Entramos.
Caminamos a través del jardín, el cual esta ligeramente decorado, entramos hasta casa y caminamos hasta que encuentro a mi madre.
Nos saluda y me dice que debí haber avisado antes, pero solo asiento ante sus ligeros regaños. Mi madre toma el brazo de Aleksis y lo guía a través de la casa. Respiro hondo por la insistencia de mi madre.
Sé que ella lo adora. Sé que quiere que me case con él. Sé lo que ella quiere para mí, pero yo no sé lo que quiero.
Miro a mi alrededor y veo que no hay tantas personas como pensé, esta solo mi madre, mi abuela, dos de mis tías —Julia (soltera; cosa que no tiene importancia porque su estado civil es tan importante como el color de mis uñas, pero aún así, lo mencionaré) —y Judith, mi hermano y su novio; me entero además de que mi hermana y su marido vendrán.
Camino a la habitación de mi abuela y la saludo mientras la ayudo a caminar con su bastón para salir de la recamara. Sé que odia no poder caminar libre, porque le molesta no tener la misma facilidad de ir a donde sea, pero es mejor de esta forma.
—¿Cómo has estado, abuelita? —pregunto con un nudo en la garganta. Me preocupa que pronto sea su último día.
—He estado bien, Marita, después de estar internada he estado mejor, gracias a Dios —Me sonríe—. Pero no entiendo porque Dios me esta dando tanta vida.
Ella ríe, yo también lo hago; no puedo evitar hacerlo porque aunque cuando era más joven amaba la vida y parecía no querer morirse nunca, últimamente, no parece aquella misma mujer. Vivir ya le pesa.
Al llegar a la sala principal saludo a mis tías, pero termino deteniéndome frente a mi hermano, Antonio —veinte años, vive con mi madre, a veces con mi padre, le da igual la vida básicamente—, me sonríe y yo también.
—Mamá se apoderó de Aleksis —pronuncio entre risas.
—Le agrada —Hace una mueca de negación—. Va a insistir hasta que te cases con él.
—Ya sé —asiento—. Imagino que todo el tiempo te presiona para conseguir novia —Esta vez asentimos los dos—. Le va a dar un infarto cuando se enteré.
Seguimos con la mirada a Sebastián, su novio, al que presenta como amigo. A ninguno le gusta la idea, pero es mejor por lo mientras.
—Lo tendrá que aceptar en algún momento —añade—. No entiendo porque les altera tanto el cerebro.
Ambos nos encogemos de hombros sin despegar la mirada de Sebastián y su cabello teñido de azul, quien recorre el comedor ayudando a una de mis tías. Son adorables juntos y aún me sigue sorprendiendo que piensen que realmente es solo un amigo, cuando pasa la mayor parte del tiempo junto a mi hermano.
La puerta se abre una vez más y es Liz quien aparece junto con su marido; Liz nos vea y entonces se acerca a nosotros sonriendo, mi hermano y yo también le devolvemos el gesto.
—Creí que irías a cenar a otro lado con tu vikingo —ríe, yo también lo hago a medias. El “chiste" cada vez tiene menos gracias.
—Yo también pensé que no vendrías, que saldrías con Emiliano a otro lado.
Ella ríe sutilmente sin quitar la mano de mi hombro.
—Es Emilio.
—Mierda, y yo todo este tiempo llamándolo Emiliano.
Ríe sin discutir más, no le gustan los conflictos, ella prefiere dejar que todo fluya. Siempre ha sido muy calmada y nunca ha dado problemas mayores, además de que sus decisiones siempre las toma con seguridad. Ojalá fuera más como ella.
Cada uno de los tres tomamos nuestro camino. Yo subo a la siguiente planta donde entramos a mi antigua habitación la cual compartía con mi hermana; ahora, no es más que un cuarto de visitas. Una vez más bajo las escaleras y camino hacia otra habitación sacando del estante una botella de tequila. Me sirvo un par de caballitos, pero cuando estoy en mitad de otro, las manos frías de mi tía tocando mis hombros descubiertos me sobresalta.
Volteo a verla y ella me devuelve una ligera sonrisa.
—¿Beberás a esta hora?
—Sí… nunca es mala hora —respondo con una sonrisa, después reacciono—. Tía Julia, no creas que bebo todos los días… solo a veces.
—Esta bien si lo haces, Mara, yo también lo hacía, solo pienso que es temprano y no deberías beber tanto.
—Se controlarme. No me voy a acabar la botella sola —rio ligeramente una vez más—. ¿Quieres un trago?
Niega sutilmente, y después se va del salón, yo también dejo de beber al ver que me he tomado más de lo que debería. Es de esta forma como regreso a la sala principal y notó que Katia —mi prima e hija de Judith ha llegado—, hay un intercambio de miradas, pero yo solo la veo con el rostro serio; observo su cabello rubio y la forma de superioridad en como me mira.
Katia y yo no nos llevamos bien. De niñas éramos buenas amigas, pero llegando a la pubertad nuestra relación se tensó sin un motivo aparente. Ahora, paradas la una frente a la otra es incomodo, pero pese a aquella sensación le sonrío, ella sonríe con burla, deja caer su bolsa sobre una mesa.
De una extraña forma, ambas terminamos en la cocina, donde esta mi madre, Sebastián y Antonio, pero también Aleksis —madre insistió en que descansara y se pusiera cómodo como invitado, pero él insistió—. Observo como los ojos de Katia se abren y brillan al verlo.
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Editado: 13.12.2021