Las energías de Nil se agotaron poco antes de llegar a Flaves del Sur. Habíamos atravesado volando Binue por la noche, cuando en realidad deberíamos haber tardado un día más en llegar si hubiéramos ido a caballo. Era miércoles por la tarde cuando mi guardimal aterrizó a las afueras de Flaves del Sur –habríamos tardado otros dos días en llegar si hubiéramos ido a caballo– y se encogió hasta volver a su tamaño original.
Revoloteó a mi alrededor hasta que se posó en mi hombro y, con un sonoro silbido, se echó a dormir. Yo todavía seguía anonadada por la extraordinaria habilidad de Nil que yo desconocía. Ya intentaría razonar con él cuando descansara, a ver qué podíamos hacer para averiguar el resto de destrezas que podía llevar a cabo.
Thomas dormitó todo el trayecto. En cuanto nos vi fuera de peligro, le medio ordené que reposara, que se acomodara sobre mi pecho y que apoyara la cabeza sobre mi hombro. Debía de estar muy cansado, porque ni siquiera trató de resistirse. Simplemente se dejó hacer y acabó dormido sobre mí. No me quejé, aunque tampoco admití –en voz alta– que me gustó.
Lo que Zade había dicho sobre el príncipe todavía hacía mella en mí. No quería pensarlo mucho, pero no podía evitarlo cuando involucraba de lleno a la persona en la que, sí o sí, tenía que confiar. Thomas guardaba muchos secretos, eso estaba claro, y tampoco era como si me los fuera a contar de buena gana. No era algo de extrañar, puesto que casi había que arrancarle las palabras de la boca para mantener una conversación en condiciones con él. Mas era eso, ese aire misterioso que le envolvía, lo que me obligaba a dudar de él, a no ignorar lo dicho por el mulato tan fácilmente.
Quise hablarlo con Aegan y preguntarle sobre su opinión al respecto, pero no era ni el momento ni el lugar para ello. Sabía que el príncipe no se despertaría ni aunque me pusiera a cantar Firework de Katy Perry a pleno pulmón. Sin embargo, no me parecía apropiado hablar con él delante, por muy a gusto que estuviese en el mundo de los sueños. Si existía una mínima posibilidad de que me escuchara, prefería no arriesgarme. Ya tendría tiempo de debatirlo con el pescador, si es que decidía hacerlo. En cambio, estuvimos hablando de Conrad, de cómo tanto él como su cargamento estaban a salvo rumbo a Dghers.
El pelirrojo cargó en su espalda a un devastado Thomas hasta la pensión más cercana. Lo dejó en la cama de la habitación que compartiría con el príncipe mientras yo pedía un botiquín de primero auxilios, el cual no contenía más que un par de vendas y una botellita rellena de alcohol. Aegan se fue del cuarto cuando me vio llegar, regalándome un cálido apretón en el hombro antes de irse y un tranquilizador «Avísame con lo que sea». Eran este tipo de detalles los que hacían que visualizara a mi hermano Douglas en él.
Hesité a la hora de curar las heridas del príncipe. No sabía si despertarle o no, aunque era muy probable que con el dolor se espabilara él sólo. Intentaría curarle el mayor número de heridas antes de que recuperara el sentido.
Vacié el cuenco decorativo que había encima de la mesita de noche y lo rellené con el agua de la palangana para limpiar la suciedad que hubieran podido coger las heridas del príncipe. Él no se despertó en ningún momento, por lo que seguí con el proyecto y empapé un cacho de gasa en alcohol, para después presionarla con el corte de su ceja.
Todo pasó tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar. Thomas abrió los ojos, alarmado por el escozor, y encajó sus dedos en mis muñecas, empujándome hacia atrás. Mi espalda rebotó contra el colchón y, de un momento a otro, el príncipe se encontraba encima de mí, inmovilizándome.
Tragué saliva. La camisa del rubio se había abierto un poco, así que, desde esta posición, podía ver absolutamente todo, ya que quedaba colgando. Mi mirada viajó a sus abdominales, pero rápidamente tuve que apartarla debido a los feos moratones que se le estaban formando a través del tórax.
Mis ojos, entonces, conectaron con los suyos, todavía un poco desorientados. Tardó unos segundos en darse cuenta de que se trataba de mí, porque sus facciones se relajaron en señal de reconocimiento. No obstante, su agarre no se aflojó, así como tampoco se apartó de encima de mí. Y yo no me quejaba. En absoluto.
—¿Qué estabas haciendo? —no pudo ver la venda en mi mano; sus ojos no se apartaban de los míos.
—Desinfectando tus heridas —contesté. No sabía si sería familiar con ese término, pero era tarde para corregirme.
El príncipe fue soltándome poco a poco. Sus dedos se deslizaron por mis muñecas a un ritmo tortuoso, provocando que anhelara su roce en el mismo momento en el que se alejó. Se sentó en la cama, reclinando la espalda sobre el cabecero. Yo tardé mis cinco segundos en recuperarme de la impresión, y otros tres en incorporarme. Al levantarme, pude comprobar que, durante esos ocho segundos, Thomas no había desviado la mirada de mí.
Eso me puso un tanto nerviosa.
—¿Te importa si continúo? —inquirí, refiriéndome a la asepsia de sus lesiones.