En esa noche Cassie estaba en casa de Melly planeando su viaje hacia Brighton. No tenía pensado quedarse por más tiempo en Londres, sobre todo, cuando su embarazo se podía notar en tres meses. Sabía que Devonshire no podía volver porque en cualquier momento su madrastra se haría con el control de la mansión y ser la dueña poderosa que era por derecho y por ley. No quería que ella sospechara el leve rumor de su preñez.
Antes le habría dolido ver que su casa de la infancia y niñez pasara a manos de su cruel madrastra, pero ahora poco le importaba. Había sido su hogar hasta ahora; a partir de ese momento comenzaba un nuevo rumbo en su vida.
— Puedes quedarte más tiempo — la voz de Melly se impuso sobre sus pensamientos.
Su mirada voló de su maleta hacia ella.
— No puedo — había muchas razones para ello.
Uno de ellos, su bebé. El otro era que no quería encontrarse con Matthew. Su reciente encuentro en esa misma mañana aún volaba por su mente torturándola. Como era una masoquista con ella misma, repetía el momento que habían tenido en el pequeño vestíbulo antes que cierta bruja le interrumpieran. Metió con furia varios utensilios personales en la maleta.
— Es en serio, Cassandra. Puedes posponer el viaje más adelante — negó con la cabeza — . Si piensas que nos molestas a John y a mí, te equivocas. Estamos encantados que estés aquí. Además, podemos aprovechar el tiempo y hacer cosas juntas.
— No, Melly. Te lo agradezco de corazón — suspiró y le cogió las manos, dándole un apretón cariñoso — . Eres una gran amiga pero me tengo que ir.
— ¿No te puedes esperar hasta que llegue tu hermano? Brighton no lo conoces y tendrías que ir acompañada.
Frunció el ceño.
— No voy a esperar a mi hermano. Julian está de luna de miel — aún le extrañaba que no le hubiera contestado sus cartas, incluso, el abogado de la familia había intentado contactar con él y no había tenido resultado alguno.
Tampoco de Diane. Esta seguía de viaje por Europa con su tía. Le apenaba que cuando sus hermanos llegaran, ella no estaría ahí para recibirlos. Intentaría de nuevo mandarles alguna carta pero tenía el presentimiento que no les llegaría.
— Sandy será mi acompañante, ha sido una buena compañía. No te preocupes, Melly — su amiga empezó a llorar y la abrazó.
— Te echaré de menos, Cassie. Para lo que necesitas, nos tienes a mi marido y a mí — esa tarde le había confesado su estado en privado.
Sólo lo sabía ella. Esperaba que nadie más lo supiera. Ni siquiera Matthew. Él estaba desterrado de su vida y quería que lo estuviera así para siempre.
"Pero no de tu corazón", le susurró su voz interna.
Ya intentaría arrancárselo de su pecho.
— Te avisaré cuando nazca. Necesitará una madrina — sonrió con las lágrimas deslizándose por sus mejillas.
— Ohhh, Cassie — las dos volvieron a abrazarse queriendo que al menos durara ese momento porque no sabía cuánto tiempo tendría que pasar para verse.
Un estruendo fuerte sonó en las cuatro paredes del dormitorio del señor Lombart cuando este lanzó una botella entera contra la pared, provocando una gran mancha en el papel y mil trozos de cristal esparcidos por el suelo.
— Esa zorra lo pagará bien caro, Gregory —juró —. No creía que estuviera embarazada. Lo peor que me haya mentido, me ha engañado de una forma tan vil, matando a un ser que ni siquiera le había dado la oportunidad de nacer.
Esa mujer iba a pagarlo, no sólo por haberle mentido, sino también por haber sido la peor de las mujeres y haber tomado una decisión que no le correspondía hacer.
— No se castigue, señor.
— Tienes razón, no tiene sentido castigarme.
Le apenaba saber que su hijo no neonato nunca nacería porque no estaba vivo, sino muerto por el egoísmo de esa mujer.
Fue hacia el escritorio y, con una idea en mente, comenzó a redactar una carta.Una sonrisa malévola se dibujó en sus labios.Iba a disfrutar de cada segundo de su caída.
Al día siguiente, el señor Lombart se levantó como si el día anterior no hubiera ocurrido nada. Aunque se podía denotar debajo de sus ojos unas ojeras que mostraban no haber dormido en toda la noche. Su hombre de confianza se abstuvo en preguntarle. Era mejor no hacerlo cuando no se encontraba de buen talante. Mientras su señor se iba a desayunar, alguien tocó a la puerta. Lo que no se esperó era ver una mujer encorvada y temblorosa, oculta tras una capa.
— No damos lismona, señora — pero esta mujer trasmitió un sonido lastimero que le preocupó.
Cuando la mujer lo llamó por su nombre en un susurro roto se asustó de verdad.