—Acompáñenla fuera de la sala.
Parpadeé cinco veces seguidas. Eché un vistazo a mi alrededor, intentando encontrar al dueño de aquella voz. Lo encontré frente a mí, con los brazos cruzados y dedicándome una mirada de todo menos bonita. Me llevé una mano a la cabeza y apreté las sienes.
De repente, todos los nombres, todos los momentos, todos los recuerdos vinieron a mí como una película en cámara rápida.
Mi nombre era Aileen White, tenía diecinueve años y vivía en Nueva York con mi familia adoptiva. Morí debido a un atropello cuando iba a Central Park para encontrarme con mis amigos. Ahora era lady Aileen Pendlebury, seguía teniendo diecinueve años y era hija del duque de Bellburnd. Y llevaba desde los diez años siendo la prometida del Tercer Príncipe Caspian, quien acababa de hablarme.
Sentí dos pares de brazos agarrarme los míos, haciendo fuerza para moverme del sitio. Intenté soltarme, consiguiendo únicamente que ejercieran más presión.
—Suéltenme —ordené. Nadie hizo caso a mi mandato.
Fui entendiendo poco a poco la situación. Caspian me acusaba de inventar falsos rumores, de comportarme de mala manera, de aprovecharme de lo que el título de mi padre me ofrecía y de, básicamente, hacer el mal. Había estado retrasando tanto la boda –puesto que tendríamos que habernos casado cuando yo hubiese cumplido los diecisiete– porque decía que estaba esperando el momento para romper el compromiso. En su lugar, había nombrado a la señorita Reisert, hija del baronet Reisert, como su nueva prometida, una chica que, al contrario que yo, según él, era todo dulzura y encanto. ¿De qué diablos estaba hablando?
—Aguarden un momento —intervino la voz de un segundo hombre.
Alcé la vista para ver a mi salvador, al menos por ahora. Se trataba del Príncipe Heredero, Raiden. A decir verdad, de los tres príncipes, él era mi favorito. Era todo lo que un rey benevolente, inteligente, responsable, generoso y simpatizante debía ser. Incluso siendo la viva imagen del Rey Dominic, sus caracteres diferían mucho. Estaba deseando que el tiempo del reinado del actual rey acabase y pudiese ser el Príncipe Raiden quien ocupara el trono.
El príncipe obligó a los guardias a alejarse de mí. Me ofreció una mano, la cual yo tomé, y me preguntó si estaba bien. Después de asentir, Raiden se dirigió a su hermano pequeño.
—Sin duda alguna me gustaría conocer la verdadera razón por la que lady Aileen ha sido absuelta de un compromiso que lleva en pie nueve años. Como bien sabes, hermano, las cosas no funcionan así —su voz tranquila y serena me puso los pelos de punta.
Agradecía que no me estuviese regañando a mí. El Príncipe Heredero no impondría tanto si estuviera gritando. Su falsa calma y su tono cauteloso le volvían una persona bastante peligrosa.
—¿Caspian? —insistió el príncipe.
El susodicho se puso nervioso. Sabía de sobra lo que le gustaba llamar la atención, mas no cuando esta era por culpa de algo que, después de la intervención de su hermano mayor, lo dejaría en ridículo. Aun así, Caspian se aclaró la garganta e irguió la espalda, en un intento de aparentar confianza.
—Lady Aileen se ha mostrado muy descortés en las últimas veladas. La señorita Reisert, por ejemplo, ha sido víctima de sus malas formas. No sólo eso, sino que además lady Aileen ha sido la creadora de distintos rumores que involucran a la señorita Reisert y a la familia real, como también a algunas familias nobles. Todos falsos, he de añadir —se detuvo un momento, pensativo, quizás en busca de más acusaciones, pero finalmente relajó su postura, lo que significaba que había finalizado su discurso.
Por todos los Dioses, lo único que quería crear ahora mismo era un camino desde mi puño hasta su cara. Entonces tendría razones para romper el compromiso. Uno que, por cierto, yo tampoco quería que se llevara a cabo. Sin embargo, romperlo significaba la pérdida del favoritismo de la nobleza, y ni yo ni mi familia estábamos dispuestos a perder eso. Más que por mí, por mis otras tres hermanas, quienes todavía tenían que debutar en sociedad.
Miré al Primer Príncipe en busca de ayuda, de algo que pudiera reclamarle, pero él ni siquiera me estaba mirando a mí. En su lugar, se había acercado a su hermano y le había susurrado algo al oído, mientras apoyaba una mano en su hombro. Desde lejos pude ver como apretaba, quizás tratando de dejar en claro que lo que estaba haciendo nos iba a convertir en la comidilla del reino durante un par de semanas. Puede que más.
Y tenía toda la razón del mundo. Estas cosas se hablaban en privado, con una previa consulta y una invitación a mi familia para poder negociar las condiciones del trato. Mi padre me habría avisado de que el príncipe quería romper el compromiso y yo habría saltado de alegría en mi cama.
Supongo que lo que había sacado de quicio a mi ex prometido había sido mi queja en voz alta a la señorita Reisert por chocar conmigo. No pasaba nada, la hubiera dejado ir igual, después de haberla advertido de que tuviera más cuidado en el futuro, pero es que había deshilado las costuras de mi manga. La manga de un vestido cosido y diseñado a mano y a medida, que le había costado una fortuna a mi padre, puesto que se suponía que hoy iba a ser el baile en el que finalmente Caspian y yo oficiábamos la inminente boda, aunque no tenía pinta de que fuera a casarme en un futuro cercano.
Caspian se separó del Príncipe Heredero con un golpe seco. Se pegó a la señorita Reisert, pasó un escandaloso brazo por su cintura y la protegió de mí con su cuerpo.