—No creo que me hayas mirado con codicia—murmuró, rompiendo el silencio entre ambos al no dejar de acariciar su rostro, despacio—. Si fuera así, no estaríamos en esta posición y no me habrías respetado tanto—pregonó, mirándolo—. Fuera más la situación de un acuerdo carnal, que lo que estamos haciendo—continuó, más cerca, escondida en su brazo al recostar la cabeza de él—. Solo fuera sexo.
—¿Quién dice que no lo es?—Su risa brotó desde lo hondo, juntando sus piernas con las de él—. Quizás tengas razón, un poco.
—¿Te sientes mal por eso?—preguntó, curiosa—. Por lo que te pasó.
—No debió de pasarme—Evia se elevó, poniendo presión en su brazo al dejar el peso en su brazo, buscando su mirada.
—Diez años, casi, sin mirar a una mujer que te guste—mencionó, tratando de aligerar el instante—. No te culpes por el deseo, porque cosas que no pensaste, se hicieron realidad—musitó—. Davon.
—¿Entonces no te molestó eso?—La mujer negó, pensando que vendría la otra cuestión—. ¿Y si te lo hubiera dicho en ese momento?—Encogió sus hombros, sincera, aún sin dejar de observarlo.
—Tal vez estaría aún rara, pero ahora me siento... halagada—pasó el trago, respirando lento por el sostén en su cintura—. Nunca me había sentido deseada de este modo por un hombre—su confesión le avergonzó, bajando la vista un rato—. Creí que solo serviría para llenar a alguien más.
—Pues yo no me sacio tan fácil—apretó sus dedos allí—. Todavía hay mucho que probar de ti, de ambos—se acercó para besarla—. Y debes saber que saliste premiada conmigo, no te toca un Davon Santiago dos veces en la vida—burló, sacándole una risa en cuanto pudo ponerla debajo de sí.
—Me encanta cómo eres tan modesto—sonrió, jugueteando al causarle cosquillas, tratando de salir de su prisión.
Su esposa lo besó en el momento más desprevenido, echando las prendas a un lado en lo que lo retuvo, haciendo de la noche un vaivén de cada uno, al luego echar las prendas en el suelo, entregados para sí.
Todo fue nuevo para ella esa noche, incluso la complicidad, el silencio y los sonidos, además de la intimidad y el éxtasis que pudo más consigo.
Por seguridad, no quiso soltarlo ni que se pusiera de lado, sino que lo dejó dormir sobre sí, a pesar de no poder dormir durante unas horas.
El sueño la venció de madrugada, acariciando la espalda de su hombre, que seguía reteniéndola y de quien no quiso salir.
Por la mañana, estuvo sola, puesto que su esposo no quiso despertarla del sueño conciliado luego de un larga estadía con la mirada paseándose por todos lados.
Sabía que estaba muy llena de inquietud y sobre todo, que la culpa no la dejaba en paz, por lo que prefirió que se quedara durmiendo a pesar de que en un instante lo retuvo.
No fue tan fácil dejarla, sobre todo porque su vulnerabilidad podía desencadenarse en una pesadilla o en entrar en pánico si él no estaba, sin embargo, no quiso ignorar las ganas de poder estar a solas con su hija, dandole el calor necesario, además de compartir lo que ella estaba viviendo en los tours que los chicos tomaban.
La vio tan emocionada cuando repitió el recorrido con él por el descubrimiento de lo que había en el mar, cómo fue construido el barco y el tiempo y las personas especiales que habían hecho posible que también siguiera adelante.
Estaba tan fascinada que no quiso decirle cuando sus pies se cansaron de caminar o que el estómago le volvía a rugir de hambre, así que al medio día, ordenaron algo de la barra mientras continuaban el camino, apreciando todo lo que su hija le había dicho.
Hablar con ella sobre la escuela, le tomó más de lo que pensó, aunque Isabela sabía que él estaba nervioso por algo y no le daba gusto hablar sobre el tema.
De todos modos, tenía que hacerlo, porque había hecho un cambio radical en su vida y eso atraía tanto cosas positivas como negativas.
Para los dos, el silencio ante la noticia fue el mejor, tomados de la mano al ver la inmensidad del paisaje en medio del mar, decidiendo que hablarían más adelante sobre cualquiera de los pensamientos que llegaran.
Davon la dejó continuar, esta vez con la guía y la seguridad, volviendo a la estancia para ver a su esposa somnolienta regresar a la realidad.
—Buenos días—soltó los brazos, con el bostezo dejando su ser.
—Buenos días, dormilona—saludó, obteniendo el vistazo por lo que llevaba en sus manos.
—¿Qué hora es?—Eso lo hizo sonreír, recordando que la primera mañana levantó la cabeza para verla, sin necesidad ni ganas de pedirle que lo hiciera.
—Más de las doce—admitió, pegado en la puerta.
—Entonces buenas tardes—frunció los labios, hundiendo los hombros al acercarse al reposo para verla de frente.
—Necesitabas dormir—respondió a su demanda interna, tomando asiento en el borde—. Por eso no te desperté.
—Tengo hambre—le acercó el recipiente, abriéndolo para que comiera de la fruta, además de los panqueques y tostadas que le llevó.
Davon la contempló en esos minutos, apreciando que se alimentara en cuanto pudo al estar libre, lejos del miedo y de cualquier sensación de vergüenza en el instante.
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Editado: 12.12.2024