No puedes elegir de quién te enamoras

Un día... ¿común?

El sonido de mis pasos acelerados ahogaba el silencio en aquella avenida que, en ese momento, parecía interminable. 
El sol parecía haber llegado a su punto máximo y caía incesantemente en mí mientras hacía un esfuerzo por contener mi llanto. Y no era tristeza lo que parecía provocarlo, simplemente estaba molesta.
Estaba cansada de discutir con mi madre. 
La misma razón de las últimas semanas... me sentía ahogada en mis pensamientos, luchando sin parar contra un hecho al que no quería hacerle frente, necesitaba estar sola, necesitaba tiempo...
Pero para ella se trataba de un drama innecesario por parte mía; esa tarde no pude más y me dirigí a la puerta casi sin pensarlo. 
A lo lejos, en un parque, podía ver a los niños corriendo, lanzando pequeños aviones de papel al aire, riendo, yendo unos atrás de otros... en ese instante hice una pausa repentina. Ahí estaba esa casa color crema, cuyo jardín inmenso estaba repleto de flores y pequeños pájaros que cantaban aquí y allá. Era imposible no observar la gran fuente central. Su incansable chorro de agua me invitaba a acercarme al tiempo que una paz me dominaba. ¿Cuándo fue la última vez que hubo una sonrisa en mi rostro? — pensé.
Los barrotes negros que conformaban el portón de entrada metálico se mantenían helados a pesar de la temperatura del ambiente. Mientras descansaba mi cabeza en aquel portón, absorbiendo el sonido de la fuente, recordé que, en mis días de colegio, mi amiga Allison y yo solíamos caminar por esa calle, admirando aquel lugar, saliendo cada tarde, saltando clases en el colegio... 
Pero ella ya no estaba. Tampoco esa alegría adolescente en mí. 
Estaba a punto de irme, cuando una voz que salía del otro lado habló:
—¡Hola! ¿Estás aquí por el empleo?
Era una chica, no mucho mayor que yo, su piel parecía varios tonos más clara que la mía (aunque siempre había pensado que yo era demasiado blanca). Al parecer había estado aseando el jardín a unos pocos metros de mí, pero no me había percatado de que estaba ahí. Se acercó con una gentil sonrisa mientras esperaba mi respuesta.
Vestía una camisa negra con un medio mandil blanco, su cabello estaba amarrado en forma de cola de caballo. El color negro de su cabello captó mi atención. Parecía estar cubierto de una capa de pintura profunda... no creí que fuera natural. 
—Hola... yo... —no sabía qué decir, pero instintivamente afirmé su pregunta —. Así es, buscaba cómo llamar a la puerta para... entrar y poder...
—Entiendo —rio amablemente—, pasa, te llevaré adentro.
—Gracias —respondí.
Caminamos atravesando el jardín, por un pequeño sendero en su centro hasta llegar a la puerta principal. Miré hacia la fuente, al tiempo que percibía la ligera brisa que ahora chocaba con mi rostro. 
¿Por qué había mentido? Lo último en lo que pensaba era en tener un empleo, aunque, en realidad, no pensaba en realmente nada desde hacía mucho tiempo. 
—Llamaré a la señora Andrea, espera aquí —me dijo antes de irse.  
Me despreocupé mirando a los alrededores de la casa, llenando mis ojos de todo aquello que encontraba en el lobby, en su mayoría cuadros que parecían hechos a mano, floreros, un par de muebles y mesas de madera, de medio metro de altura, aquí y allá. También me impresionó el juego de salas que se encontraban en ese piso, pues eran aproximadamente 3, de 3 piezas cada una; sus colores eran rojo, negro y otra blanca, acomodadas de tal modo que formaran una sola. Pasaron unos minutos, hasta que escuché un saludo hacia mí.
—¿Qué tal? Mucho gusto, mi nombre es Andrea —extendió su mano mientras sonreía. 
Tantas veces había intentado adivinar cómo era ese lugar por dentro, era raro que alguien conociera a las personas que vivían ahí; casi deseé que Allison estuviera conmigo en ese momento, pensando en ella tuve que evitar reír por los nervios que causaba aquella alargada satisfacción
Andrea era solo un poco más alta que yo, su cabello era corto, de color marrón. Vestía una falda color vino y un saco del mismo color. Se veía apresurada. 
—Hola... soy Vannesa —dije, tomando su mano.
—¿Cuál es tu edad, Vannesa?
—19 años. Pronto cumpliré 20.
—Eres joven. No habían venido personas de tu edad. Al menos no en un tiempo —sonrió, como si en ese instante hubiera recordado a alguien. Y, sabría después, que así había sido—. Y, dime, ¿ya habías trabajado antes en una casa de este tamaño?
—La verdad... no.
—Ya veo, ¿por qué decidiste venir aquí? —preguntó, mientras observaba su reloj.
—Creí... me pareció que... honestamente no estoy segura —respondí.
—Entiendo —rio ligeramente con mi respuesta—, escucha, realmente necesito a alguien aquí por ahora, así que podemos intentarlo. Mañana llega temprano y Gabriela te explicará todo en cuanto llegues. Lo siento pero debo irme ya. Gracias por haber venido, Vannesa. 
Se dirigió a la puerta y antes de salir se giró hacia mí una vez más: "Estoy segura de que Gabriela no tiene problema con desocupar una de las habitaciones de arriba para ti. Puedes dormir aquí a partir de mañana, si estás de acuerdo". Salió con rapidez sin darme oportunidad de responder, aunque probablemente me hubiera tomado algunos minutos hacerlo. 
Gabriela me acompañó a la salida. Me miró sin hablar, como si esperara que yo dijera algo. 
—¿Ocurre algo? —pregunté.
—No buscabas empleo aquí, ¿cierto?
—No —admití—, lo siento. 
—Descuida —sonrió—, ¿realmente vendrás mañana?
¿Lo haría? No podía estar segura, naturalmente respondí un inseguro "Sí", antes de caminar de vuelta evitando que ella dijera algo más. El sol parecía haberse ocultado detrás de una nube, todo parecía acomodarse de una forma que no podía entender, pero que disipaba el sentimiento abrumador en mi pecho. 
Esa mañana había despertado con la usual e increíble pesadez que solía acompañarme desde hacía semanas, sin esperar que nada fuera diferente ahora tenía la oportunidad de salir de casa, trabajar en el sitio que solía mirar a la distancia cuando caminaba cerca de esa avenida.
Las cosas cambian siempre cuando menos lo esperas, o eso solía decirme mi padre. Hubiera querido hablar con él, pero no podía hacerlo, no desde que su trabajo lo tenía ocupado 20 horas diarias.
Una vez más, me sentía desconcertada, cansada, sola...




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