Viernes 14 de septiembre
Le ha costado dormirse debido a la emoción. La última vez que vio la hora era casi la una de la mañana. A pesar de lo tarde que se duerme, cuando la alarma suena a cuarto para las seis, las joven se pone de pie totalmente despierta. Por lo general remolonea un poco hasta que madre llega a tirarle de la chamarra. No ese día.
Mientras madre se encarga de abrir el negocio a ella le corresponde preparar el desayuno y hacer las tareas de limpieza. Es una rutina agotadora más por lo monotonía que por el esfuerzo que supone. Es una rutina aburrida. No ese día.
Cuando termina los quehaceres del hogar a media mañana, no es una casa demasiado grande y en ella sólo viven madre y ella, a veces se excusa con alguna tarea de la escuela (aunque no la tenga) para irse a su cuarto o salir un rato con Matilde. No ese día.
Ese día es viernes. Y el chico que la mantuvo despierta hasta tan tarde pasa ese día por la casa. Muere por verlo. Quiere verlo llegar tan risueño y amistoso como en tantas otras ocasiones. Quiere verlo sonreír. Quiere que sus ojos brillen cuando la vea. Lo de anoche fue especial, lo siente, a pesar del sinfín de dudas que bailan en su cabeza.
No le escribió anoche para no agobiarlo, bueno, no mucho, un único mensajito de feliz noche y de agradecimiento por la mágica velada que pasaron juntos. El chico le dijo que se la pasó bien y también le deseó feliz noche. Eso la emociona. ¡Se la pasó bien! Ella conseguirá que se olvide de esas dos que rompieron su corazón, ella lo curará.
A partir de las diez de la mañana (que es más o menos la hora en la que él pasa) empieza a hacerse la tonta revoloteando alrededor de madre. Intenta de manera torpe que madre salga de casa o se vaya a la parte de atrás a hacer algo para quedarse sola atendiendo, pero cuándo madre pregunta “¿Esperas a alguien?”, cesa en su empeño, niega rotundamente y simplemente se queda por ahí, calladita.
A las once aún no hay señales del joven. Una hora que lleva sentada en el sofá con el celular en la mano, pero con el oído atento a cualquier señal que indique que su chico ha llegado.
―Hazte cargo ―dice su madre, provocándole un susto por aparecer a sus espaldas―. Voy a preparar el almuerzo, porque conociéndote, dejas quemar la carne.
Andrea le dedica un mohín, en la que claramente le indica que es injusta, pero no dice nada. Madre le sonríe. Andrea se queda consternada. Había complicidad en esa sonrisa, no lo imaginó. ¿La deja sola en la tienda a propósito? ¡Habríase visto!
Así que consiguió su objetivo, aunque de la manera más inverosímil posible. Estará sola para cuando Matías pase. Aunque se hace tarde.
A las once y media empieza a creer que no llegará. De inmediato su imaginación crea escenarios por los que el chico no hace su visita de rutina. El que más se repite es el que tiene que ver con ella. ¿Y si no quiere verla? Recuerda la fría despedida de anoche. La había asociado a la presencia de Matilde, que eso lo había cohibido, pero ¿y si simplemente ya se había cansado de ella?
La tortura que ella misma se provoca con mil pensamientos es lenta y desesperante.
A las doce está convencida de que no llegará. También está convencida de que es su culpa. No tiene deseos de verla, simplemente. Sin duda ahora variará su horario y hará sus visitas por la tarde, cuando ella esté en la escuela.
A las doce y media su madre la llama y le provoca otro sobresalto. Solamente la llama para comer.
Si de verdad no quiere verla, ella quiere saberlo, así que le pone un mensaje:
Andrea: ―¿No pasas hoy por el negocio de mi mamá?
El chico tarda cinco minutos en responder. La joven está a la mesa, pero como madre no está pendiente puede leer el mensaje. La joven suelta una carcajada de alivio a la vez que se llama estúpida por la de cosas que había imaginado. La respuesta es bastante simple.
Matías: ―Hasta el lunes. En la empresa nos dieron feriado hoy y mañana por las fiestas patrias.
―¿Y tú por qué te ríes? ―pregunta su madre asomándose por una puerta.
―Por nada, mamá. Cosas mías.
«Sí, cosas mías. Ya imaginaba lo peor cuando nada que ver. Lo de anoche tuvo que significar algo también para él. Nadie toma de la mano a una chica así porque sí. Ahora sólo debo procurar que se repita. Tengo que hacer que se enamore de mí. Sí, lo lograré. Paciencia, debo tener paciencia».
Con el ánimo por los cielos empieza a comer. No sospecha que su felicidad puede durar tanto como la hora de almuerzo.