Los ojos le pesaban cuando parpadeó, se sentía con mil agujas en el cuerpo como si hubiera dormido en una mala postura. Notaba bajo los dedos que estaba tendida sobre algo cómodo, suave y blando. Intentó levantarse pero alguien le puso una mano en su hombro con delicadeza para que volviera a tender. Gimoteó y abrió los ojos. La realidad la golpeó de nuevo llevándola a ese estado de inestabilidad e inseguridad.
- Tranquila... - esa era la voz de su hermano. ¿Julian?
¿Qué había ocurrido? No se acordaba de nada desde el momento que se desmayó en el burdel. Aún recordaba como mil cuchillos que atravesaran la carne el beso de Peter con esa mujer. Le dolía y sintió el agolpamiento de las lágrimas en los ojos.
- Eh, no te sientas mal - giró la cabeza y perfectamente vio a su hermano.
- ¿Julian? - su voz sonó como un graznido - ¿Qué pasó?
Sus ojos volaron por la estancia y frunció el ceño. Ese no era su dormitorio ni el de su hermano.
Era bastante masculino... ¿Dónde estaba? Si no fuera porque la presencia de su hermano estuviera allí, se habría asustado. Se fijó que su hermano la miraba con compasión. No había censura en sus ojos azules. Al menos para su corazón roto era un poco de alivio.
- Nuestro primo Matthew me envío una nota - Cassie sintió que se quedaba sin respiración al escuchar el nombre de su primo - el que me decía que me necesitaba porque te encontrabas mal. Nunca me esperé en medio de la madrugada una nota así. Menos mal que padre estaba dormido.
Había omitido lo del burdel. Tampoco le comentó que Matthew estaba encolerizado y nervioso cuando se encontró con él. Aún no sabía el porqué de la visita de su hermana en aquel lugar.
- ¿Matthew?- cabeceó negándose a la verdad - No puede ser.
- Sí, ha sido muy amable de su parte - su tono era pausado y tranquilo -. Estaba en el burdel cuando te habías desmayado. Él creyó que la mejor opción era llevarte a su casa y mandarme una nota para que te recogiera.
Cassie no habló. Estaba atónita y observó a su alrededor la alcoba del hombre, cuyo dueño era su primo. Ese hecho le provocaba un inesperado nerviosismo por el cuerpo como si fuera mil hormiguitas andando por su piel.
- Sé que no estás bien. Por eso más tarde hablaremos - le dio un beso tierno en la frente -. No te culpo de nada, pero me gustaría saber tus motivos. Te espero en el vestíbulo. Padre aún no sabe de tu salida y es hora que volvemos a casa. No te preocupes; esto lo mantendremos en secreto.
- Gracias - le susurró antes que él se marchara y se quedara sola. En la habitación reinaba el silencio. Suspiró antes de levantarse.
¿Cómo de pronto su mundo había cambiado de un solo plumazo? Hace un mes estaba feliz por el compromiso con Peter y ahora todos sus sueños habían acabado siendo arena. ¡Cómo dolía! Apoyó una mano sobre el estómago, tenía una sensación de ahogo.
Agradecía que su hermano le había dejado un momento de soledad; no le gustaría que la viese hecha una magdalena. Dio un respingo cuando escuchó abrirse la puerta.
- Julian, estoy bien - palmeó rápidamente las lágrimas del rostro - Voy salien... - su voz murió cuando vio que no era su hermano el que entraba por esa puerta.
Sino otro.
Matthew.
El hombre de cabellos morenos se acercó a ella. No habló; en cambio su mirada era tan intensa que la abrumó. Ella tampoco apartó la mirada de él, se sentía atrapada por ese mar negro que era sus ojos.
- Lo siento.
¿Él le estaba pidiendo disculpas? Se contuvo en retroceder un paso atrás cuando él alzó la mano con tiento y atrapó con sus dedos las lágrimas que recorrían por su rostro. Esa caricia la desarmó, la dejó sin defensas.
- No es el momento indicado para pedirte disculpas - esbozó una media sonrisa que mostraba culpabilidad -. Pero creo que te merecías que me disculpara después de la situación que creé. No ha sido agradable para ti.
Un pensamiento fugaz se le pasó por la cabeza. Abrió la boca y preguntó:
- ¿Fuiste tú quien me mandaste esas notas? - su voz temblaba. Todo su cuerpo.
El corazón le latía tan fuerte. Él no dijo nada. Su silencio hablaba por él.
- ¿Desde cuándo lo sabes? - se acercó acortando la distancia entre ellos. Lo cogió de las solapas de la chaqueta, lo zarandeó al no obtener una respuesta por parte de él - Dímelo.
- No es relevante - ella negó con la cabeza y la furia que llevaba contenida por dentro estalló.
- Te das cuenta que una vez más me has destrozado - soltó la chaqueta y le empezó a golpear el pecho con las manos -. ¡Me has hecho daño otra vez!
Matthew permaneció en silencio y dejó que la muchacha soltara lo que llevaba por dentro. Si era odio hacia él, era bienvenido mientras que no la viera llorar. Ni sentir lástima por sí misma. Porque al verla vulnerable se le estrujaba el corazón.