A eso de las nueve y media, me acoplé frente al televisor con un bote de palomitas.
Romina me había fiado una película, de esas noventeras de terror.
Escondí mi cuerpo bajo las sabanas con los ojos vigilando al pequeño troll en mi armario. Debía haber cambiado al canal de caricaturas, pero me hubiera sentido culpable dejando la película a medias.
Las cortinas se extendieron; eso significaba que había olvidado cerrar la ventana, pero ya no iba a levantarme, no tenía ni agallas siquiera para encender el foco.
La luz de la laptop sobré mi escritorio, era lo único que me tranquilizaba.
Apagué el televisor e intenté quedarme dormida. Estaba espantada, casi me sentía como una niña de cinco años temiéndole a mis propias sombras.
Me acomodé sobre la cama; devolví mi pie colgante, el duende bajo mi cama podría atraparme. Una sobra que se escabulló al pie de la ventana me robó el aliento.
Me zambullí nuevamente bajo las sabanas.
Solo estaba segura de algo, ya no volvería a mirar otra película de terror con la luz apagada.
Tranquila Christine, es solo tu imaginación.
Me decía a mí misma, aunque escuchaba pasos acercándose y el latido de mi corazón a millón.
Mis ojos se transformaron en platos cuando sentí un palpo sobre mí. Me envolví como gusano entre la funda y caí al otro extremo de la cama; veía la silueta de un hombre delgado.
Me estiré y apreté el interruptor; la habitación se iluminó y no había nadie allí.
Corrí a cerrar la ventana y regresé a mi cama; meneé la cabeza y me reí de mi misma por haber pensado que había alguien asechándome.
Cerré los ojos con fuerza para calmar la ansiedad que se aprovechó de mí. Contar ovejas, esta vez estaba descartado para acoger el sueño.
De repente, y sin poder detenerlo, una mano abrigó mi boca y abrí los ojos de inmediato. Ya no creía en una paranoia, unos dedos bruñes cerraban mis labios y la claustrofobia volvía a mí.
Pegué un brinco del gran susto que abundaba mi cuerpo; escuché la lámpara sobre mi cómoda caer y romperse.
Estaba realmente asustada y mi mama no estaba allí para calmar lo que yo creía una pesadilla.
—Calma, no vayas a gritar— me decía.
Su voz es una fusión grave y varonil. Estaba segura de que no era la primera vez que la escuchaba; la sentí hondamente familiar.
Acostumbrar mis ojos a la luz tomo tiempo, pero aunque me era difícil ver, sabía que era el rostro de Adam, lo que me impresiono más que cualquier fantasma.
Llevaba un pantalón de mezclilla y una sudadera gris.
Moví mi cabeza de arriba abajo y empujé sus manos fuera de mi rostro. Nuevamente me senté sobré la cama con los brazos cruzados y algo enmarañada.
¿Podría ser falso o en realidad estaba viviendo en una de las películas de Romina?
— ¿Qué se supone que estás haciendo aquí?
— ¿No es la habitación de Rodrigo?— me preguntó barajado.
Desde que comenzó el curso, me fijé en él, resaltaba de entre todos, no era ocurrente ver que era un chico con el que no había que codearse; un problema, una catástrofe, un caos o como muchos susurraban, un desastre.
Esos solo eran rumores, o verdades que habían salido a la luz quizás, pero para mí lo correcto era ver por mí misma lo que era en realidad.
Me mordí ambos labios y bajé la cabeza para procesar su ineptitud. Era evidente que Adam había entrado en la ventana incorrecta.
El susto ya no importaba, me había llegado como del cielo para comenzar el proyecto del libro. Fue como el foco de ideas que se ilumino en mi imaginación.
—Rodrigo vive al lado — reincidí en un suspiro.
Abrió la boca y se golpeó la frente con su palma. —Creo que me equivoque de departamento— asumió.
Adam era tan colosal que alguien podría identificarse fácilmente con él.
Repentinamente Adam guío sus ojos hacia el suelo dejando de lado el tema. — ¿De quién es la sangre? — me preguntó extrañado.
Mi mandíbula se tensó y mis ojos se encasillaron sobré la sangre juntó a la lámpara rota. —Creo que es tuya.
Tomé su brazo y Adam tenía una pequeña cortada en el codo. La sangre ya de por sí, era escandalosa y la hemorragia no se detenía; fue evidentemente provocada por el colapsó contra el vidrio de la lámpara.
Cada vez más, me demostraba lo desastroso que era y eso me servía del todo. —Quédate aquí, buscare algo para detener la sangre— agregue antes de levantarme.
Mediante caminaba a coger el botiquín del baño, tomaba apuntes mentales, seguro escribiría algo bueno. Tenía que prestar atención a cada detalle, todo era importante y no podía dejar de pensar como escritora; haciendo una pequeña narración en mi cabeza de como suceden los acontecimientos.
Adam retenía la herida sentado en el sillón frente a la ventana. Lo miraba claramente, y yo sabía que era perfecto para el personaje principal.