La duquesa Werrington mantenía una prudencial distancia con lord Perrowl, desde que su marido habló con él, este había intentando citarse con ella pero se negó a verlo. Se imaginaba sus razones para verla. No era nada menos que para sus respectivos hijos volvieran a comprometerse.
¡Qué iluso era! pensó con saña. Había sido un poco estúpida, lo tenía que reconocer, al haber mantenido una relación con él. Había sido una locura tonta de la cual se arrepentía. La próxima vez mantendría la cabeza en sus hombros. Además, no quería que el duque sospechara de ella. Tendría que ser cuidadosa en sus pasos.
Lanzó la última carta de su ex-amante al fuego, que había recibido esta mañana, sin tener remordimiento, ni una pizca de nostalgia. No le excitaba la idea de volver a verlo como antes le había ocurrido al principio de la relación. Ese cosquilleo de la novedad, la excitación del engaño y el peligro de ser descubiertos ya no la atraían.
- Excelencia - Mary la llamó -. El carruaje está listo; la están esperando.
- Gracias - se atusó el pelo y cogió el chal, antes de abandonar la habitación, le dijo a su doncella -. Si ves alguna carta, tírala al fuego. No quiero saber nada de ese señor. El duque se enfadaría; no queremos que ese hombre o alguien de su familia nos moleste ¿Lo entiendes, Mary?
- Por supuesto, excelencia.
Isabelle alzó la barbilla y se marchó. En esa tarde tenía una merienda en la casa de los Howard, para celebrar una de esas aburridas reuniones antes de la celebración de la boda entre su hijastro y la señorita Howard. Pensar en ellos, se le vino a la mente su hija. No era tonta, ni ciega que su hija Diane, durante el tiempo que había estado con ellos viviendo, había albergado sentimientos para nada fraternales hacia Julian. Si se había mantenido al margen de los sentimientos de su hija era porque sabía que ella no iba a atreverse a dar ese paso. Además, sería dañino para la familia que lo hiciera. Era prohibido. Lo sería hasta el día de sus vidas. Por ello, no se metió por medio. Haría bien que su hija no volviera hasta que la boda se celebrara. Sería doloroso.
A veces era preferible no enamorarse. El hecho de hacerlo daba dolor de cabeza. Menos mal que ella en su vida no se había enamorado. Ni de su primer marido, ni el actual. Uno debe alejarse en cuanto a sentir, sino sería débil y manejable a manos de los hombres.
- Yo, Isabelle Werrington, soy la dueña de mi vida y la que tengo el poder y nadie me lo quitará - se dijo a si misma, consciente que nadie la estaría escuchando.
Dibujó una sonrisa falsa en su bello rostro y subió al carruaje, donde su marido la recibió con su habitual beso en la mejilla. ¡Lástima que su corazón no se moviera ni un ápice por el duque! A diferencia de otros hombres que había conocido, él era diferente. Atento, cariñoso y leal. Queriendo no profundizar ese tema le preguntó:
- ¿Cassandra y Julian? - preguntó mientras se ponían los guantes.
- Están en el otro carruaje.
Isabelle asintió y permitió que su marido la mimara un poco más.
Tenía un largo trayecto hacia la casa de los Howard, situada en las afueras de Londres, en una campiña. También, habían sido invitados a cenar y quedarse hasta el día siguiente. El señor Howard quería colmar de atenciones a su futura familia política. El viejo zorro no quería hacerles sospechar la mala racha económica que llevaba, así que había montado una merienda y la posterior cena para deslumbrarles con unos lujos falsos y mediocres.
En el otro carruaje...
Julian no paraba de enumerar y alabar las virtudes de su futura mujer hasta el punto que Cassandra quiso taparse los oídos. Era tan pesado. El amor parecía flotar a través de las palabras de su hermano.
- Julian, detente - le entró la risa al ver el ceño fruncido de su hermano, muestra que no le había gustado que lo interrumpiese -. Entiendo que estás enamorado. Eres mi hermano y te quiero mucho, pero si me dices una vez más: " es el cielo reencarnado, la flor aterciopelada...", me tiro del carruaje.
Sus palabras hasta ella le habían sonado cómicas.
- Tienes razón, quiero que salga todo bien - Cassie se inclinó y con el pulgar tocó la arruga que se le había formado en la frente -. Me da miedo.
- Porque haya salido mal el mío, no quiere decir que el tuyo salga mal - intentó poner una sonrisa pero le salió una mueca.
- Lo siento - Julian le cogió la mano y le dio un apretón como disculpa -. No era mi intención que lo volvieras a recordar. Debo ser menos pesimista y no preocuparme tanto.
- Esa es la actitud - comentó Cassie. Sin embargo no sentía alegría, ojalá la sintiera por la felicidad de su hermano. Pero aún recordaba a su hermana, esta no le había dado aún una respuesta acerca de asistir al enlace.
Notó la mirada de su hermano sobre ella y le preguntó como si le leyera el pensamiento.
- ¿Sabes algo de ella? - carraspeó nervioso. Ella se refería a Diane.