No para de llover

II

Llegamos a la casa alta y cutre que hacía justicia al sencillo paisaje del pequeño pueblo en pleno noviembre y funcionaba como tienda. Otro monótono día que yo pasaría en una silla replicando el sonido de las gotas del cielo con las uñas sobre el mostrador. No paraba de llover, no había muchos clientes, afuera la gente maldecía y se preocupaba por repeler el agua de sus escasos cabellos y de sus billetes. Pasaron unas tres horas sin nada que vender, bostecé y me desesperé cuando abruptamente una fuerte ráfaga de viento azotó las puertas y me regresó a la vida mientras me escupía lodo. Mamá y yo buscamos algo con qué detener el ruido infernal del hierro contra la pared, pero al final nos quedamos sosteniendo las puertas lado a lado. Estuvimos ahí un par de horas más, fijando la vista en el triste panorama, yo en el de afuera y ella en el mío, poco importaba la brisa que se acumulaba en nuestra delgada ropa. El silencio de nuestras voces gritaba casi tan fuerte como los relámpagos que fracturaban mi cielo, sentí la poderosa necesidad de decir algo. Mamá se adelantó, me habló sobre algunos planes que según ella me animarian, de lo cansada que estaba y todas las cosas que tenía por hacer en casa. Me limité a sonreír, si es que a ese gesto vago se le puede llamar sonrisa. No es que no me hiciera infinitamente feliz escucharla, es que no paraba de llover.



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En el texto hay: tristeza, reflexiones, metafora

Editado: 09.08.2024

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