Brighton
Brighton era una ciudad situada en la costa sur de Inglaterra. La construcción del ferrocarril había permitido que muchos turistas pudiesen viajar a esa zona costera, donde era muy frecuentada por gente adinerada y aristócrata. También era un lugar tranquilo. Los habitantes de allí vivían de la pesca y de la hostelería.
Por suerte para Cassie y su doncella Sandy no tuvieron problemas en localizar la casa de que le había dejado a la joven como herencia. Estaba más apartada de la ciudad pero no estaba lejos, casi cerca del acantilado y abajo se podía ver la extensa playa de arena blanca. El problema que se encontraron fue la casa vacía y polvorienta.
—Podría estar peor —dándose ánimo. Miró a su doncella que se había quedado lívida.
— ¿Viviremos aquí, señorita? —la casa vacía, y a oscuras, no daban un aspecto halagüeño. Parecía fría e inhóspita.
—Sí, será nuestra casa — levantó la barbilla, orgullosa que esa casa de ladrillo fuera su nueva casa.
Sin esperar más tiempo entró en el vestíbulo. Fue directa hacia las ventanas y abrió los postigos que estaban cerrados. Un montón de polvo se levantó provocando estornudos a la joven.
Sandy la ayudó y empezó a abrir las demás ventanas de las otras habitaciones para que hubiera luz. Ya no parecía tan siniestra como antes, aunque viendo mejor, las paredes necesitaba una manita de pintura. Estaban descoloridas.
—Creo que tendremos que buscar personal, señorita — dijo cuando se pararon descansar.
Cassandra le tuvo que dar la razón, allí necesitaba más de una mano si quería que la casa estuviera decente más pronto. Si solamente lo hicieran las dos terminarían en un año.
—Esta tarde pondremos un anuncio en el periódico y esperamos que alguien venga.
La ciudad de Brighton no era tan grande como Londres pero había muchos puestos y hoteles. Fueron a la prensa local donde pusieron el anuncio. No tardaron en hacerlo y cuando tuvieron la intención de regresar al hogar y escuchó un grito femenino.
— ¡Cassie!— antes de darse cuenta fue abrazada por una muchacha que hacía tiempo que no veía y a la que conoció bien en ese internado infernal.
— ¿Amanda? Ohhh, ¡Eres tú! — se emocionó al reconocerla y respondió al abrazo — . ¿Qué haces por aquí?
Las dos jóvenes se rieron y se echaron un vistazo, sin poder creer aún que estaban cerca la una de la otra.
— Eso mismo te iba a preguntar yo — sin borrar la sonrisa de sus labios —. Robert y yo nos hemos mudado aquí.
Parpadeó.
— ¿Robert y tú? — no le pasó desapercibido el brillo especial de su amiga.
No llegó a escuchar su respuesta porque precisamente el susodicho hizo su aparición cogiéndola en volandas.
— ¡Bájame! — gritó y se sujetó bien para que las faldas no volaran. Le daba una vergüenza enorme de imaginarse que alguien viera su enaguas.
— Hola, pequeñaja — tuvo cuidado en bajarla, Cassie hizo un esfuerzo por no vomitar ahí mismo. Contuvo una náusea y esbozó una feliz sonrisa —. Aunque no tan pequeñaja.
— Hace tiempo que no nos hemos visto.
— Sí, y te tenemos que contar un montón de cosas — dijo Amanda emocionada y le cogió las manos de Cassandra —. Si quieres, te invitamos a un té. Hay un lugar muy bonito y acogedor.
— Está bien, pero antes os presento a mi doncella, Sandy, estos son mis dos buenos amigos Robert y Amanda...
En esa misma tarde, en ese restaurante tan acogedor como había dicho su amiga, se contaron un montón de cosas. Una de ellas, la que se imaginó Cassie desde que los vieron juntos, sus amigos se casaron después de un año que ella se fuera. Verlos los dos juntos y dichosos le alegró pero una parte de ella envidió esa felicidad. No pudo evitar que un vacío se creara en su estómago... Mientras daba vueltas a la cucharilla del té, pensó en unos ojos negros, unas manos masculinas y elegantes, una boca...
"Matthew", movió la cabeza para no pensar más en ello y se centró en sus amigos. Les felicitó por su matrimonio:
— ¡Felicidades! — exclamó contenta ante la noticia —. Lamento mucho habérmelo perdido.
— Fue una boda secreta aunque luego lo supieron mis padres. No me avergüenzo de ello — dijo orgullosa con las mejillas sonrojadas. Robert se rio, y sin cortarse, rodeó los hombros con un brazo.
Cassie dio unas palmadas.
— Ya me imagino, a escondidas — levantó las cejas para resaltar sus palabras y Amanda se echó una mano a la cara —. No te preocupes, habéis hecho lo que vuestros corazones anhelaban.
— Tienes razón, Cassie. Ahora somos felices — Robert como Amanda se intercambiaron una mirada llena de adoración que amargó un poco el humor de Cassandra.