No me doblegaré #1 Saga Pasiones Ocultas

Capítulo 40: La soledad es una fría compañera

Londres

El fuerte y ardiente sabor del whisky que se deslizó por su garganta no le alivió ni suavizó el dolor que le roía por dentro. 

Miró ausente el vaso casi lleno entre sus manos. ¿Era su tercera copa la que tomaba? No se acordaba. ¿Cuarta o quinta? Bebió el resto para luego echarse otra copa. Cuando tomó la licorera que contenía el whisky se dio cuenta que apenas quedaba. Resopló y se repantigó en el sofá del salón. Estaba solo, o eso creía, porque Gregory no estaba a su alrededor como había hecho una hora antes cuando le dijo que la bebida no ayudaba en nada. 

¿De verdad? Al menos su mente estaba embotada. Como si estuviera en una especie de nube aunque su corazón seguía destrozado. 

Como el de su amada.

"Cassie", salió de sus labios con un ronco y amargo sonido. 

Quería olvidar el daño que le había hecho. Pero era irreparable. Por su acción inconsciente los había perjudicado a ambos.

Era mejor olvidar. Se puso en pie con paso tambaleante para buscar más alcohol pero no dio más dos de pasos cuando se cayó de bruces al suelo. Soltó un quejido cuando sus huesos chocaron contra el duro suelo. Ni siquiera la alfombra amortiguó el golpe.

"Eres un estúpido", se dijo aunque no se refería por la torpe caída al suelo. Era... En su mente vino de golpe y porrazo la mirada desprovista y vacía de emoción de su amada cuando le pidió que se marchara con sus pertenencias de la casa. Parecía una reina en su trono de hielo, inaccesible. Sólo fue unos breves segundos, un parpadeo, pudo discernir el dolor oculto en su mirada. 

Le había hecho tanto daño.

"No eres un estúpido, sino un malnacido", se corrigió. Sus labios se movieron en una mueca sarcástica. 

Esa mirada que recordaba aún permanecía muy dentro de él. ¿Quién le diría que esa tarde su mundo se rompería en mil añicos? 

Después que Edward le soltara aquella bomba, él fue corriendo para hablar con Cassie y, pedirle perdón si era necesario de rodillas, pero en aquel momento supo que no le serviría. Nada compensaba lo que le había hecho. Lo sabía bien. Había sobrepasado el límite, y Cassie no se lo iba perdonar. ¡Quería maldecir su certeza!

 Así fue. La joven no quiso hablar con él. Pasó la noche desvelado y apostado en su puerta. Fue una tortura encontrarse con la puerta cerrada. Pidió que le abriera pero no le abrió esa noche. Suplicó en más de una ocasión pero la puerta no se abrió. Su silencio respondió por ella. 

Hasta   la mañana siguiente, ella dejó que pasara. Estaba muy equivocado si ella le iba a dar la oportunidad de explicarse. 

— Cassie, por favor...

— No me llames por mi nombre - intentó acercarse pero ella retrocedió con los ojos bien abiertos, en alerta.

Mirarla y no tocarla fue doloroso para él. Fue como si un puñal se le clavara en la carne y se hundiera más profundo.

Perdóname.

Pero su ruego cayó en un saco roto cuando ella lo miró con ojos cristalinos, vacíos de sentimientos. No había dolor, ni rechazo o algo de amor. No había nada.

Quiero que te marches cuanto antes de Devonshire - fue tajante y firme.

No le tembló la voz.

No...

 Harás lo que te digo, al menos, respeta mi decisión. Recoge tus pertenencias y vete. 

Se dio la vuelta para no verlo y se mantuvo erguida dándole la espalda.

— Veo que con mi perdón no me servirá. Te he herido de muerte por mi imprudencia. No solamente a ti, sino a mí. Respetaré tu decisión... Pero antes de irme, quiero que me escuches.

 Ella parecía lejana de allí. De él.

Lo que ha ocurrido no lo tenía planeado. Cuando te hice esa promesa rompí con ella. A la única que quiero es a ti  — quiso gritar desesperado e impotente, porque sus palabras no  valían para ella. 

No curaban el dolor que ella llevaba. O mejor dicho su traición porque la había traicionado. 

 Entiendo que me pidas que me vaya. Eso haré. Pero no quiero que pienses que te irás de mí. Te has metido debajo de mi piel y de... mi corazón. Es tuyo, seguirá siéndolo.

Obtuvo como respuesta su tenso silencio.

 Adiós, Cassandra.

Se acercó a ella y alzó la mano como si fuera a coger su mano y grabar su suave tacto en su recuerdo  pero observó que ella no se daba la vuelta. No le dirigió la palabra, ni se movió para despedirse.

 

—Señor, levántase. El suelo está demasiado duro para estar acostado.

La voz de Gregory molesta como un mosquito le llegó a sus oídos.

— Déjame — gruñó pero su hombre de confianza no le hizo caso, sino que lo trató de levantar y lo ayudó a que fuera a la cama. 




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