No soy una falla

Capítulo 35

Abrí los ojos súbitamente y grité agarrándome el pecho en cuanto retomé la conciencia.

Veía todo nublado y sentía que mi piel ardía a sesenta grados.

—No respiro...—Me dejé caer sobre la plataforma y empecé a entrar en pánico—. El humo..., Ares...

Mi pecho subía y bajaba sin piedad y sentía un pitido agudo retumbando en mis oídos. Estaba completamente aturdida y me faltaba noción de dónde y con quiénes me encontraba.

Aarón y Luke llegaron corriendo y me sostuvieron a medida que me depositaban sobre el suelo con cuidado.

—¡Era solo un juego, Scarlett! —gritó Luke asustado por mi reacción—. Estás bien, quédate tranquila.

—No te ha pasado nada, no hay fuego. —Aarón sujetó mi rostro sin paciencia y me buscó tranquilizarme con la mirada y una pequeña sonrisa—. Estás intacta y viva, Scarlar. Estás a salvo con nosotros aquí.

Me fui calmando de a poco y no despegue la mirada de los reconfortantes ojos violeta de mi amigo.

Lo abracé fuertemente y las lágrimas comenzaron a brotar, dudosas de si era el momento adecuado, puesto a que había un pequeño grupo de gente mirando.

Ello dejó de importar de un momento a otro cuando Aarón me acogió entre sus brazos y me apretó contra su pecho.

—Fue horrible —hablé de manera entrecortada—. Sentía que me moría, Aarón. Aquellas vigas de metal ardiendo en llamas al final del elevador me atravesaron como si nada. Ni hablar de Ares...

—¿Qué ocurre conmigo? —preguntó el dueño de aquel nombre—. ¿Qué te ha pasado, Scarl? —Se asustó y trató de llegar a mí , pero me escondí tras la espalda de Aarón y lo interpuse en medio.

Apenas pudiendo hacerme oír y evitando que la voz me fallara, le respondí con una gran angustia en mi interior.

—Me trataste como un pedazo de chatarra en la simulación, Ares. Entiendo que me golpearas, después de todo era una lucha y si yo te golpeo a ti es justo que sea equitativo, pero ¿de veras tenías que tratarme tan horriblemente?

— Juro que no recuerdo haber luchado contigo. —Hizo otro intento fallido por acercarse, pero Aarón infló el pecho y me cubrió. Ares se rindió y se quedó allí dando explicaciones que ningún sentido tenían—. No recuerdo ni siquiera la temática que nos tocó. ¿Estás muy segura de que nos enfrentamos? Yo nunca te golpearía, ni siquiera dentro de un estúpido juego.

—Me tiraste por el hueco de un elevador y miraste como si fuera tu enemiga.

Me sentía verdaderamente herida y sin poder evitarlo, preocupada, ¿qué le había pasado? Me levanté y salí de allí, deseando que nadie me siguiera.

Aarón ofreció acompañarme, pero insistí en que necesitaba alejarme y eliminar el enojo antes de abrir la boca y decir algo de lo que me arrepentiría luego.

La imagen de las pupilas dilatadas de Ares me persiguieron hasta que me senté sobre la mesa de la cafetería con un vaso de jugo de naranja.

Aquella frialdad con la que me trató y la forma en la que me golpeó, me recordaron a la tortura que había sido vivir con Marco, mi padre.

Aquellos gélidos ojos llenos de adrenalina que se descargaban contra el rostro de alguien más, la única diferencia era que Marco sonreía mientras estampaba sus nudillos contra mi cuerpo.

—Nada se compara con aquel hijo de puta —comenté amargamente, apartando aquella comparación de mi cabeza—. Ares no está ni cerca de ser como aquella bestia. —Me autoconvencí y bebí un sorbo de mi jugo, sintiendo la acidez del cítrico, me encantaba.

¡Qué tranquila estaba la cafetería vacía! Tenía todo el festín para mi sola, pero ni hambre tenía, algo no muy común en mí.

Me levanté del asiento y regresé a la barra para reponer mi vaso. Justo cuando regresé la jarra a su lugar, sentí un zumbido en mi oreja izquierda y pronto vi la hoja de una daga dorada hundiéndose en el yeso de la pared en frente mío.

Me desconcerté por unos segundos y estiré el brazo para tomarla por el mango y desenterrarla de allí.

Volteé lenta y cautelosamente para no espantar a mi agresor y pronto me aterró la idea de que esa persona hubiese fallado a su objetivo sin querer.

Pero no, él me observaba con sus ojos amarillos, entretenido ante mi reacción quizá.

—Ya me tienes cansada Colin —gruñí con poca paciencia al verlo—. ¿Entiendes que ya no te quiero ni a diez pasos de mí? ¿¡Lo entiendes, Colin!?

Él se encogió de hombros y con un movimiento de cabeza arrebató la daga de mi mano y la regresó a la suya.

—Adoro la telequinesis. —Suspiró lleno de gozo, observando su reflejo sobre la filosa hoja dorada. Camino hacia mí y se detuvo quedando a escasos centímetros.

Me apuntó con su daga y la paseó por mi rostro, con precaución como si se tratara de una taza de porcelana.

No iba a ser capaz de lastimarme y él era consciente de que por más que me molestara, yo tampoco sería capaz de dañarlo.

—Adoro tus ojos. —Sonrió de manera cínica y los apuntó—. Perfectos al igual que tú.

La manera en la que sus palabras fluían, la mirada atenta, pero vacía de sus ojos... Colin no estaba bien.

Permanecer quieta y deducir lo que quería conseguir con todo esto era la mejor opción, después de todo, un movimiento brusco de mi parte y podría herirme por accidente.

Durante un leve descuido, él deslizó el filo de la daga sobre mi labio inferior generando un pequeño corte. Yo no me había movido.

Me quejé ante el ardor e intenté cubrir mi boca, pero él me detuvo y con su pulgar limpió una pequeña gota de sangre que se escurría por allí.

—No seas llorona. —me dijo divertido, cuando chillé.

Observó la perfecta gota sobre su dedo y luego de mostrarme sus dientes blancos en una sonrisa, se llevó el pulgar a su boca y lo succionó para luego suspirar satisfecho.

—Solo quería probarte.

Se regresó caminando hacia la puerta, dejándome unos segundos para asimilar la situación.

—¿Acaso te has empeñado con tu hermano para tratarme así hoy? Yo te conozco Colin, algo raro te está pasando porque tú no eres así.



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En el texto hay: accion, amor, lgbt+

Editado: 18.03.2023

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