Cassie escuchó unos golpes en la puerta. Antes de preguntar, una pequeña personita se asomó por la puerta.
— No puedo dormir —se justificó Diane y fue lentamente hacia la cama. Llevaba graciosamente una cofia en el pelo.
La otra niña se enjuagó las lágrimas y vio como su hermanastra intentaba subir a la cama.
—Espera, coge mi mano — le dio un impulso y la otra niña estaba en la cama.
—Has estado llorando — señaló con el dedo el rastro húmedo que había dejado las lágrimas —. ¿Por qué?
— No me encuentro bien —intentó sonreír pero no pudo.
—Yo cuando estoy triste, intento pensar en cosas bonitas. O eso intento —su expresión se tornó pensativa. Cassie agradeció sus palabras.
— No me esperaba que tuviera una madre y una hermana —le dijo con sinceridad.
Diane jugueteó con el borde de su camisón.
— ¿No te agradamos? — preguntó con cierto temor en la voz.
Se le veía los ojos más grandes. Cassie asintió y negó a la misma vez.
—Diane, no eres tú...
— Es mi madre —se produjo un silencio entre ellas dos hasta que la niña de cabellos castaños rompió el tenso momento que se había creado -. Bueno, quizás no sea la madre más cariñosa pero no es tan mala como crees.
— Ya ... -—se encogió los hombros.
—Verás que al final te agradamos - trató ser optimista.
Cassie se rio y Diane le siguió.
En la habitación se pudo escuchar risas musicales de las dos.
— Me alegra que no estés llorando.
—A mí.
...
Un mes después.
La situación entre la duquesa y su hijastra no había mejorado mucho. Aunque delante del duque fingían llevarse cordialmente bien, se notaba a la legua que el ambiente era tenso entre ellas. Al menos intentaban ser educadas la una con la otra, de cara a la galería. Aun así, no se esforzaban en caerse bien cuando se encontraban a solas.
Sin embargo, no era todo color negro en la vida de la hija de Werrington. Gracias a la llegada de Diane, Julian se veía más amable y menos retraído, no había tantas peleas como antes. Un día cuando los tres fueron a pasear por los alrededores de la casa, se encontró inesperadamente con que su hermano había cogido la mano de Diane. Dándole su apoyo en el paseo. A veces, le costaba caminar paseos largos.
Al contemplar este tierno gesto compartido por ellos dos; no se apartaron ni se asustaron por haberse sido pillados, aunque podía decir que las mejillas de la niña se sonrojaron. Cassie no se podía imaginar que su hermanastra estaba albergando sentimientos por Julian. Lo sabría más adelante cuando pudiera comprender esas emociones fuertes que sentían los adultos. Por ahora, vivían en la mágica inocencia y pureza de la amistad.
—Es precioso este lugar —comentó Diane maravillada por las vistas.
La mansión del duque era impresionante, y más si uno lo veía desde lejos con todo ese escenario verde de la naturaleza, los árboles, el campo... Incluso, el lago que estaba delante de la casa era magnífico aunque daba un poco de miedo meterse y adentrarse en esas aguas. Uno no sabía de cuanta profundidad había.
— Lo es — concedió Cassie —, Devonshire es precioso. No hay otro lugar como este.
Se horrorizaría pensar que algún día se tuviera que marchar. Era su casa donde había nacido, donde se había criado y donde tenía recuerdos aún de su madre. Si algún día se fuera, una parte de ella se moriría. No toleraba esa idea.
—Sí — asintió Julian y se fijó que dos jinetes se estaban acercando. Diane nerviosa ante la perspectiva de encontrarse con desconocidos, se escondió tras la silueta del joven.
Cassie casi soltó una palabrota. Eran los hijos mellizos de sus vecinos Perrowl: Ophelia y Peter. Precisamente, no era que se llevaran de maravilla. Pero su soberbia y su petulancia los superaban.
—Oh, mirad. Hay alguien nuevo — dijo Ophelia con altivez —, ¿No nos la presentáis?
Julian miró a Diane y se aventuró a dar un paso con intención de protegerla.
—Ophi, déjalos. No será nadie importante —Peter no apartaba la mirada de Cassie.
— Eh, tú, un respeto —se sobresaltó la pequeña. No permitiría las faltas de respeto y menos hacia sus hermanos—. Es más importante que tú, Peter.
—Vaya, vaya - una sonrisa amplia se dibujó en el joven jinete -. La diablesa saca sus garras.
—¿Por qué no os marcháis? Nadie os ha invitado — inquirió Julian.
— Vamos, Julian —dijo Ophelia en un tono meloso—, No nos pongamos mal. Venimos porque teníamos curiosidad por vuestros nuevos invitados.
—No son invitados; es nuestra familia — replicó Julian.