Un estallido poderoso rompió la aparente paz que gobernaba el lúgubre piso menos siete, como si una serie de vigas hubiesen explotado ante un peso colosal. El suelo se movía y las paredes se agitaban con fuerza, obligando a los demás a incorporarse aunque fuese trastabillando. Pronto los cinco volvieron a estar juntos y se agarraron con fuerza de las rejas para evitar caer por las vibraciones violentas ¿un terremoto? El estrépito era ensordecedor y Estefany cerró sus ojos con fuerza esperando que pasara lo peor.
Tras unos segundos el temblor se detuvo, pero no los sonidos. De hecho, nuevos ruidos se unieron a ese festival caótico; jadeos constantes, rasguños, risas y el inconfundible sonido de un cuchillo siendo afilado con esmero, todos provenientes de la oscuridad insondable del pasillo frente a ellos.
—¿Qué cosas se ocultarán ahí? —preguntó Victoria para disgusto de todos, señalando con descaro a la tiniebla.
Esa era una pregunta que nadie quería hacerse mientras mantenían la mirada fija en las puertas que daban hacia las escaleras exteriores, con la esperanza de ver a Diego a través de las pequeñas ventanas.
Eran demasiadas ideas juntas, todos estaban aturdidos y no sabían que era más abrumador, si el alboroto del pasillo, al que se unió una maquinaria chirriante o el constante movimiento afuera del edificio.
Avanzaron con cuidado hasta quedar frente al pequeño lobby de los ascensores, lleno óxido e inmundicia. Estefany no sabía qué hacer, a donde ir, y estando atrapada... se dejó llevar por la curiosidad. Se acercó con cautela hacia el muro lleno de orificios que había al fondo. Tenía miedo, estaba aterrada, pero miró hacia el exterior.
Una densa neblina gris impedía la visión del resto de Caracas, pero no evitaba que viera hacia abajo, de donde provenía un constante pisoteo. Una jauría bestial de huargos rabiosos, calvos y de piel roja, no dejaba de dar vueltas alrededor de la estructura. El techo del pasillo que cruzaron corriendo para entrar al edificio había desaparecido, y el camino de cemento fue reemplazado por tierra roja y grama marchita salpicada por escombros de lo que antes fuera la facultad de derecho. Se quedó embobada por unos segundos viendo el espectáculo hasta que una silueta temible bloqueó su visión. Un ciempiés acorazado de escala titánica pasó por encima del muro, haciendo sonar sus numerosas patas sobre el concreto y cubriendo por completo cada orificio con su colosal exoesqueleto.
Estefany retrocedió asqueada sin dejar de ver al frente. Por eso no vio que algo se acercaba a ella a toda velocidad y la tomaba por el tobillo, haciéndola trastabillar. Se fue de espaldas al mismo tiempo que una de las largas y filosas patas del insecto atravesaba un orificio en la pared cortando su brazo, pero no su cuello. Por suerte había sido solo un rasguño, profundo, sí, pero estaba viva.
Por el rabillo del ojo logró ver una persona moviéndose cerca del ascensor de la derecha. Justo en ese momento el ascensor de la izquierda volvió a abrirse, invitándolos a entrar.
—¡¿Qué está pasando?! —Victoria socorrió a Estefany, apretándole la herida con un trozo de tela.
—Estoy bien, tranquila, estoy bien —le insistió mientras enfocaba su mirada en el ascensor de la derecha, intentando distinguir si alguien se escondía en la penumbra. Accidental o no la habían salvado.
Cada vez se sentían más arrinconados y aunque el edificio ya no temblaba, los susurros agresivos provenientes de la oscuridad eran un tormento todavía peor. Gabriel no sabía qué hacer más que mantenerse en guardia, aunque fuese en vano. Las manos y las piernas le temblaban, en ese momento era incapaz de lanzar un golpe en condiciones, menos a un enemigo invisible.
—¡Los sonidos no paran! —exclamó Gabriel ya en su limite, sintiendo que en cualquier momento una criatura se le echaría encima a él o a sus alumnos.
—¡Y no van a parar! ¡No somos los únicos aquí! —respondió Naira a su lado—. Tenemos que seguir subiendo pisos, no podemos pararnos. Creo que la reja de atrás puede forzarse, vamos.
La chica estaba poniéndose en marcha y Victoria iba a seguirla sin miramientos, pero Estefany las detuvo, sujetando a la primera de la muñeca antes de que pudieran dar un paso más.
—Naira, no sabemos a dónde nos llevarán al subir esas escaleras, entiende. Solo subimos un piso y mira donde estamos, no creo que la respuesta sea seguir subiendo. Lo mejor será volver a bajar, como dijo Edgar.
—¿Y como vamos a encontrar a Diego si no subimos? El juego de la escalera es claro, tenemos que llegar al último piso antes que él —fue la respuesta inmediata de Naira—. Yo sé que tú lo entiendes Victoria. Es tu novio, decide que deberíamos hacer. Yo solo quiero que salgamos de aquí.
—Deberíamos... —Gabriel iba a intervenir; había recobrado la compostura al ver tan decidida a Naira, más lo interrumpieron de inmediato.
—¡No! ¡Que Victoria decida! —insistió Naira con firmeza, buscando su apoyo por todos los medios.
El peso de todas las miradas cayeron sobre Victoria; parecía incapaz de dar una respuesta rápida. Edgar y Gabriel cambiaron el foco de su atención, mirando a Naira con confusión, al igual que Estefany, que estaba boquiabierta, patidifusa ante lo que sucedía y entonces.
—Bajemos. Estamos cayendo en una trampa, tenemos que volver a bajar —expresó Victoria tras algunos segundos.
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Editado: 14.09.2023