Le había dicho a la criatura que conocía todos los caminos de ese bosque, así que corrió en busca de una ruta cercana al lago. Tenía que rodearlo, era la única forma que tenía de llegar al otro lado y ver a la abuela. A toda prisa, la muchacha empezó a correr ya sin importarle el frío ni nada. Incluso se le cayó parte del contenido de su cesta de comida y medicina. De rato en rato se secaba las lágrimas, se sentía aterrada. Sabía que ese camino le tomaría al menos una hora, pero en medio de su desesperación sentía que el tiempo pasaba más lento, que no avanzaba nada, que todo lo que hacía era inútil.
El camino fue una tortura. Apenas se paró un momento para descansar un minuto, cuando vio al final del camino la cabaña de su abuela a la entrada de ese lado del bosque. Todo parecía normal, no había destrozos, la cabaña lucía como siempre. No dudaba que la criatura había llegado antes que ella, así que no se confió e igual se apresuró hasta llegar a la entrada. Las rodillas y las piernas le temblaban, se sentía agotada. Respiraba agitada, no podía más. Con pesar dio unos toques en la puerta, no sabía qué esperar.
—Pase —dijo una voz dentro de la casa. El corazón se le aceleró, esa era la voz de su abuela. Emocionada por eso, empujó la puerta y entró corriendo a la cabaña. Dejó la cesta sobre una mesa y buscó la habitación de su abuela. Encontró la puerta junta, la habitación estaba a oscuras. Las cortinas cerradas, y había un extraño olor. No era desagradable, pero parecía el de una especie de pócima, o quizá medicina.
—Abuela —habló la muchacha al fin. Bajó la capucha roja para descubrir su rostro. Había sudado mucho por correr, aún se sentía acalorada. Ahí en la cama estaba su abuela sana y salva, aunque lucía diferente—. Vine lo más rápido que pude, ¿cómo estás? ¿Cómo te sientes?
—Mejor ahora que estás aquí, querida —la muchacha se quedó extrañada al escuchar esa última palabra. La abuela nunca la llamaba así, siempre por su nombre. Empezó a mirarla mejor, lucía más delgada, pero quizá eso se debía a su enfermedad. Solo que habían otras cosas extrañas. Estaba en su cama, vestía su ropa, lucía como ella. Pero quizá no era la abuela.
—Tus ojos se ven extraños —le dijo ella mientras la miraba detenidamente.
—Oh no, querida. Mi visión está perfecta. Incluso te veo mejor que antes.
—¿En serio? —dijo extrañada mientras la seguía mirando—. ¿Es que te han crecido las orejas? —preguntó pues también notó que ese tamaño no era normal.
—Pues así puedo oírte mejor, querida —dijo la abuela, y además sonrió. Aquello la dejó helada. Esa boca no se parecía en nada a la de su abuela. Incluso su sonrisa y su gesto fueron diferentes. Tenía la seguridad que esa no era ella.
—No puede ser...—dijo despacio, tragó saliva. Miró a los ojos a la abuela, le pareció notar en su mirada que ella ya sabía que había descubierto su engaño. Ambas sabían lo que estaba pasando, y tenía miedo de lo que podía pasar.
—¿Quieres saber para qué uso estos dientes, querida? —preguntó la abuela, o mejor dicho, quien usurpaba su lugar. Se incorporó incluso, la chica retrocedió un paso.
—¿Para qué? —preguntó temblando.
—Para comer —la chica lanzó un grito cuando vio que aquella criatura se revelaba al fin. Su forma cambió, por un instante tomó su forma humana, pero finalmente se quedó como la bestia. El lobo la miró y rugió, estaba segura que esta vez no tendría escapatoria—. Ya he tenido mucha paciencia contigo, no voy a perdonarte más.
—¡No! —gritó aterrada. El lobo saltó sobre ella, la chica apretó los ojos, ya hasta podía sentir el dolor de esos dientes clavándose en su piel. Podía sentir su muerte llena de sangre y dolor, devorada por ese lobo.
Gritó fuerte, pero sucedió algo. Ella no fue la única aterrada ahí. Una gota de sangre cayó en su mejilla. Habían herido al lobo. La joven hizo un gran esfuerzo por apartarse de él mientras el lobo rugía, pero también lanzó un aullido de dolor. Le habían arrojado varias flechas en el pecho, y una más le había caído en el ojo. Al mirar a la puerta notó que quien estaba ahí era el cazador. No era el mejor momento, no debería sentirse así en esa situación crítica. Pero al verlo sintió que el corazón le latía acelerado de la emoción. Aunque le dijo que no la siga, él fue por ella y estuvo ahí para salvarla. Solo que temía por él, la criatura cambiaba de forma a su antojo, era peligrosa.
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Editado: 27.06.2019