Aleksis es quien maneja de regreso. Yo me siento inservible y es posible que estrelle el auto antes de llegar a casa, entonces le doy las llaves y dejo que se guíe con ayuda de su móvil.
—¿Quieres hablar? —pregunta; no obstante, niego. No quiero. No ahora.
Lo único que hago es mirar las luces de la madrugada de la ciudad, la gente celebrando, un par de autos transitando, gente comprando alcohol y la vente viviendo. Dentro del auto las cosas no parecen diferentes, él habla —sé que lo hace para que me distraiga—, pero yo no escucho, solo puedo pensar, y ni siquiera lo hago también como me gustaría.
Al llegar a casa y estacionar el vehículo subimos a través del elevador, yo con el rostro gacho y ligeramente encorvada de la vergüenza mientras arrastro la bolsa tote por el pasillo. Pensé que sería una buena noche y la pasaríamos bien.
El problema con suponer es justamente la desilusión que conlleva. Nunca pasa lo que creemos que pasará.
Detesto no poder controlar la escena, los movimientos y los diálogos de los demás de la misma forma que lo hago cuando escribo; aunque siendo muy honesta no puedo controlarlos del todo, a veces, mis personajes controlan sus propias escenas.
Cuando estamos enfrente de las puertas me detengo suspirando hondo, tomo el brazo ancho de Aleksis y lo miro con vergüenza.
—¿Puedo dormir contigo?
Él sonríe al tiempo que asiente, entonces entramos a su apartamento, nos quitamos los zapatos, nos lavarnos los dientes, me desmaquillo y después nos dejamos caer en la cama, él cae dormido casi al instante mientras me abraza, pero yo no. Dormir siempre me cuesta trabajo y hoy en un día en el que ni siquiera puedo hacerlo.
Por mi madre.
Por sus palabras.
Por mí.
Porque le doy importancia a sus palabras.
Pero después de todo tiene sentido, es mi madre; debo escucharla. Ella es quien me debe trasmitir seguridad, confianza y apoyarme, pero nunca va a ser así, todo lo que he hecho a lo largo de mi vida le ha molestado.
Además, no será la primera vez que hace drama, lo mismo ocurrió en el año en el que se divorció de mi padre. Mamá desapareció por casi un año, papá, mi abuela y a veces mi tía Julia era quien nos cuidaba en la ausencia de mi madre hasta que regresó como si nada hubiese pasado. Después, cuando deje la ingeniería para dedicarme a las letras. Cuando mi hermana terminó con su novio pasado… la lista es larga.
Ella es así. Yo soy así. No es justificación, pero a veces es difícil cambiar.
Miro al techo oscuro. Escucho una y otra vez las palabras de mi madre, las de Katia, las de Alma; entiendo que nadie me querrá. Ni siquiera la bondad de Aleksis. Odio ser la responsable de que las cosas nunca salgan bien. Odio ser autodestructiva.
Como no quiero pensar más en el asunto tomo mi móvil abandonado en el buró de junto; la luz de la pantalla lastima mis ojos, pero aún así lo uso. Hay mensajes de Liz diciéndome «Todo va a estar bien, Mara J» aunque yo no hago más que mandar: «J» porque sé que no, pero como no quiero discutir con ella no digo más. Y enseguida hay uno de Alexis que envió hace un par de horas:
«¿Qué tal tu espíritu fiestero?»
Sé que estaba aburrido, no hay ningún otro motivo por el cual me hable, entonces respondo:
«Bien. Todo bien. ¿Qué tal las fiestas?»
Miento. Miento demasiado, pero no es posible admitir cual mal me siento. Espero unos segundos mirando al techo; sin embargo, llega un mensaje. Es él. Creí que no me respondería hasta después de semanas:
«No tan bien. Creí que al regresar las cosas serían diferentes».
Algo ocurre, y de una forma egoísta me reconforta que así sea; al menos de este modo sé que alguien la pasó igual de mal que yo. Que egoísta soy algunas veces.
«¿Quieres hablarlo?»
«No. No quiero amargar tu madrugada J. Hablamos luego. Buenas noches».
Respondo con un «Buenas noches» y cuando veo que deja de aparecer en línea vuelvo a dejar el celular en el buró, volteo mi rostro para ver a Aleksis, quien duerme, entonces acaricio su mejilla y su mandíbula barbuda, sonrío.
No merezco su amor. No lo merezco. No merezco nada, absolutamente nada.
.
No obstante, siempre he tenido problemas a la hora de dormir, cualquier cosa me despierta, y eso pasa cuando por la mañana siento la mirada de Aleksis y al abrir los ojos veo su sonrisa, la cual correspondo. Me toma de la cintura y me acerca hasta él, nuestras miradas se cruzan y reímos. Según yo no me encuentro cruda, y estoy en mis cinco sentidos.
Podría quedarme en cama todo el día y sufrir por el poco aprecio de mi madre y llorar hasta quedarme sin lágrimas y ahogarme en mi propio océano, o mostrarme indiferente ante eso, y yo prefiero lo último.
Por ahora, no me preocupare por aquellas banalidades. Debo crear mi propio mundo, o morirme en el mundo de alguien más y procuraré que aquello nunca ocurra.
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Editado: 13.12.2021