La oscuridad de la noche envolvía cada rincón de la mansión de Denvonshire, cuando Julian entró en la casa por la puerta trasera del servicio sin esperarse encontrarse a la servidumbre despierta. Había llegado tarde, lo sabía. Se sentía mal porque no lo tenía previsto que fuera así. Cerró la puerta y fue hacia el hogar de la cocina, aún había rescoldos encendidos, extendió las manos hacia el fuego y se las calentó. A fuera estaba haciendo un frío horrible y necesitaba a parte del calor, descansar.
Antes de subir hacia la segunda planta, echó un vistazo hacia la biblioteca donde se podía ver un halo de luz a través de la puerta entreabierta.
¿Quién estaría despierto a esas horas?
Aunque estaba cansado, fue hacia hasta allí y abrió la puerta. Ahí la chimenea seguía un poco encendida, solo había un tronco chisporroteando en minúsculas lenguas de fuego. Pero la luz que había visto no procedía de la chimenea, sino de un candil encendido, que había dejado cierta personita, que se había dormido en el incómodo sofá, que muchas había sido su cama tras la crisis que tuvo con el alcohol.
— Así que eras tú — murmuró para sí mismo.
Intentó no despertarla y le echó una manta sobre el cuerpo para que no se enfriara pero unos ojos adormilados se abrieron. Él, sintió como nunca, una especie de calor expandiéndose por su cuerpo mientras podía quedarse mirando esos ojos horas por horas.
Había ido esa tarde a ver la señora Garnier, esperanzado que con ella la pudiera olvidar. Sin embargo, comprobó que tras un beso o dos no la había podido olvidar. Aunque había decepcionado a la viuda de su respuesta poco activa, porque había sido él que había ido hasta su propia casa para intentarlo pero luego su cuerpo no pudo sentir más que una indiferencia, lo había invitado a cenar para pasar el rato, al menos, como amigos.
Movió la cabeza para centrarse un poco en la realidad.
— ¿Qué hace aquí? — le preguntó en un tono un bajo —. Le dolerá la espalda.
— ¿Por qué ha llegado tarde? — le preguntó a su vez, en vez de contestarle. No pudo evitar bostezar, gesto que evidenciaba que estaba muerta de sueño.
Ese bostezo le pareció de lo más adorable aunque no tanto ver cómo el camisón se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Tragó saliva al sentirla tan seca y carraspeó cuando sintió una tensión ahí abajo.
— Eso, jovencita, no voy a contestar — le dijo provocando que ella sonriera con los ojos entrecerrados —. Lo siento, por llegar tarde.
Sino fuera porque estuviera adormilada, seguro que lo hubiera mirado con los ojos abiertos.
— No se disculpe. No lo hemos echado de menos — ella se puso una mano debajo de la barbilla, tendiéndose de lado en el sofá.
— Ah, ¿no? — le acarició tiernamente la zona donde hacía unas semanas tenía el chichón —. Bueno, seguramente podré ausentarme más veces.
Julian, para, le dijo la voz de su mente, pero no paró. Siguió acariciando su frente, sus mejillas...
Ella negó con la cabeza ligeramente y soltó un suspiro.
— ¿No? — pero ella no respondió. Su respiración pausada habló por ella. Se había dormido o eso creía.
Aunque le daba lástima en despertarla, lo hizo pensando que se lo agradecería cuando mañana por la mañana despertase sin un dolor en la espalda y en el cuello. Dejó la chaqueta en la silla del escritorio y se volvió hacia ella. Se inclinó hacia ella y le dijo:
— Apóyase en mí — pero Alice no estaba del todo despierta para colaborar, así que él hizo todo el trabajo cuando podría haberse caído de espalda al suelo.
— ¿Werrington? — su pregunta le hizo gracia y más cuando la estaba llevando hacia su dormitorio.
— Sí, duendecillo. Soy yo — subió los escalones con extremo cuidado para que el cuerpo de la chica no resbalara de sus brazos. Aunque ella seguía dormida, se aferró a su cuello.
— Gracias — musitó tan bajito que apenas la escuchó. Él asintió y la afirmó más a su cuerpo.
De fondo pudo escuchar el din don del reloj, que estaba colocado en un rincón del vestíbulo, que daba las doce de medianoche.
— Feliz cumpleaños, Ally — le susurró mientras dejaban atrás las escaleras para llevarla a su cuarto.
Antes de irse de la habitación, la dejó en la cama. La tapó con la misma colcha para que no sintiera frío y le dio un beso de buenas noches en la frente. Sin duda alguna, Ally lo atraía de mil formas. No sabía cómo pararlo. Y no quería enamorarse, no lo haría. Bastante sufrimiento sería si no lo hiciera. Primero porque no era lo correcto, ella se merecía alguien mejor que él, que aún guardaba esas heridas del pasado. Además, había que mantener las apariencias por el bien del ducado. Él era su tío político, mejor dicho, adoptivo, y no quería arrastrarla por el fango del escándalo. Aunque no se sintiera como un tío literalmente, ojos ajenos a ellos los criticarían y los despedazarían como carroña para los buitres.