No sere tu copia

Cap. 9

Capítulo 9: Más allá del límite

El amanecer llegó como un filo de cuchillo. Hadrian despertó antes de que la luz tocara el suelo de piedra. Se sentó en la cama y miró la pluma y el frasco de tinta verde que Severus le había regalado. La tomó entre sus dedos, sintiendo el suave pulso de magia que parecía latir en ella.

Respiró hondo y se levantó. La túnica que Severus había dejado lista para ese día era más gruesa y pesada, como una armadura ceremonial. Al ponérsela, sintió que el peso del futuro se aferraba a sus hombros, pero en lugar de asustarlo, lo fortalecía.

Al salir al pasillo, Severus lo esperaba. Su rostro estaba tenso, y sus ojos oscuros parecían pesar cada segundo.

-Hoy comienzas un entrenamiento diferente -dijo Severus, rompiendo el silencio primero-. Maldiciones. Hechizos prohibidos. Magia que consume y moldea la esencia misma.

Hadrian sintió un escalofrío recorrerle la columna, pero se mantuvo firme.

-Estoy listo -respondió, con voz firme.

Severus asintió, aunque sus labios se tensaron en una línea fina.

-Te vigilaré. No permitiré que pierdas tu humanidad en el proceso -advirtió.

Hadrian inclinó la cabeza, respetuoso.

Voldemort lo esperaba en el salón de entrenamiento, un espacio cavernoso y oscuro. Velas flotaban en el aire, arrojando sombras que danzaban en las paredes. En el centro, una mesa de piedra cubierta de libros antiguos y pergaminos abiertos.

-Bienvenido, Hadrian -saludó Voldemort, con voz sedosa-. Hoy dejarás de ser un simple aprendiz. Hoy caminarás por el filo entre la vida y la muerte.

Hadrian avanzó sin titubear, sus pasos resonando en el suelo helado.

-Para controlar a los demás, primero debes controlarte a ti mismo -dijo Voldemort, tomando un pergamino y extendiéndolo-. Aquí están los primeros hechizos que aprenderás.

Hadrian se inclinó sobre el pergamino. Reconoció varios nombres: Cruciatus, Imperius, Sectumsempra, y un hechizo desconocido, escrito en tinta roja: Mors Infigere.

-Este último es tu primer reto -explicó Voldemort, señalándolo con un dedo largo y pálido-. Una maldición de penetración vital. Diseñada para atravesar defensas físicas y mentales. No es mortal si se controla, pero extremadamente dolorosa.

Hadrian sintió el pulso acelerarse.

-¿Sobre quién la probaré? -preguntó, su voz más calmada de lo que esperaba.

Voldemort chasqueó los dedos. Una criatura encapuchada apareció, encadenada. Era un hombre, con mirada vacía y piel pálida.

-Un traidor -dijo Voldemort, con desprecio-. Usa a quien no merece redención.

Hadrian respiró profundamente. Levantó la varita, y mientras murmuraba las palabras, sintió un calor oscuro subir por su brazo.

-¡Mors Infigere! -pronunció, la voz vibrando con poder.

Un rayo negro salió disparado, impactando al hombre en el pecho. El traidor gritó, convulsionando, antes de desplomarse.

Hadrian bajó la varita. Estaba jadeando, pero su mente estaba clara. Sintió una mezcla inquietante de horror y satisfacción.

Voldemort sonrió, satisfecho.

-Muy bien... No mostraste vacilación. Ni siquiera Severus logró eso en su primer intento.

Hadrian bajó la mirada. Pensó en Severus y en la advertencia de no perder su humanidad.

-¿Cómo te sientes? -preguntó Voldemort, acercándose.

Hadrian tragó saliva.

-Poderoso... y sucio al mismo tiempo -admitió.

Voldemort soltó una carcajada baja, seca.

-Esa es la respuesta correcta -dijo-. Recuerda siempre esa dualidad. Quien olvida la suciedad se convierte en monstruo puro. Quien se rinde al asco pierde el poder.

Cuando Hadrian salió del salón, Severus lo estaba esperando. Al verlo, Severus dio un paso hacia él y le sostuvo el rostro entre las manos.

-¿Qué has hecho? -preguntó, leyendo en sus ojos.

Hadrian se quedó quieto. Sintió el temblor de sus propios dedos, apenas perceptible.

-He probado la maldición... la que atraviesa mente y cuerpo -susurró.

Severus cerró los ojos un instante, su mandíbula tensa.

-¿Y cómo te sientes? -preguntó, casi en un murmullo.

Hadrian dudó. Luego levantó la vista y sostuvo la mirada de Severus.

-Siento que estoy perdiendo algo... pero también ganando.

Severus lo miró largo rato. Finalmente, lo atrajo contra su pecho en un abrazo fuerte y desesperado.

-No olvides quién eres... -murmuró, con voz quebrada-. No dejes que la oscuridad te devore.

Hadrian cerró los ojos y se aferró a Severus con todas sus fuerzas. Sintió por primera vez que, aunque la oscuridad le llamara, aún había una luz a la que podía volver.

Esa noche, Voldemort llamó a Hadrian a su estudio. La habitación estaba iluminada solo por un círculo de fuego verde en el suelo.

-Hoy compartirás mis visiones -anunció Voldemort, colocándose en el centro del círculo.

Hadrian se acercó. Voldemort extendió una mano y lo invitó a tomarla. Dudó apenas un segundo, pero finalmente lo hizo.

De inmediato, la habitación desapareció.

Hadrian se encontró flotando en un espacio oscuro, infinito. A su alrededor, fragmentos de recuerdos, visiones de batallas, de traiciones, de triunfos y derrotas. Vio a Voldemort joven, vio el dolor y la furia que lo habían forjado.

Sintió cada emoción: la rabia, la soledad, la ambición voraz. Cada recuerdo era una puñalada y una caricia al mismo tiempo.

De pronto, vio una imagen que no esperaba: un niño pequeño, solo en un cuarto frío, abrazando una manta rota. La misma sensación de hambre y abandono que él mismo había sentido.

Hadrian comprendió, en ese instante, que Voldemort no era solo un monstruo. Era también un niño roto, reconstruido a golpes.

Cuando la visión terminó, ambos abrieron los ojos al mismo tiempo. Voldemort lo miró, y por un segundo, Hadrian vio vulnerabilidad en esos ojos rojos.

-Ahora sabes -dijo Voldemort, con voz apenas audible-. Ahora entiendes por qué debemos ser fuertes.



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En el texto hay: harrypotter, voldemort, dracomalfoy

Editado: 16.09.2025

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