Los cuatro restantes avanzaron a paso acelerado, ignorantes de lo que sucedía detrás de ellos. Así fue hasta que la luz de la última lámpara de Plaza Cubierta los alumbró, proyectando sus sombras sobre el camino de cemento que los llevaría al exterior del edificio de ciencias económicas y sociales. A partir de ahí, una caminata de poco más de diez minutos los sacaría de la universidad.
El sendero que debían recorrer no tenía ni tan siquiera una luz hasta que se conectaba con uno de los emblemáticos pasillos techados de la universidad. Eran doscientos metros a ciegas, donde solo podía distinguirse la silueta de árboles nudosos y retorcidos. La idea resultaba desagradable para todos, y por eso se quedaron ahí unos segundos, tomando fuerzas.
Ese pequeño instante hizo resaltar la silueta del edificio frente a ellos de entre todo lo que había a la vista en el horizonte. Era grande y lucia muy oscuro, como si las paredes estuvieran pintadas de negro. De nuevo la gente brillaba por su ausencia y en un edificio donde nunca se apagaban todas las luces, no había ninguna bombilla encendida.
—Estef ¿cuántos pisos tiene tu facultad? —preguntó Edgar sabiendo que ella estudiaba en ese edificio.
—Siete ¿por qué?
—¿Segura de que no son diez?
Estefany le devolvió la mirada, extrañada; él señalaba hacia el frente. El gran edificio, a diferencia de tantas ocasiones en las que Estefany lo había visto, parecía más grande de lo habitual. Su forma alargada como un ladrillo puesto de lado siempre lo hizo ver voluminoso, pero esta vez algo sutil le daba unas proporciones extrañas.
Tanta fue la impresión que la estudiante de sociología tuvo que detenerse a contar los pisos, confundida. La primera vez eran ocho, luego los contó de nuevo y eran once. «Me siento mareada, ya no puedo contar bien», pensó con impaciencia.
No tendría oportunidad de hacerlo una tercera vez porque una luz fuerte comenzó a parpadear en el último de los pisos. Blanca azulada, titilaba en intervalos cortos, enfocándolos con insistencia.
—¿Alguien no está haciendo señas? ¿Pasó algo y no nos dimos cuenta? —intentó dilucidar Gabriel—. Tal vez son señales de auxilio.
Victoria se cubrió el rostro y volteó hacia otro lado, y ahí fue recién que notó la baja que habían sufrido. Con fuerza se dio la vuelta esperando a ver a Diego unos cuantos metros atrás, pero no vio a nadie.
—¿Y Diego? —Esperó unos segundos una respuesta, pero nadie dijo nada— ¡¿Muchachos y Diego?! —gritó sumergiéndose en un fugaz ataque de ansiedad. Hiperventilaba y avanzó varios metros en solitario con la esperanza de verlo oculto tras alguna columna.
—¿No venía detrás de ti? —fue lo único que contestó Estefany.
—¡¿Diego?! —volvió a gritar. Su voz hizo eco por todo lo ancho y largo de Plaza Cubierta.
—Calma, Victoria, calma —la detuvo Gabriel mientras miraba hacia Plaza Cubierta—, él no puede estar lejos, calma, vamos a buscarlo.
Aunque intentó no demostrarlo, Gabriel estaba tan asustado como ella, consciente de que ese joven era su responsabilidad. Volvieron sobre sus pasos y lo buscaron tras cada columna y en cada rampa de Plaza Cubierta y Aula Magna, pero no estaba en ninguna parte.
Ahí duraron cerca de diez minutos, llevándose las manos a la cabeza hasta que, estando en la frontera entre la plaza y Tierra de Nadie, Edgar pudo distinguir a la distancia una silueta que resaltaba entre la oscuridad que rodeaba el edificio de ciencias económicas y sociales.
—¡Muchachos lo encontré! ¡Muchachos! —vociferó con potencia haciendo que su voz resonara por toda la plaza.
Los otros unieron a él en unos segundos y sin pensarlo comenzaron a correr en dirección a Diego. Victoria iba de primera, pero tan pronto como se adentraron un poco en aquel sendero, un sentimiento abrasivo y agobiante los gobernó a todos. Gabriel lanzó un golpe hacia su derecha, sintiendo como si alguien se le encimara. Aquello lo hizo perder el equilibrio y rodar por el suelo un par de veces antes de volver incorporarse.
Todos percibieron lo mismo. Miraban a los lados con desesperación, intentando encontrar a los entes que los estaban rodeando, sofocándolos. Tanta fue la sensación de amenaza que Estefany tuvo que estirar su mano hacia atrás, buscando el brazo de Edgar para sujetarlo con fuerza, pues estaba convencida de que aquel que fuera de último sería separado del resto, igual que había sucedido con Diego.
Gabriel imitó a Estefany y sujetó el brazo de Victoria mientras Estef lo agarraba a él desde atrás, formando una cadena que iba corriendo cuesta abajo, casi cayendo en muchas ocasiones mientras se acercaban a Diego que, ensimismado, aguardaba frente a una puerta metálica, al lado de las escaleras exteriores del edificio.
La puerta se abrió ante él de par en par; no podía distinguirse nada del interior, aunque un chirrido atronador provino de aquella oscuridad, como si un grupo de personas rasguñaran ollas con cuchillos y tenedores. Era evidente para todos que Diego no debía entrar ahí... ¿Cómo evitarlo?
—¡¿Qué haces?! —Le preguntó Victoria con un grito poderoso, lo bastante cerca para ser escuchada, pero no lo suficiente como para agarrarlo por la franela y jalarlo hacia ellos.
No tuvieron oportunidad de detenerlo, y Diego apenas pudo voltear a mirarlos mientras avanzaba hacia la cavernosa sala; tenía la boca torcida, el ceño fruncido y muchas lágrimas se escapaban de sus ojos. Terror era lo que se veía en su pobre mirada... y súbitamente, como si el alboroto de Victoria hubiese molestado al ente que lo obligaba a pasar a su morada, la puerta se azotó dejándolos afuera.
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Editado: 14.09.2023