No seré tuya #4

Capítulo 7

Los pasatiempos preferidos de la señorita Caruso eran varios; uno de ellos, tocar el piano aunque desde que abandonó el internado no lo volvió a tocar; pasar horas y horas en la biblioteca leyendo cualquier libro, sin embargo con la llegada del duque, iba menos; por último, le gustaba pasar tiempo con su hermanita Ella. Como aquel momento, su madre quería descansar y se imaginó que su padre estaría con ella. Era uno de esos momentos que ellos tenían intimidad y privacidad. 

Su hermano Charles había decidido dar una vuelta en caballo por los lares de Devonshire. Últimamente, prefería cabalgar, estudiar los libros relacionados con la medicina y la anatomía del cuerpo o charlar con ella. Alice le hubiera gustado pasar más tiempo con él porque hacía tiempo que no lo había visto, ahora que estaba él, quería aprovechar el mayor tiempo posible. Él quería continuar con los estudios e iniciar la carrera de medicina, para ello, quería irse  fuera de Londres, de esta forma, aprender de los mejores médicos extranjeros y adquirir las habilidades necesarias para ser un médico profesional. 

Alice envidiaba esa "ambición", esa ilusión por algo. Ella no tenía ilusión por nada. Ni siquiera por la nueva temporada en sociedad. Sabía que al cumplir los dieciocho años, entraría en el mercado matrimonial y sería "una" debutante más. Según le habían contado su madre y su tía Cassandra dicho momento era lo más importantes en la vida de una dama. Además, tenía que realizar primero la Presentación en la Corte, donde la reina Victoria I estaría presente y le daría su "aprobación". 

Los gorgoritos de la bebé la distrajeron de sus pensamientos y volvió su atención sobre ella, haciéndola reír con sus muecas en la boca. La llevaba en brazos, aunque a veces, pedía caminar por ella sola. 

— Alliiiii  —  le hacía gracia como pronunciaba su nombre con su lengua de trapo.

— ¡Muy bien, Ella! Ahora di: Te quiero, Alliiii  —  la pequeña frunció el ceño y los morritos, en vez de esforzarse en decir algo, hizo pompas con su propia saliva.

  — Ohh, Ella  — dijo con tan dramatismo que la bebé se rió más  — . No tiene gracia  — fingió regañarla pero le dio un beso en la frente  —. Te voy a limpiar la boquita y a ponerte la cuna. 

  — Me puedo encargar yo, señorita  — entró la niñera que había contratado sus padres  —. Seguramente, tiene cosas de las que ocuparse. 

Alice tatareó mientras le limpiaba los morritos de su hermana, que la miraban con un brillo alegre. 

 — No, Mary. No se preocupe, me gusta jugar con mi hermana.

Pero no le hizo caso. Se fue directa hacia ella. 

— Sí, señorita. Hazme caso— la cogió y ella misma la puso en la cuna, dejando Alice con los brazos vacíos  —. Lleva demasiado tiempo aquí y es hora que me encargue yo. 

 La joven asintió aunque con poco convencimiento. No le apetecía irse de allí. ¿Qué podría hacer?, se preguntó mientras se iba de la habitación y caminaba hacia las escaleras. Antes de bajar el último escalón, atisbó la presencia de dos señoras que no habían visto en su vida. Las dos señoras iban coquetas con sombreros de pajas, adornados de pajaritos. Estas estaban siendo conducidas por el mayordomo hacia la salita. Se imaginó que Cassandra estaría dentro para recibirlas. Intentó pasar desapercibida yendo hacia otra dirección pero el momento que quería esquivarlas, la puerta de la biblioteca se abrió apareciendo por arte de magia el duque Werrington en persona que no tenía la vista hacia adelante sino en unos papeles que llevaba en la mano.

Alice estaba tan ensimismada que no evitó el choque; tampoco el duque lo hizo porque estaba con la mirada fija enlos documentos.  El choque de sus cuerpos fue inevitable provocando la caída de la joven y de los papeles al suelo.

 — ¡¿No puede tener más cuidado?!  —  exclamó con cierto enojo en la voz. 

Recogió los papeles y ella lo miró con odio desde el suelo. Se había caído de culo y no era una posición muy cómoda. No tenía suerte cuando estaba cerca del duque. ¿Por qué siempre cuando menos se lo esperaba, tenía que toparse con él? Parecía más una maldición que otra cosa divina del destino. 

—   Podría decir lo mismo de usted  — se levantó sin la ayuda de él que seguía de pie —. Gracias. Lo he hecho sin su ayuda.

Le dolía el trasero pero hizo un esfuerzo por no soltar un quejido enfrente de su enemigo. 

  — Lo siento, señorita si esta vez no he sido un caballero. Pero no me suelo comportar como tal ante personas poco ingratas. 

Ahí, se había pasado. Lo sabía por el brillo asesino que resplandecía en los ojos de la joven. Pero se encogió de hombros y... 

— ¡Excelencia! ¡Qué alegría verlo!Su hermana nos había dicho que estaba ocupado cuando hemos escuchado el alboroto  — el duque dio un respingo y se vio asediado por los abrazos y besos de las señoras que no se cortaron ni un pelo en ser afectuosas en su saludo. Estaban demasiado contentas. 




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