Mis ojos queriendo apreciar algo más que los suyos, sin ningún permiso bajaron a sus labios. Y un hormigueo diferente al anterior me recorrió, y se intensificó aún más cuando ella miró los míos.
¿Qué demonios era esto? ¿Por qué me hacía sentir tan mareado y fuera de mi? Tan cautivado.
Ella, me miró y sentí que analizaba mi ser entero y hasta mis pensamientos. Me sentí vulnerable ante el poder de su mirada.
Acercó su rostro al mio dejándome aún con menos aliento y entendiendo de alguna manera que yo no podía acercarme, por respeto.
Su frente su apoyo en la mía, sentía su cálido aliento en mi rostro. Cerré los ojos, asustado y nervioso, pero disfrutando la sensación y grabandola en mi mente, por si de repente despertaba de tan preciado momento.
–Mírame Lucca –exigió dulcemente.
–No puedo –susurré.
–¿Por qué?
–Temo que al abrir los ojos desaparezcas, justo como en mis sueños –fuí sincero, tenía miedo.
–No lo haré, ábrelos –dijo con paciencia. Lentamente la obedecí y miré –¿Qué quieres ahora? –preguntó, mi cuerpo y mirada se lo decían, pero quería escucharlo de mi.
Trague grueso y dije con calma.
–¡Quiero besarte!
Sonrió de forma brillante y victoriosa.
–Hazlo cariño, son todos tuyos –dijo refiriéndose a sus labios y dándome autorización para probarlos.
Tomé su nuca con cuidado y la acerqué más, mire sus ojos por última vez recibiendo solo seguridad y sin perder más tiempo, la besé.
JODER, sus labios me recibieron enseguida y guiaron los míos, esto se sentía tan suave, delicioso y dulce. La dejé tomar todo y tanto como quisiera, me besaba lento y pausado sin precipitar ningún movimiento ni sentimiento. Dejando todo fluir por dónde debía.
Sus manos fueron a mi pecho y las mías en un acto involuntario la apretaron más a mí, enrollando mis brazos a su cintura y amando la sensación. Muy a mi pesar, nós apartamos para respirar.
–Besas muy rico –dijo sin ningún ápice de vergüenza colorando mis mejillas.
Mi sonrojo le provocó una hermosa sonrisa y esa a su vez, hizo que mi corazón encontrara una forma de acelerarse más. No hablé, solo sonreí también. Cuando estaba a punto de convencer a mi boca de articular palabra, sonó la puerta principal y ambos nós sobresaltamos apartandonos. Mi mamá en pocos segundos entró a la biblioteca y nós miró a ambos.
–Oh, hola chicos. Veo que encontraron la carpeta –dijo señalando a la mencionada haciéndonos reaccionar y recordar a qué habíamos ido allí en primer lugar.
–Si, recién la encontramos. Me iré ahora, fue un gusto verla –dijo Laura pasando a mi lado y yendo a la salida.
–¿Segura? ¿No quieres almorzar con nosotros? –preguntó mi madre cuando la tenía en frente.
–Tal vez en otra ocasión –dijo Laura, le dió un beso en la mejilla a mi madre de despedida y volteó a verme, me congelé en seguida –Nós vemos –dijo mirándome con una sonrisa y salió de ahí.
Mi cuerpo pudo respirar y mis nervios se calmaron cuando escuché la puerta indicando que se había ido. A penas sonó, mi madre se acercó y me miró con los ojos entrecerrados.
–¿Qué estaba pasando aquí? –cuestionó.
–Nada –me hice el desentendido.
–Hijo, estás tan rojo como la carpeta que ella llevaba –informó mi madre mientras se cruzaba de brazos.
Me reí cubriendo mis mejillas con mis manos.
–No es nada ¿vale?, iré a cambiarme –dije saliendo disparado a mi habitación.
Lo cierto es que tanto mi madre como yo teníamos bien en claro que las únicas veces en mi vida en las que me sonrojaba era cuando tomaba mucho sol o cuando Laura estaba involucrada.
Y aquí era obvio que se trataba de la segunda.
Editado: 12.11.2022