No me doblegaré #1 Saga Pasiones Ocultas

Capítulo 37: Hielo y fuego

El trayecto de vuelta a Devonshire no fue tranquilo para los corazones de Cassie y Matthew.  La joven se sentía en parte traicionada. No podía evitar sentir algo de resquemor hacia él ya que le había ocultado una información muy importante. Sin embargo, ese sentimientos y el saber la verdad no paliaban la culpa que le embargaba por cada rincón de su ser. 

Debería estar en paz consigo misma porque, por fin, sabía que no era la directa culpable de la muerte de su padre, sino era la duquesa. El hecho que fuera ella le llenaba de rabia e impotencia. Aun así por más que la odiara, no ayudaría que su padre volviera entre los muertos. ¡Cómo deseaba que fuera así y le dijera que todo marchara bien!

Miró por unos minutos a Matthew, que seguía respetando su espacio, del cual ella misma había impuesto. Se le encogía el corazón verlo serio, parco de palabras e inalcanzable. Tenía los labios apretados en una línea fina y los brazos cruzados en su duro pecho. Era lo mejor. Si llegara él a tocarla, se rompería. No podía acercarse a él. No estaba bien emocionalmente.  Aunque su corazón lo aclamara, el orgullo se lo impedía. No era solamente el orgullo. Estaba en un pozo negro del cual no quería salir a raíz de la muerte de su padre.  Es verdad, que respiraba, que sentía la sangre recorrer por sus venas... pero no se sentía tan fuerte como antes creía que era. Tampoco lo suficiente para luchar y seguir amando con la misma intensidad a Matthew.

Una lágrima solitaria recorrió por su mejilla.

Lo amaba. ¡Quién dijera lo contrario, mentía! Pero... No era ella. ¿Cómo le podía decir a Matthew que una parte de ella, desde el día fatídico, había muerto?, ¿cómo le podía decir que ahora era ella la que tenía miedo de amarlo, más allá de la locura, y perderlo? Sí, tenía un profundo miedo que le paralizaba. No lograba quitárselo. ¡Cuánto dolía ver que por su actitud su amado sufría en silencio!, ¿quién le diría que se cambiarían los roles?

Desde el momento que rompió el abrazo, no habían vuelto hablarse o tocarse. Eran como dos fríos extraños. Eran conscientes el uno del otro, pero no había palabras entre ellos. Con el corazón encogido apartó la mirada hacia el paisaje de Devonshire. El tiempo estaba nublándose y el viento arrecía. Se echó el chal encima intentando no sentir frío. Pero lo sentía. Los nublos negros eran como señales de una noche tormentosa.

Matthew guardaba silencio. Igual que ella. Llegaron a Devonshire con el ambiente tenso. Cuando llegaron a casa,  se había desatado una fuerte tormenta. 

 Cassie corrió hacia la casa para que no se mojara pero no pudo esquivar el manto de agua que caía. Guiñó los ojos intentando localizar a Matthew y vio que no la seguía. Se había ido en el carruaje. Quizá a llevar los caballos a los establos.

Continuaba dándole espacio. Un nudo se le creó en el estómago. ¡Tú misma te lo has buscado!, le gritó una vocecilla interna. El nudo creció cuando entró en casa y le dio la bienvenida el silencio. No tardaron en recibirla el mayordomo y la ama de llaves. No dieron muestras de sorpresa al verla con esa guisa. 

—Señorita, ¿el señor Lombard? — le preguntó la ama de llaves.

El nudo que tenía le costó a hablar. Carraspeó y los miró.

— Ha ido a los establos — se encogió de hombros. No le pasó desapercibido la mirada que intercambiaron tanto el mayordomo como la ama de llaves — Podría decirle a mi doncella que venga a mi habitación. También, necesitaría un baño, por favor.

Theresse asintió y Cassie se dirigió hacia su dormitorio dejando charcos de agua a su paso. En cuanto estuvo en la habitación, cerró la puerta. Apoyó la frente sobre la impoluta blanca madera de la puerta. ¡Estaba agotada! Las emociones, que había sentido, le habían destrozado los nervios. Aún tenía un agujero en el pecho. 

Ese agujero... Negó con la cabeza. Intentó mantener la mente en blanco pero las aguas negras de la pérdida la volvieron azotar. 

Unos golpes en la puerta la asustaron. Por unos segundos, su corazón quiso que fuera él. Sin embargo, cuando abrió la puerta vio a su doncella, Sandy. Detrás de ella, dos sirvientes llevaban cubos de agua caliente.

— Gracias  —dijo a los sirvientes que llenaron la bañera de agua caliente. Cuando acabaron de llenarla, se fueron. 

Se topó con el ceño fruncido de su doncella.

— Señorita, debe cambiarse rápidamente de ropa. Se va a constipar.

Casi le hizo sonreír. 

— Sandy, estaré bien. Ahora mismo me cambio.

Lo hizo, dejó la ropa encima del biombo y fue hacia la bañera.

— Mientras se va metiendo recogeré la ropa e iré a por toallas calientes.

— No te molestes — pero ya la doncella se había ido.

Un suspiro de placer salió de sus labios cuando notó el agua cálida rodeando y calentando cada miembro de su cuerpo. Estaba aterida de frío. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.