A mitad del viaje escucho uno pasos detrás de mí.
Mi corazón se acelera cuando siento que alguien sigue mis pasos; trago saliva y miro por encima de mi hombro. Sigo avanzando un poco, pero al seguir los pasos me detengo y tomo una piedra del piso.
Comienzo a ver los pies de una persona. Mi mano esta lista para atacar por cualquier cosa; sin embargo, me detengo al ver que es Alexis el que avanza lentamente mirando a su alrededor.
—Alexis.
Él no dice nada, tampoco me mira.
—Alexis —repito una vez más. Él voltea a verme al fin mientras ríe y pide disculpas en silencio—. No te había visto.
—Mara, perdón. Tampoco te había visto.
Él se acerca a mi lado y entonces le indico que continuemos caminando en silencio. La tensión aún se siente en el aire, pero aun así finjo que no ha pasado nada, lo que incluye aquel beso que presencié de Olga y Alexis, en primer lugar, porque no es de mi importancia; segundo: porque él y yo no somos nada. No tengo derecho a molestarme.
—¿Sueles correr por las mañanas? —pregunto.
—No, solo estaba harto de dormir —respondió y guardo silencio unos segundos—. Quería salir a pensar.
Comenzamos a caminar en silencio, hasta que decido interrumpir:
—¿Sobre qué querías hablar… digo pensar?
—Ayer con Olga…—dice. Yo no digo nada solo asiento y lo miro como si no entendiese lo que ocurre—. ¿Crees que es buena idea besarnos cuando solo somos buenos amigos?
Los colores se suben a mi rostro. A mí no me parece ni buena, ni mala la idea, a veces podría funcionar. Yo entiendo que lo dice por lo nuestro, pero como temo equivocarme solo sonrío con ligereza.
—¿Cómo te sientes después de eso? —pregunto.
—Es un poco incómodo, aunque a Olga no parece molestarle. No lo entiendo.
Es por Olga, claro. Sería raro que yo estuviera en sus pensamientos.
—¿Y te gusta ella?
Es demasiado raro hablar de temas así con él. Realmente no nos habíamos visto en años y resulta que al reencontrarnos ocurre esto: un amigo en común, un viaje y ahora parece que nos hemos hablado toda la vida.
—Creo que me gusta el recuerdo que tengo de ella antes de irme a Alemania —responde. Nunca me había sentido tan identificada—. Antes ella era diferente y me gustaba.
—¿Cuánto tiempo paso?
—Cinco años —dice—. Si en un par de días las personas cambian, imagina en años —sonrió—. Ella no creía que volvería y, de hecho, regrese solo por ella.
Sé que no quiero escuchar más, no es que me duelan sus palabras, sino que recuerdo lo que el amante puede hacer por su amado, tanto que incluso puede cambiar el rumbo de sus metas. Sin embargo, cuando son los recuerdos lo único invariable que queda y creemos que la realidad es inmutable, es cuando los problemas aparecen.
—¿No hablaron durante ese tiempo?
—No… bueno sí. Pero es diferente. Se puede mentir cuando no ves a la persona a los ojos —añade—, además el horario.
—¿Cuál es el problema?
—No hay ningún problema, solo siento que el sentimiento que compartimos en un momento ha dejado de existir por su parte.
—Deberías hablar con ella, entonces —respondo con una sonrisa—. Dile lo que piensas y sientes.
Él sonríe mientras asiente.
—Hace mucho tiempo que necesitaba hablar con alguien como tú —dice. Yo sonrío—. O tal vez no como tú, si no contigo.
¿Por qué eres así, Alexis? Solo aceleras mi corazón.
Me gusta amar su recuerdo. Lo plantearé de este modo: existe el amante y el amado, y cada uno resulta venir de regiones diferentes.
Como diría Carson McCullers en la balada del café triste, muchas veces el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. El amante lo sabe, y en el fondo sabe que su amor es un amor solitario. Conoce una nueva y extraña soledad que puede hacerlo sufrir, y entonces aloja su amor en el corazón; crea un nuevo mundo que solo él conoce.
El amante se presenta cualquier criatura humana sobre la tierra. Y el amado se presenta bajo cualquier forma. Las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor. Como aquel anciano enamorado de una joven desconocida que vio en las calles hace veinte años —ama el recuerdo—. El amado podrá ser un traidor, un imbécil o un degenerado; el amante ve los defectos, pero el amor impide que se altere.
En palabras de McCullers: es solo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor. Por esta razón, la mayoría preferimos amar a ser amados. Casi todas las personas quieren ser amantes. Y la verdad es que, en el fondo, el convertirse en amados resulta algo intolerable para muchos.
Soy como el anciano que se enamoró de una joven desconocida que vio en las calles hace veinte años. Soy la amante, él es mi amado. Amo lo que recuerdo. Temía que no me amará, pero la verdad es que ahora temo que me ame.
Decidimos regresar después de un momento de larga caminata, donde hablamos de su familia: el cómo sus padres seguían discutiendo sobre todo y como pese al tiempo y a la costumbre a su hermana seguía afectándole y a él le molesta. Su hermana y su madre son las personas a las que más quiere; es indiferente con su padre y con su hermano. Es por ello que solo ve en breves momentos a su familia.
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Editado: 13.12.2021