Liam se sentó en la cama y miró por la ventana. Las vacaciones de verano habían llegado a su fin, eso significaba que las clases volvían a empezar, un nuevo curso, las mismas personas de mierda de siempre. Dejó caer su rostro entre sus manos. Se levantó y lo primero que hizo fue meter un chicle de sandía en su boca, se cambió y bajó a la cocina donde su madre se encontraba con su abuela.
—Hola, mamá, hola, abuela. —saludó.
Tomó su mochila que solo tenía una libreta, un bolígrafo y una goma de borrar.
—Adiós, mamá, adiós, abuela. —se despidió saliendo de la cocina.
—¡Liam, coge algo de desayunar! —vociferó su madre.
Pero para cuando acabó de pronunciar esas palabras, el muchacho de pelo castaño claro ya había salido de casa. Liam vivía cerca del instituto, así que prefería ir andando, eso le evitaba madrugar más de lo que ya lo hacía normalmente. Mientras caminaba chicos de primero pasaban con sus bicicletas a toda velocidad gritándose unos a otros por haber perdido el autobús. Él rodó los ojos, recolocando su chaqueta y posteriormente su cabello.
—Putos críos, cabezas huecas. —maldijo por lo bajo entre bufidos.
Ignorando a los niños, Liam siguió andando, vio al gato de un señor que vivía por la zona, se agachó y lo acarició brevemente, el gato ronroneó y empezó a moverse entre las piernas de Liam pidiendo más caricias cuando el muchacho se puso de pie. Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios del pálido y ojeroso rostro de Liam.
Reemprendió su camino al instituto y no tardó mucho en llegar a este. Fue a su taquilla y miró su nuevo horario. Normalmente los horarios se daban en la presentación, pero como él no asistió a la presentación, habían colado su horario por una de las rejillas de su taquilla.
Se horrorizó al ver que en el horario su primera clase del día sería literatura. Cerró su taquilla y fue a clase.
Entró sigilosamente por la puerta intentando que nadie le viera y se sentó atrás del todo al lado de la ventana. Entonces Riley entró en clase, con su cabello despeinado, una camiseta negra larga, unos pantalones de mezclilla holgados y su bandolera con pines y chapas de series de dibujos animados. La castaña miró los lugares libres y cuando vio el que estaba en la penúltima fila, al lado de la pared y cerca de la última ventana.
Riley se sentó y sacó un bolígrafo rojo y una pequeña libreta de tapas verdes, empezó a hacer lo que, para Liam, parecieron trazos al azar y sin sentido, pero Riley en aquellas líneas veía miedo, odio, cansancio, tristeza y miles de cosas que solo ella podía ver y comprender. Poco a poco el aula se fue llenando. El profesor entró en clase y se presentó, pero nadie pareció prestarle atención, y mientras el profesor hablaba, ignorando que nadie en la clase le atendía, Liam miraba atentamente cada movimiento de la de pelo castaño.