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Todo en la granja parecía diferente hoy, como si el lugar mismo supiera que algo importante estaba a punto de suceder. El aire olía a tierra fresca después de la lluvia nocturna, y las hojas de los árboles aún brillaban por el rocío matutino. Me encontraba en la entrada de la casa, observando cómo el sol empezaba a asomarse tímidamente entre las nubes, inundando todo con una luz cálida y dorada.
Habían pasado semanas desde que regresé a la granja. Semanas llenas de conversaciones difíciles, momentos de introspección y decisiones que cambiarían mi vida para siempre. Pero, a pesar de todo el dolor y la confusión, una cosa se había vuelto cada vez más clara: no podía seguir huyendo de mis sentimientos, ni de la vida que había comenzado aquí.
Hoy, sin embargo, se sentía diferente. Había algo en el aire que me llenaba de una mezcla de nerviosismo y anticipación. Mateo y yo habíamos decidido hablar, por fin, sin más reservas ni secretos. Ambos sabíamos que este era el momento para sanar viejas heridas, pero también para construir algo nuevo, algo que fuera solo nuestro.
Mientras esperaba a que Mateo bajara, repasaba en mi mente todas las veces que habíamos intentado, de alguna manera, mantenernos lejos el uno del otro, y cómo, al final, siempre terminábamos volviendo a este lugar. Desde el principio, había algo en Mateo que me atraía, una mezcla de fuerza y vulnerabilidad que nunca había encontrado en nadie más. Y ahora, después de todo lo que habíamos pasado, sentía que estaba lista para darle una oportunidad verdadera a lo que había nacido entre nosotros.
Los pasos de Mateo resonaron en la escalera y mi corazón dio un vuelco cuando lo vi aparecer en la puerta. Su expresión era serena, pero sus ojos reflejaban la misma mezcla de emociones que yo sentía. Caminó hacia mí con una calma que me desconcertó, como si supiera exactamente qué decir o hacer, y por un instante, me sentí pequeña e insegura, como si no estuviera a la altura de lo que él esperaba.
—Valeria —dijo, su voz profunda y reconfortante—. Hoy… quería que habláramos sin guardarnos nada. Que dejáramos todo claro entre nosotros, porque no quiero que sigamos viviendo en la sombra de lo que fue o de lo que tememos que pueda ser.
Asentí, incapaz de encontrar las palabras adecuadas, y él tomó mi mano con delicadeza, llevándome al viejo roble donde solíamos sentarnos. Nos acomodamos en el césped húmedo, y la textura de la hierba bajo mis dedos me hizo sentir conectada a la tierra, al lugar, a este momento.
—Sé que no ha sido fácil para ninguno de los dos —continuó Mateo, sin soltar mi mano—. Te he culpado por cosas que no eran solo tu responsabilidad, y no he sido justo contigo. Pero hoy quiero dejar todo eso atrás. Quiero empezar de nuevo, contigo.
Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas, pero no de tristeza, sino de una profunda emoción que me recorría de pies a cabeza. No sabía si era el alivio de finalmente escuchar esas palabras o el temor de que esta oportunidad pudiera escaparse de entre mis dedos, pero me aferré a su mano con más fuerza, como si eso pudiera asegurarnos un futuro juntos.
—Mateo… —logré decir, con la voz temblorosa—. No puedo prometerte que será fácil, ni que no cometeré errores. Pero lo que sí sé es que te amo. Y quiero estar contigo, construir algo real, una familia. Lo que pasó antes ya no importa, porque quiero que lo que construyamos ahora sea lo único que importe.
Él sonrió, una sonrisa cálida que me llenó de una paz que no había sentido en mucho tiempo. Se inclinó hacia mí, rozando mis labios con los suyos en un gesto suave, casi como una promesa silenciosa de todo lo que vendría. Sentí su amor en ese beso, su entrega y su deseo de que lo que teníamos fuera diferente, más fuerte.
Nos quedamos allí, bajo el roble, abrazados, con la certeza de que habíamos tomado la decisión correcta. No había más miedo, no había más dudas. Solo estábamos nosotros, dispuestos a enfrentar juntos lo que viniera.
*Más tarde ese día*
Decidimos caminar por la granja, como solíamos hacer en aquellos primeros días, cuando todo era incierto, pero lleno de esperanza. Mientras caminábamos, Mateo y yo hablamos de nuestros planes, de lo que queríamos para el futuro, para nosotros y para los gemelos. Aunque habíamos pasado por mucho, la idea de formar una familia con él llenaba mi corazón de una calidez indescriptible.
Al llegar al borde del lago, donde el agua reflejaba el cielo despejado, Mateo se detuvo y me miró con esa intensidad que siempre me había desarmado.
—Valeria —dijo, con un tono serio pero lleno de amor—, no quiero que esto sea solo una promesa vacía. Quiero que sea algo real, algo que nos una para siempre. —Sacó un pequeño estuche de su bolsillo, y mi corazón dio un vuelco—. Quiero que seas mi esposa, no solo por lo que hemos vivido, sino por lo que quiero vivir contigo en el futuro. Quiero que este lugar sea nuestro hogar, y que juntos formemos la familia que siempre hemos deseado.
Las lágrimas cayeron sin control por mis mejillas. No había imaginado que este día llegaría tan pronto, pero ahora que estaba frente a mí, no tenía ninguna duda. Amaba a Mateo con todo mi ser, y la idea de pasar mi vida a su lado, de construir juntos nuestro propio paraíso en esta granja, me parecía la única opción posible.
—Sí —dije, casi en un susurro, antes de lanzarme a sus brazos—. Sí, quiero ser tu esposa, quiero construir todo eso contigo.
Mateo me abrazó con fuerza, y mientras lo hacía, sentí que todas las piezas de mi vida finalmente encajaban en su lugar. El lago, la granja, los gemelos, todo formaba parte de este hermoso rompecabezas que habíamos armado con amor, paciencia y perdón.
Nos quedamos allí, en silencio, observando cómo el sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, sumergiéndose en el agua como si quisiera sellar nuestra promesa. A mi alrededor, el mundo seguía girando, pero dentro de mí, todo había cambiado. Sabía que habría desafíos, que el camino no sería fácil, pero con Mateo a mi lado, estaba lista para enfrentarlo todo.
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Editado: 31.08.2024