirme tan conectada a ti, a esta vida, a todo lo que representa esta granja.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos, pero me negué a dejarlas caer. No aún. Necesitaba ser fuerte, al menos hasta que terminara de decir todo lo que tenía que decir.
—Te mentí, Mateo, y lo siento —continué, la culpa pesando en cada palabra—. Lo siento de verdad. Nunca debí ocultarte la verdad, y mucho menos debí dejar que esto llegara tan lejos sin ser honesta contigo. Pero lo que siento por ti… —mi voz bajó, casi inaudible—. Lo que siento por ti es real. Es lo más real que he sentido en toda mi vida, y no puedo seguir ocultándolo, aunque sé que es probable que ya no confíes en mí.
Mateo finalmente se movió. Giró su cuerpo hacia mí, su expresión ahora llena de una mezcla de emociones que me era imposible descifrar. Había dolor, sí, pero también algo más, algo que me dio un atisbo de esperanza.
—¿Por qué ahora, Valeria? —su voz era baja, pero contenía una intensidad que me hizo estremecer—. ¿Por qué me dices todo esto ahora?
—Porque ya no puedo seguir viviendo con esta mentira —respondí, y esta vez las lágrimas sí cayeron, pero no hice ningún esfuerzo por detenerlas—. Porque te amo, Mateo. Te amo de una manera que nunca creí posible, y si no te lo decía ahora, sentía que iba a perderlo todo, incluso a mí misma.
El silencio que siguió fue abrumador, y cada segundo que pasaba sin que él dijera algo me parecía una eternidad. Pero entonces, Mateo extendió una mano hacia mí, y ese simple gesto hizo que mi corazón se detuviera por un instante.
—Valeria… —susurró, su voz más suave de lo que había sido en días—. No sé si puedo olvidar lo que hiciste, pero… también sé que lo que siento por ti no se va a ir solo porque me dijiste la verdad.
Las palabras de Mateo me hicieron sentir como si el suelo se hubiera desvanecido bajo mis pies. No estaba seguro de si podía perdonarme, pero tampoco me estaba rechazando por completo. Y eso, para mí, era un rayo de esperanza en medio de toda la oscuridad que había rodeado nuestra relación.
Nos quedamos así, en silencio, sin saber qué más decir. Pero el simple hecho de estar allí, juntos, compartiendo este momento, fue suficiente para mí. Sabía que aún quedaba un largo camino por recorrer, que tendríamos que trabajar duro para reconstruir lo que se había roto. Pero por primera vez, sentí que había una posibilidad, por pequeña que fuera, de que pudiéramos hacerlo juntos.
Mateo me sostuvo la mirada, y en esos ojos que tanto me habían cautivado desde el principio, vi una chispa de algo que me dio fuerzas. Quizás no sería fácil, quizás no sería rápido, pero al menos ahora, estábamos los dos en el mismo punto de partida. Y eso, para mí, lo significaba todo.
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Editado: 31.08.2024