—Deberías tomar en serio las recomendaciones del doctor —mencionó Amy esa misma tarde cuando llegaron al apartamento.
—Me lo tomo en serio. Solo me descuidé los últimos días —dijo él, dirigiéndose a la cocina—. ¿Quieres agua?
—No, gracias. —Amy se sentía responsable por él. De que realmente pudiera enfermar por no cuidarse lo suficiente. ¿Pero qué podía hacer? Él no era un niño. Le habría gustado mejor no haberse enterado de su enfermedad para así no sentirse como se sentía—. Estarás bien ¿cierto? Porque… yo debo ir a trabajar. Le dije a Rachel que llegaría un poco más tarde pero…
—Está bien —dijo él, interrumpiéndola, sin siquiera salir de la cocina. Amy se dio media vuelta y caminó hacia la puerta, pero él la hizo detenerse cuando regresó a la sala para decir—: Amy. Gracias.
Ella se volvió para mirarlo.
—De nada.
Tenía la mano sobre la manija de la puerta cuando sintió los pasos de Brad avanzando hacia ella.
—Lo siento.
Amy parpadeó confusamente, volviéndose hacia él.
—¿Qué sientes?
Brad parecía nervioso y avergonzado.
—Lo siento por haberte gritado la otra noche. Chloe me contó que te quedaste en su casa y que llegaste muy mal, y… lo lamento. Todo eso de… estrangularte no era verdad; ni todo lo demás. Dije eso porque estaba muy molesto.
—Yo no estaba bien cuando llegué aquí esa noche —Amy se encogió de hombros—. Así que…—.Dejó la frase a medio camino.
—Debió haber sido una noche terrible para ti… —dijo él mirando al suelo y elevando de nuevo la mirada hacia ella—… y más siendo el día de tu cumpleaños.
—Sí… pero ya no importa —expresó haciendo una mueca, restándole importancia—. Eso ya pasó.
Se formó un silencio momentáneo.
—No pensé que regresarías.
—Y no pensaba hacerlo. Pero… Daniel y Austin no supieron de ti durante el fin de semana, y… no sé por qué pero yo me ofrecí a venir para ver qué te había pasado.
—Qué bueno que hayas sido tú y no ellos los que llegaron.
—¿Por qué no se lo has dicho? —preguntó Amy con cautela.
Brad respiró hondo, preparado para hablar del tema que menos le gustaba.
—La diabetes es mi debilidad y odiaría que me vieran como a un enfermo e intentaran cambiar su estilo de vida por mí.
—¿Y… por qué dejaste que yo lo supiera?
—Porque tú no dejarías de ser tú. Para ti el que yo tenga diabetes no te afecta. Estoy seguro de que seguirás siendo odiosa y arrogante conmigo, y no me verás como a un enfermo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó alzando una ceja.
—Porque te importa un bledo lo que haga con mi vida. Aunque… debo agradecerte nuevamente que hubieras dejado de lado todo eso para ofrecerme voluntariamente tu ayuda esta mañana.
—Quizás no sea tan miserable como crees.
Brad rió, frunciendo el ceño.
—No he dicho que seas miserable.
—Pero tal vez lo piensas. —Amy hizo una extensa pausa—. ¿Y tus papás? ¿Por qué no los llamaste a ellos?
—Pff… —resopló una risa. Luego se alejó dándose la vuelta para vagar por la sala—. ¿Para qué? No se iban a cansar de sermonearme: Eres un irresponsable. ¿Cuándo comenzarás a tomar en serio tu salud? Te comportas como un niño. Y un sinfín de cosas más. La verdad no estoy para aguantar eso —expresó fastidiado.
—¿No crees que tal vez tengan algo de razón después de lo que pasó hoy?
—Amy. Mi vida es un desastre. Lo sé. Pero es mi desastre. Cuando me diagnosticaron con diabetes tenía 14 años y desde ese momento mi vida cambió. La sobreprotección de mi mamá, la condescendencia de mi papá. ¡Ellos me trataban como a un enfermo! Cuidaban cada cosa que hacía, mis horarios; me asfixiaban. Era un adolescente lleno de restricciones, y un buen día no pude soportarlo más. Comencé a ir a fiestas, luego a beber y beber sin control; y descuidé mi salud. Pero es que necesitaba escapar. Quería sentirme libre. Eso lastimó a mi madre y enfureció a mi padre. Él, un día harto de mi comportamiento me gritó que si quería acabar con mi vida que lo hiciera, pero no bajo su mismo techo. Por eso cuando cumplí dieciocho me fui de su casa y me mudé aquí. Ya han pasado cinco años desde entonces. Así que no los necesito. Muy bien puedo con esto solo.
—Ellos solo se preocupaban por ti.
—Mi papá quería controlarme. Es lo que siempre ha querido. Y mi mamá cree que soy un bebé. ¿Quién puede vivir soportando eso?
—Pero… trabajas con él.
—Trabajo para él —aclaró Brad—. Por ahora lo aguanto porque en verdad deseo que me deje encargado de la compañía. Mis primas Candace y Charlotte no les interesa trabajar en el negocio familiar. A quienes en realidad mi papá y mi tío han considerado para dejar encargado es a mi primo Nolan y él está fuera de la ciudad encargándose de su propio negocio. Y la verdad no creo que le entusiasme mucho regresar después de que le costó tanto alejarse de su padre. Así que yo soy a quien tienen, pero debo trabajar día tras día para ganarme ese lugar.
—Supongamos que te dejan encargado…¿De qué servirá todo eso si sigues bebiendo sin control y dañando tu salud?
Brad tomó un respiro.
—Amy, conozco mis límites.
—¿En serio? —dijo cruzada de brazos y levantando un ceja.
—Sí, en serio. Y no necesito a otra mamá para que me esté cuidando —espetó encrespado.
—El médico dijo que debías cuidarte —le recordó
—Eso lo sé.
Amy suspiró.
—Eso me gano por tratar de ayudar —murmuró Amy rodando los ojos—. ¿Sabes lo que me gustaría hacer ahora mismo? —Ella hizo una pausa viendo cómo los labios de Brad dibujaban una sonrisa arrogante—. Reventar un jarrón en tu cara para ver si dejas de ser tan cabezota.
—No creo que puedas, ya que acabaste con el único jarrón que tenía, ¿recuerdas? —se burló.
—Una taza, un cenicero. Cualquier cosa sirve.
—Acabaste también con las tazas y como no fumo tampoco creo que puedas encontrar aquí un cenicero.