—¡Julian!— gritó la niña de trenzas rubias, que corrió tras su hermano como podía con su piernas cortas —. ¡Eres odioso!
En su mente lo había dibujado como un sapo por tratarla mal. Le tenía el perfecto castigo cuando lo llegara a atrapar. Le había cogido sin su permiso el libro que estaba leyendo, y para más colmo de los colmos, no se lo había devuelto. Le había retado a una carrera. Ahora estaba ella corriendo, notaba los primeros pinchazos de cansancio en su cuerpo pequeño, y veía que su hermano se alejaba más. Era un buen deportista. ¡Maldición!
Pero se paró al igual que ella cuando vieron un carruaje con el escudo del ducado.
— ¡Su padre había llegado! El duque estaba de vuelta a casa.
— ¡Es papá! — aventuró la niña dando saltos de alegría. Fue hacia su hermano que estaba impertérrito en la acera con la mirada fija en el carruaje.
Los sirvientes, el mayordomo, la ama de llaves y su nana salieron de la mansión al escuchar el alboroto de la señorita Werrington y los cascos de los caballos sobre los adoquines del camino que dirigía hacia la casa.
Nadie se había esperado que aquel día llegaba el duque Werrington. Ni siquiera se imaginaban que el señor iba acompañado.
Cuando el duque bajó del carruaje, la niña no pudo evitar pegar un grito e ir hacia él que la cogió en sus brazos con una sorprendente sonrisa en sus labios.
Nunca había sonreído de esa forma después de morir la duquesa.
— ¿Qué tal la princesa más preciosa del mundo? — abrazó a su pequeña que se acogió a él como si fuera un monito.
— ¡Muy contenta!— exclamó, por el rabillo vio a su hermano acercarse, aún tímido.
— Padre —lo saludó con una inclinación de la cabeza.
Aunque fuera su hijo y primogénito, le guardaba mucho respeto a su padre.
—Ven, Julian —le hizo un gesto con la mano para que se acercara—. Quiero que conozcáis a dos personas muy importantes para mí.
Julian como su hermana fruncieron el ceño e intentaron mirar lo que había en el interior del carruaje. Parecía la boca de un lobo, no pudieron ver nada. La servidumbre se extrañó por las palabras del duque.
Una señora bien distinguida, elegante y con el porte de una reina bajó del vehículo dejando más de uno estupefacto. Abrieron los ojos como platos. La pequeña sintió un escalofrío recorrerle por la espina dorsal.
— Os presento a vuestra nueva madre — la pequeña se le paró el corazón—. La duquesa Werrington.
No llegaron a procesar la información cuando vieron bajar una niña con el cabello castaño y los ojos grandes de color marrón. Ninguno se le pasó desapercibido que andaba con dificultad.
>>También, os quiero presentar a vuestra hermana, se llama Diane. Tratarla como si lo fuera. Esperamos tanto la duquesa como yo os lleváis bien. Somos una familia; ahora más. No queremos que haya algún malentendido.
Diane los miró con recelo.
Julian y Cassie no pudieron evitar intercambiar una mirada.
¿Aquello qué significaba?
...
Cassie no dejaba de mirar a la que era su nueva "madre". A pesar de la mesa tan larga que había en el centro, la pequeña veía perfectamente a las personas que habían entrado en sus vidas sin previo aviso. Después de las presentaciones con la servidumbre, el duque mandó a la ama de llaves que se dispusieran las habitaciones y la cena con dos platos más. No se habían visto antes hasta la hora de la cena. Cassie intentó sonsacar respuestas a su nana, pero ella ni se inmutó en hablar sobre la señora que estaba sentada a lado del duque.
Era tan extraño, pensó la pequeña con el ceño fruncido. Hacía un año que se murió su madre, ahora tenía otra.
Julian para sorpresa de su hermana no se tomó la noticia tan mal. Incluso, como un joven caballero, trató a su nueva hermana como una más. Cassie le costó un poco más tiempo, aún no habían hablado, ni se habían tratado hasta que cenaron.
— ¿No vas a comer? — le preguntó una voz más suave, aguda y femenina.
Dejó de pensar en la duquesa, se giró y vio a Diane con la mirada fija en su plato.
— No tengo mucha hambre — hizo una mueca y apartó la comida.
— No tengo mucha hambre — hizo una mueca y apartó la comida.
—Yo tampoco —sonrió de medio lado y Cassie le pareció menos fría
— Esto es demasiado grande para mí — señalando el comedor.
Musitó tan bajo que apenas la escuchó.
— No te preocupes, la casa impresiona mucho pero te llegarás a acostumbrar. Mi hermano y yo te ayudaremos.
Otra vez la pequeña sonrió contagiando a Cassie.
— Gracias — dijo con timidez y añadió: — Tu hermano es muy divertido.