Ha vuelto a atarme. He perdido la noción de mí misma y estoy segura de que han pasado ya varios días desde la última vez que estuve consciente.
Y él está allí, con su vaso de Whisky y las penas entre los dedos, jugando a traer recuerdos con la música.
Lo miro. Por momentos pierdo el foco, pero lo miro y quiero devorarlo con la mirada, desaparecerlo, eliminarlo, pero también quiero rendirme y desfallecer, desaparecerme a mí misma.
Se acerca. Desliza su índice por el contorno de mi rostro y esquivo su piel antes de que termine de dibujarme. Arrima su boca a mi cuello y respira. El cosquilleo de su aliento me provoca escalofríos, mucho más cuando sus labios se sientan y dejan un beso muerto.
Sigo esperando que mi rechazo rompa los límites de su paciencia y se arrebate hasta volverme polvo. Quiero verlo sufrir un poco más. Sería justo que me perdiera en sus dedos y alargara su condena. Pero aun así, cansado de mi resistencia, solo respira y vuelve a adularme de lejos, mientras ve a Eva en mí y yo la veo a su lado, reviviendo viejas escenas. Caminando por la casa y regalándole sonrisas cada nada, bebiendo Whisky con él y desarmándose cada que le canta. Y él ahí, loco por amor, entregado a ella, puntual en sus deseos. Sin embargo… —Suspira y se pierde de nuevo en culpas—. Nunca pudo llegar a tiempo para salvarla y eso fue lo único que deseó Eva aquél día. No por ella, por el pedacito de ambos que llevaba consigo.