La discusión de aquella noche había empezado por mi culpa. Mi padre no estaba de acuerdo con que saliera con mis amigos, pero mi madre me defendió y consiguió que pudiera salir con la condición de que debía estar en casa a las once.
Aunque cerré rápidamente la puerta principal, todavía podía escuchar sus gritos. Corrí hasta el coche y subí al asiento trasero con James.
Los saludé a todos con un apretón de manos y Cole, el hermano de Thomas, arrancó el coche. Él nos llevó a la feria, pero una vez que llegamos allí, fue por un lado y nosotros por otro.
Nos detuvimos en uno de los puestos que habían montado para la feria benéfica y le mandé un mensaje a Madison para reunirnos con ellas allí.
James sacó un dólar de su bolsillo, se lo entregó al chico del puesto y este le dio una pistola de agua. Y así matamos el tiempo, llenando globos con pistolas de agua.
—No entiendo qué hacemos aquí, íbamos a ver una película, no a comer algodón de azúcar. —Escuché una voz femenina a mi espalda y no pude resistirme a girarme para descubrir de quién era—. He tenido que mentir a mis padres para venir aquí, espero que merezca la pena.
Miré de arriba abajo a la dueña de esa voz. El pelo rubio le tapaba los ojos y era un poco más alta que Madison, que se encontraba a su lado junto a otra chica. Las tres se acercaron a nosotros y soltaron una breve carcajada llamando la atención de mis amigos.
—Ya estáis aquí —dijo Thomas con una sonrisa en los labios—. Me presento, me llamo Thomas y soy el mejor amigo de este chico. —Se acercó a mí, rodeó mi hombro con un brazo y frotó mi pelo despeinándolo.
¿Qué mosca le había picado?
—¡Bien! —gritó James emocionado al ganar la partida. El chico del puesto se puso de puntillas para alcanzar un pequeño peluche blanco y se lo entregó a James como premio—. Soy el mejor.
Al terminar la partida se reunió con nosotros.
Se presentó, saludó a las chicas y la afortunada en llevarse el peluche fue Harper. Al principio lo miró un poco cabreada, pero aceptó el regalo.
Pasamos por varios puestos antes de detenernos a por un helado. Nosotros no tuvimos la misma suerte que James, porque no ganamos nada y perdimos casi todo nuestro dinero intentándolo.
—¿Qué queréis? —preguntó Madison cuando ya nos sentamos en la mesa.
Todos eligieron un sabor e hicimos un sorteo para ver quién iba por ellos, por suerte o por desgracia me tocó a mí.
Cuando me levanté también lo hizo Madison y aunque me pareció extraño, preferí no decir nada. Caminé directo al puesto de helados y ella me siguió por detrás.
—Gracias por invitarnos, mis amigas se lo están pasando bien.
—¿En serio?
Me giré para visualizar nuestra mesa. Los cuatro mantenían una conversación ajena a nosotros y parecía que no se lo estaban pasando nada mal.
—¿Tú te lo estás pasando bien?
—Sí.
Me apoyé en la barra del puesto con la mirada de Madison fija en mí, era como si estuviese intentando descifrarme. Una sonrisa apareció en sus labios y como acto reflejo no pude evitar sonreír también.
Nos sirvieron los helados en una bandeja. Madison intentó cogerla, pero me adelanté y la cargué entre mis manos para evitar que ella llevara ningún peso.
Caminamos de vuelta a la mesa, me senté al lado de James y nos unimos a su conversación.
Madison abrió la boca y lamió la cuchara, ajena a mi mirada. Cuando se dio cuenta, sus mejillas se tiñeron de rojo y empezó a reírse de una manera que me aceleró el corazón.
Esa noche estaba hermosa. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta y aquel vestido de flores amarillo se moldeaba perfectamente a su delgado cuerpo. A esa edad no le daba mucha importancia a eso, pero ahora sería algo que me volvería loco.
Terminamos los helados y caminamos hasta nuestro último destino, la gran noria de Waterfront Park. Era una atracción muy famosa y la cola para comprar los tickets solía ser bastante larga.
Nos unimos al final de la cola y esperamos a que fuera nuestro turno.
Pillé varias veces a Madison mirándome por el rabillo del ojo mientras hablaba con sus amigas, y aunque intentaba distraerme con mis amigos, su simple presencia me ponía nervioso.
Llegó nuestro turno y compramos los tickets. La cabina tenía una capacidad de ocho personas, sin embargo en la nuestra solo subimos los seis, nadie más.
Nuestros amigos se fueron a un lado de la cabina y aproveché que Madison estaba sola para acercarme un poco más a ella.