—el…el bebé —murmuro adormilada, escuchando voces apresuradas a su alrededor, moviendo la cabeza de un lado a otro apenas podía distinguir los gritos de Claus
Sus ojos apenas se acostumbraban a la luz y a la cantidad de escenarios que podía registrar apenas abría y cerraba los ojos.
La escena de la casa en llamas, el hombre que los acosaba intentando matarla y el forcejeo de su esposo con el atacante que termino mal, el sonido del disparo la despertó sobresaltada, sentándose en la cama, pero el lugar seguía a oscuras; la habitación en silencio la hizo levantarse rápidamente escuchando de nuevo el vidrio de la ventana sonar, siguió el sonido extraño con el arma en mano solo para encontrarse a una pequeña figura queriendo atrapar algo que volaba directo al cristal de la ventana haciendo que su corazón acelerado se aligerara escondiendo el arma de nuevo y regresando a donde el ruido volvía.
Encendió la luz del pasillo asustando a una pequeña de ojos claros y cabello negro, quien dio un salto pegando las manitas a su pecho.
—Davida ¿qué haces? —pregunto con calma al ver a la niña ir con su madre señalando al pequeño animal.
—solo… quería sacarlo… pero escapo al pasillo —Layla miro que no era un pájaro sino un murciélago, ya se había enfrentado a varios de esos así que su miedo a ellos había disminuido.
—busca una toalla ¿sí? —la pequeña de cinco años corrió hacia su habitación regresando con su toalla verde entregándosela a su madre.
Layla con calma se acercó a la ventana atrapando al animal y quitando el seguro de la misma dejando que este volara a la fría noche.
—listo… —suspiro cerrando de vuelta la ventana y mirando a su hija, la pequeña tenía la misma sonrisa que solía tener su esposo cuando no quería tener problemas. —¿Cómo entro un murciélago a tu habitación? —la pequeña se encogió de hombros revolviendo sus manos una entre la otra con culpabilidad.
—te puedes resfriar… —la pequeña miro al suelo intentando contener sus lágrimas, Layla suspiro agachándose y acomodándole los cabellos a la pequeña —no vuelvas a dejar la ventana abierta Davida ¿entendido? —la niña la miro y asintió mordiéndose el labio inferior.
—mami… ¿puedo dormir contigo? —Layla asintió y la pequeña se aferró de su cuello mientras su madre se levantaba entre quejas.
—¡ay dioses! ¡Sí que estas pesadas! —la pequeña se rio enrollando sus piernas en el torso de su madre.
Layla beso la mejilla de la pequeña hasta que se acostó en la cama dejando que la pequeña se quedara sentada sobre su estómago.
—mamiii… —la pequeña parecía no tener sueño en absoluto y Layla tampoco tenía.
Esa pesadilla se repetía una y otra vez en su cabeza desde que dio a luz a Davida, su segundo nombre era Sofía, como su padre hubiera querido.
Apenas despertó veinticuatro horas después del accidente y Claus estaba allí, le había aclarado que de no haber salido de allí a tiempo hubiera perdido al bebé.
Layla no dejo de llorar y asistir al entierro de su esposo no fue posible, no luego de que Stefan se involucrara.
El hombre que estuvo en su casa no trabajo solo.
Toda la planificación había sido demasiado cuidadosa.
Paso todo su embarazo en el mismo hospital en Grecia, hasta que nació el bebé; Davida D’Luca, había nacido con excelente peso para una bebé promedio y sin ningún problema.
Stefan prefirió tenerla bajo su custodia hasta que encontraran a los implicados y eso no tomo menos de un año, entre los tres hombres.
Habían declarado a Layla como muerta cuando llego al hospital, sus redes sociales fueron cerradas al igual que la de Nico, pero eso no le fue impedimento para saber las noticias.
Su madre había publicado demasiadas cosas intentando ser una madre dolida, pero en los mensajes internos había muchos audios de ella insultándola y dándole gracias a los dioses porque ella ya se había muerto.
Sus amigas fueron las únicas que no podía contactar de vuelta, al igual que los amigos de Nico y su suegro solo pudo enterar el cuerpo de su hijo junto a una tumba vacía de su nuera.
Fue al único que no tuvo corazón de decirle una mentira, pero el hombre entendió perfectamente la situación y con primos en Grecia no era loco que el hombre varias veces al año saliera de Italia para estar allí.
Había visto a su nieta crecer durante cinco años y el parecido con Niccolo no se podía negar, el hombre contaba historias de las travesuras de su hijo a esa edad.
—¿crees que… cuando sea grande seré como papá? —la niña pregunto con inocencia, Layla había notado lo dulce que la niña era con los animales.
Con los ojos cristalizados asintió. —puedes… puedes hacer muchas más cosas si te las propones amor —su voz se entrecorto acomodándole el pijama arrugada, la sonrisa en el rostro de la pequeña Davida valía la pena.
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Editado: 20.08.2024