El ruido de una puerta abrirse y cerrarse despertó a la bella durmiente, pero fue un despertar lento ya que no quería levantarse. La luz de una nueva mañana cegó por unos instantes sus ojos adormilados.
—Noo — gimoteó y remoloneó un poco más.
Estaba muy cómoda en la cama. Además no quería enfrentarse a un nuevo día y descubrir que lo ocurrió fue un bonito sueño. Pero no fue un sueño, fue algo más. Cuando abrió los ojos un tropel de imágenes desfilaron por su mente haciéndola sonrojar. Se tapó la cara con las manos sin creer aún que lo que había vivido con Matthew había sido real. Él había estado con ella aunque no hicieron el amor como le hubiera gustado. Sí, había querido ser suya. Pero él había actuado como un caballero. Debería sentirse avergonzada de sus actos nada pudorosos pero no se sentía mal. Lo amaba. Reconocerlo se le insuflaba el pecho de una extraña felicidad aunque un pelín amarga. No se olvidaba que en la vida de Matthew había otra mujer: lady Cortimer.
Recordar a esa mujer se le agrió el humor. Claramente, él podía sentir algo por la feliz viuda, era su amante. ¿Quién le iba a decir que terminaría su relación? No era nada seguro. Además, lo que había pasado ayer en esas cuatro paredes no le aseguraba que Matthew albergara sentimientos por ella cuando más de una vez la había rechazado.
—Buenos días, pequeña —su padre, el duque, apareció sin previo haciendo que la joven se sorprendiera de su repentina visita—¿Quería ver cómo estás? Ayer nos dijo Matthew que te encontrabas mal y habías ido a tu habitación.
Claro, Matthew. Un bonito sonrojo coloreó sus mejillas.
— No me sentía bien —una parte era verdad —. El ruido y la gente me agobiaron. Tuve que retirarme. Ahora me encuentro mejor.
Recibió un beso paternal en la frente.
— Me alegro, tu hermano se ha ido hace una hora para la luna de miel. Querría haberse despedido de ti.
—Lo siento — darse cuenta que no vería a su hermano un largo tiempo, le entristecía y más cuando se había quedado sin sus dos hermanos. Diane iba de viaje y Julian había hecho lo mismo pero con su esposa.
Estaba sola en casa.
— No te preocupes. Tu doncella te ha traído el desayuno, come y recuperas fuerzas. Tu madre y yo tenemos pensado de hacer un pícnic a la hora de almorzar.
La joven asintió fingiendo alegría. No le apetecía un pínic. Quería... Se regañó por ello. No podía ir a Londres sin ninguna excusa convincente. Ir solamente acompañada por su doncella podía levantar sospechas. Algo tenía que hacer. Quería verlo.
A pesar que no estaba de humor para asistir a una comida familiar, en la que estaría su madrastra, se relajó en el campo. La cocinera había preparado unos manjares exquisitos para unos paladares exigentes. Isabelle como siempre se mantenía callada y respondía cuando su marido le preguntaba. Cassie prefería su silencio respecto a ella que sus regañinas. Descansó sobre la manta colocada encima del césped. Aunque las puntas de la hierba pinchaban, se tendió. Su mente voló hacia Matthew y su corazón latió como un colibrí. No podía dejar de pensar en él, sus besos, sus fervientes y ardientes caricias. Aún podían sentirlas en la piel. Si algún momento pensó que él la abandonaría cuando le pidió que se quedara, se equivocó totalmente. Había sido maravilloso el tiempo que pasó con él aunque fue breve y, más que posible, no se repetiría de nuevo.
—¿Estás segura? -— le preguntó a un milímetro de sus labios —. No quiero hacerte daño.
Ella asintió estremecida por su cercanía a su cuerpo. La miró con intensidad. Su mirada quemaba. Ardía por donde sus ojos se posaban. Cogió su rostro y posó su frente sobre la de la joven. El ambiente se cargó de una tensión sexual no resuelta.
— Podré dártelo pero... mi pequeña no habrá más — Cassie cerró los ojos sabiendo que él cuando se fuera de la habitación, no se volvería a repetir.
Rindiéndose a lo inevitable, él se abalanzó sobre ella y la besó con malsana locura, despertando el deseo con más fuerza, reviviendo las llamas que los devoraban y los consumían. Ambos temblaron y desearon arrancarse las ropas que impedían que sus pieles se tocaran. Pero él quería mantener un poco de cordura, no quería corromperla arrebatando su virginidad, la oportunidad que ella tendría de ser pura y poder casarse con el hombre que le convenía. Porque él seguía pensando que no podía estar en su vida. Ella merecía un hombre que fuera un caballero con ella, no él con sus propios demonios e inseguridades. Cuando temía querer y que se le fuera arrebatado. La felicidad era para los afortunados y Matthew no se consideraba estar en ese grupo.