Sangre, la botella, sus manos, el reloj, el maldito reloj haciendo eco del tiempo y los pedacitos de vidrio mezclados con los de su alma.
Enloquece, me estruja entre sus manos y vuelve a ser tarde.
Se ha perdido en el sabor amargo de un trago para ocultarse inconsciente en la noche. Y me suelta y me mira y vuelve a apretarme intentando devolverme la vida, mientras por mis brazos corre el último hilo de sangre. Y me dejo ir, con los ojos clavados en los suyos, suplicando oscuridad. Y enloquece… Y enloquezco… y la vida sigue sin parar.
Ojalá hubiera sido esa la última mirada, ese último segundo nuestro último encuentro. Ojalá el fuego lo hubiera devorado a él hace ya tiempo.