Mi primer día de noveno curso comenzó como casi todos los días desde hacía meses: Con gritos procedentes de algún punto de la casa. Mis padres nunca se acordaban de que no vivían solos y tenían un hijo que intentaba disfrutar de los cinco minutos que le quedaban en la cama hasta que tuviera que levantarse.
Cansado de los gritos, que cada vez eran más fuertes, me levanté de un salto de la cama. Entré al baño y me di una ducha rápida para despejarme. El agua actuaba de barrera y debajo de ella no podía oírlos. Eso me tranquilizaba.
Saqué del armario una sudadera negra y unos vaqueros oscuros, cogí las zapatillas de debajo de la cama y tardé bastante en atarme los cordones. Sus discusiones me quitaban el hambre y no quería bajar a desayunar, pero conocía a mi madre y sabía que no me dejaría ir al instituto sin probar ni un bocado.
Bajé las escaleras y me asomé por la puerta de la cocina. Mi madre me observó asustada y se calló. Al instante, le hizo una señal a mi padre para que no hablara y sacó una de sus mejores sonrisas para recibirme.
—¿Ya te has despertado, cariño?
Asentí con la cabeza, pero no dije nada más antes de dejar la mochila en el suelo y sentarme en el taburete. Mi padre estaba a mi lado con un periódico entre las manos y una taza humeante de café delante de él.
—Tengo que irme al trabajo —dijo abruptamente, para luego marcharse de la cocina sin siquiera terminar su desayuno. Tampoco se despidió de nosotros, pero eso era frecuente.
—¿Estás bien? —Mi pregunta obligó a mi madre a levantar la mirada de su taza—. Esto no te está haciendo ningún bien, mamá.
Se acercó a mí y me dio un beso en la frente antes de desaparecer de la cocina. Escuché la puerta de su habitación cerrarse y tras ella unos sollozos que también eran muy habituales.
Terminé mi desayuno con calma y salí de casa. Saqué de la mochila unos auriculares y los conecté a mi teléfono.
El instituto no estaba muy lejos de casa y eso suponía una gran ventaja. No tenía que levantarme pronto y por muy tarde que saliera de casa, siempre llegaría en menos de cinco minutos.
Sentía en la tripa algo extraño, estaba muy nervioso.
Iba a ver a mis amigos después de todo el verano y eso me había tenido inquieto durante días. Estaba tan acostumbrado a estar todos los días con ellos, que los meses de vacaciones se hicieron eternos. James se había ido con sus padres a visitar a su familia en Dallas y Thomas estuvo totalmente incomunicado en el campamento de fútbol.
Cuando llegué, me encontré con ambos en la puerta. El primero que se acercó a abrazarme fue James. Nuestros padres trabajaban juntos y desde pequeños habíamos sido inseparables. Thomas se incorporó después, pero eso nunca supuso un problema. Los tres éramos mejores amigos desde el colegio.
—¿Qué tal el verano? —preguntó James mientras subíamos las escaleras hasta el pasillo principal.
—Extraño.
—¿Tus padres siguen discutiendo?
—Sí, todas las mañanas. —Suspiré—. Sigo sin entender porqué discuten tanto. No hablan conmigo del tema y siempre que discuten se piensan que yo no les escucho.
—Los problemas de los adultos a veces sobrepasan nuestro entendimiento. —Thomas apretó mi hombro para tranquilizarme—. Seguro que son peleas sin importancia, ya lo verás.
Intenté creerle, pero sabía que no era así. Que las cosas no eran tan fáciles.
Entramos en la clase de Carpintería y me senté solo en la segunda fila. James y Thomas se sentaron detrás de mí e intentaron distraerme contándome cómo había ido su verano. Tenía la mirada perdida en la nada cuando de repente entró una chica en clase.
No la conocía, nunca habíamos coincidido en clase ni por los pasillos del instituto. Todos la miramos extrañados ya que era la única chica que había aparecido desde que habíamos entrado. Se sentó en una mesa sola y fijó la mirada en una nota que tenía en las manos.
—Veo que ya estamos todos. —El profesor Philip entró en la clase, nos miró a todos y detuvo su mirada al darse cuenta de que había una nueva persona—. Vaya, veo que tenemos una alumna nueva este año. ¿Cuál es tu nombre?
—Madison Morgan.
—Me alegro de verte por aquí. Me ha comentado la directora que tenías que decirme algo, ¿me lo puedes decir ahora o esperamos al final de la clase?
—Solo quería informarle que estaré en esta asignatura hasta que salgan las nuevas listas de los admitidos en el taller de teatro —dijo ella, con cierto tono de esperanza en la voz.
—Perfecto, espero que el tiempo que esté con nosotros disfrute de la asignatura. —La mirada del profesor se dirigió al sitio libre que había a mi lado—. No creo que sea lo mejor que se siente sola en su primer día en mi asignatura, al lado de Dylan hay un sitio libre y puedes ocuparlo si quieres.