VI

Me mira desde lejos con los codos sobre su regazo, los dedos entrelazados, jugando con sus pulgares.

Estoy tendida en la cama. Mis brazos están vendados, enganchados a una cuerda que los mantiene inmóviles. He jugado de nuevo al abandono al borde de la inexistencia. Y otra vez he perdido la partida en sus manos.

Se acerca y sigue mirando perdido en el silencio. Acaricia mi rostro con delicadeza y suspira.

—Eres tú.

¿Soy yo? He perdido tanto de mí en días junto a él que lo dudo. No soy yo.

He pasado días perdida de mí misma. He vagado por tinieblas en mis sueños y sigo sin entender el propósito de mi vida en sus manos. Me ha privado del mundo para encasillarme en el fantasma que anima sus culpas. He intentado liberarme en la muerte, ha sido un fracaso.

Quizá mi vida no sea suficiente para detener su martirio.

Siento su piel sobre la mía de nuevo y el terror me invade de repente. No por lo que pueda transmitirme la sensación áspera de sus manos, sino por los pensamientos que me atraviesan cuando lo miro a los ojos y lo imagino consumiéndose…

Mis ojos tienen fuego tatuado en las pupilas en aquél momento y tiro de las cuerdas y me desquicio. Ya no tiene más paciencia, va a devorarme.

Mi cuerpo aturdido y gastado permanece a su lado en la cama donde se ha robado la mitad de mi alma. Cuento una noche más y no sé cómo he podido resistir tantas, no sé cuántas más pueda.

Ni los gritos, ni las lágrimas, ni el dolor han sido suficientes para detenerlo.

Estoy perdida, de nuevo, atrapada en la oscuridad, cargando con sus latidos en la espalda. Su respiración en el cuello me lapida y sus brazos envolviéndome desnuda me sentencian otra vez. No hace falta que pregunte por el futuro. Seguramente seré otra historia en un cartel recorriendo las calles, cuando mis restos emanen muerte cerca de algún basural, cuando las heridas de mis brazos me condenen suicida y me una a la interminable lista de “resueltos” en el archivo.

Mientras tanto, ya ha dado el primer paso y no tiene más piedad.