No te mentiré #3

Capítulo 26

Ophelia, por primera vez, estaba nerviosa por la llegada de su marido. No era una sensación de malestar, todo lo contrario, era como una dulce expectación como si fuera la noche anterior a Navidad, que esperaba que fuera la mañana siguiente para abrir los queridos regalos. 

Mientras intentaba no mover la pierna, muestra que estaba impacientándose, le había pedido a su doncella que la avisara de la llegada de lord Darian. Había perdido la cuenta de las veces que se lo había pedido. No quería dar la imagen de desesperada.

Una dama no debería mostrarse excesivamente ansiosa porque no daba una buena imagen de decoro. Pero a estas alturas, Ophelia no era un ejemplo de dama educada, decorosa, sumisa... 

¿Por qué se habría fijado Darian en ella cuando podría haberse buscado una mujer menos escandalosa? Esa no era la palabra que la pudiera definir. Claramente no porque no se consideraba escandalosa; sí orgullosa y vanidosa. Y muchos defectos que no estaba dispuesta a admitir.

Entonces, esa pregunta se hizo más fuerte con el paso de las horas como una vocecita molesta, recordándole que otra mujer podría complacerlo más que ella. Por ello, para no escuchar más esa voz, había salido esa tarde ver tiendas durante el tiempo que su marido estaba trabajando en el banco. Encargó varios vestidos y compró un botecito de perfume, cuyo aroma la maravilló en cuanto lo olió y no dudó, horas más tarde, echárselo en puntos estratégicos de su cuerpo con la clara intención que esa noche obrara magia. No sabía qué esperar de esa noche cuando llegara su marido pero quería que no hubiera cambiado respecto a esa mañana. Fue ese momento cuando despertó, después de una placentera noche, y descubrió que se había quedado hasta su despertar. Fue un gesto que le llegó hasta el corazón. 

¿Ella tenía corazón? Sí, lo tenía, y latía muy fuerte cuando pensaba en él. Como en ese instante.

¿No te estarás enamorándote de Darian?, se preguntó justo en el instante que su doncella personal entrase y le diera la noticia que su marido había llegado provocando que sus fuertes latidos fueran truenos en sus oídos.

  —  Mi señora, lord Darian ya ha llegado y se encuentra en la biblioteca.

  — Gracias, Christine. 

  Se levantó con una mano sobre el estómago intentando controlar inútilmente los golpes de su corazón. Sin embargo, mientras bajaba los escalones, no solo su corazón temblaba, lo hacía todo su cuerpo. 

Aunque lo había visto esta mañana con ese estupendo traje de caballero londinense, le pareció atractivo o más si podía ser en esa noche. Estaba dándole la espalda cuando entró. Sintió miles de mariposas trepando por su cuerpo. No era para menos. Aquella estancia había sido protagonista de su segundo encuentro amoroso e íntimo con su esposo. 

¡Había sido tan osada! Sin duda su esposo era un buen amante. 

Darian percibió su presencia sin que hubiera hecho algo de ruido y la pilló mirando el sillón orejero. 

  — Me parece  adorable su sonrojo, querida — dijo acercándose a ella. 

Ophelia negó con la cabeza con una sonrisa que agradó a Darian, que pensó en un momento dado de la tarde que la princesa de hielo volvería a aparecer y quizás todo lo que había vivido con ella fuera un espejismo. 

  — Creo que sabe el motivo de ello y por eso le agrada más — se le cortó la respiración cuando su esposo acortó la poca distancia que quedaba entre sus cuerpos. 

— Touché — él se lamió los labios y esbozó una sonrisa avasalladora —. Me ha sorprendido que después de anoche no huyera. Creí que podría haberme abandonado. 

— Oh, Darian — dándose cuenta que nunca lo abandonaría y tampoco quería que lo hiciera él, se puso seria de repente. Él se percató de su expresión sombría.

— ¿Le ha ofendido mi comentario? — entre el pulgar y el índice cogió y alzó la barbilla de su esposa, encontrándose con un brillo inesperado en sus ojos azules. 

— No, Darian. No es su comentario — ¿cómo le podía explicar que con él había estado segura y amada cuando nunca por otro no lo había llegado a sentir? —. Además,  no hubiera huido después...

Su esposa fue bajando la voz hasta quedarse en silencio. 

— ¿Después qué? —  quiso indagar.

Las mejillas de su amada se sonrojaron más de lo que ya estaban. La observó totalmente fascinado.

— ¡Por favor, Darian! No me haga explicárselo, me da vergüenza — confesó dándole un leve golpe con las palmas que él las cogió con ternura y depositó un beso en cada mano —. Sea un caballero y no me presione. 

— Ya veo — pero Ophelia no le creyó y entrecerró la mirada —. Está bien, no la presiono más. 




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