Cuando llegué a casa, al abrí la puerta principal, escuché un gran estruendo en el despacho de mi padre. No me lo pensé dos veces, solté la mochila en el suelo y corrí hacia allí.
La puerta estaba cerrada, pero el cerrojo no estaba puesto.
Cogí el pomo y abrí la puerta rápidamente, encontrándome con mi madre en el suelo con el rostro ensangrentado. Me acerqué rápidamente a ella y observé a mi padre, que la miraba perplejo desde el sofá que tenía enfrente.
—¿Qué has hecho, papá? —le grité pidiéndole una explicación.
Estaba como ido, no movió los ojos ni cambió su expresión mientras yo le gritaba.
La copa de alcohol que tenía entre sus manos se estrelló contra el suelo y se rompió en mil pedazos. Eso había pasado. Esta no había sido una simple pelea como las otras, estaba borracho y había otro motivo más por el que mi madre estaba herida en el suelo.
—¡Habla! —grité con lágrimas en los ojos.
—Te quiere separar de mí. —Su tono de voz confirmaba que había estado bebiendo y mucho.
—¡Eres un monstruo!
Mi padre no se movió del sofá ni me replicó que le llamara de aquella forma. Le daba igual.
Ayudé a mi madre a levantarse y la acompañé a la cocina. Cogí todo lo que necesitaba para curarla del botiquín y me senté enfrente de ella.
Quería levantarme y devolverle a mi padre todos los golpes que había sufrido mi madre, pero no era como él.
Le curé las heridas con mucho cuidado y la acompañé a mi habitación. No iba a dejar que mi madre durmiera en la misma cama que él después de lo que le había hecho. La dejé acostada y le preparé algo para cenar.
Eché el cerrojo de la puerta de mi habitación y me tumbé a su lado para poder abrazarla.
—Mañana me voy, no puedo perdonarle lo que me ha hecho —dijo entre lágrimas—. No aguanto más.
Mi madre no pudo dormir en toda la noche. Yo conseguí dormir un poco, pero me desperté al escuchar como salía de la habitación a las nueve de la mañana y ya no pude volver a dormir.
No me acordaba de cómo había llegado a la cocina, pero ahí estaba, sentado en uno de los taburetes de la barra mirando fijamente la puerta.
El sonido de las ruedas de unas maletas deslizándose por el suelo me sacó de mi desconcierto. Mi mirada se encontró con la de mi madre y la aparté rápidamente con una mueca de dolor. En su rostro todavía se podía ver las marcas y las heridas que le había provocado mi padre la noche anterior.
Dejó las maletas en el pasillo y caminó directamente hacia mí. Me dio un abrazo y mi cuerpo no supo cómo reaccionar.
—Vendré por ti en cuanto me haya instalado en un piso decente para los dos. No tardaré mucho, no voy a dejar que pases las vacaciones de navidad solo con él. Si te hiciera algo no me lo perdonaría en la vida.
—Estaré bien, mamá. Tendré las maletas preparadas para cuando vuelvas.
—No te acerques mucho a él, ¿de acuerdo?
Besó mi frente por última vez antes de coger las maletas y salir por la puerta.
Mi cuerpo por fin reaccionó y me acerqué a la ventana para poder ver cómo su coche salía por el camino y desaparecía en la calle.
Seguí el consejo de mi madre y evité a mi padre. Tampoco fue tan difícil, ya que estuvo toda la mañana en el trabajo y no volvió hasta por la noche. Cenamos juntos, pero más distantes que nunca.
El daño que le había hecho a mi madre no se lo perdonaría nunca.
Durante los dos días siguientes falté al instituto para poder organizar todas mis cosas. Hice las maletas a escondidas de mi padre y las oculté debajo de la cama. Las cajas con mis otras cosas las guardé en el armario con la esperanza de que no le diera por cotillear mi habitación a esas alturas, ya que nunca lo había hecho.
Esa noche era el baile y se me había pasado por la cabeza no ir. Estaba agotado y no tenía muchas ganas de fiesta, pero no podía hacerle eso a Madison.
Me di una ducha rápida, rodeé mi cintura con una toalla y caminé de vuelta a mi habitación. Saqué el traje negro del armario y no tardé más de tres minutos en estar listo.
Cuando me estaba intentando ajustar la corbata frente al espejo, alguien llamó a la puerta de mi habitación. Al ver su reflejo detrás de mí sentí un extraño escalofrió que recorrió todo mi cuerpo.
—Déjame, yo te ayudo.
Di media vuelta para quedar cara a cara con él. Hizo rápidamente un nudo a mi corbata y se separó para observarme de arriba abajo. Tenerlo cerca me ponía muy nervioso.
—Eres igualito a mí de joven. Estoy orgulloso de ti, Dylan.
Era la primera vez que mi padre me decía algo así. Mi reacción debería haber sido muy distinta y lo hubiera sido si mi padre no fuera el que era. Sus palabras no me calaron, no sentí nada.
—Sé que es duro para ti asimilar lo que ha pasado, pero es una cosa entre tu madre y yo. Así que supongo que no te tengo que decir las consecuencias que tendrías si dijeras algo a alguien.
¿Me estaba amenazando?
El nudo que tenía en el estómago ahora estaba en mi garganta y no me permitía respirar con normalidad. Simplemente asentí y mi padre sonrió, victorioso.
De camino a la puerta principal, me puse la chaqueta del traje y aceleré el paso para irme cuanto antes.
—Pásatelo bien y no llegues tarde.
—Sí, no te preocupes.
Como si alguien hubiera dado la señal de salida, me di la vuelta y caminé con paso ligero hasta la puerta que daba al exterior. Salí del vecindario y caminé unas cuantas calles, absorto en mis pensamientos. El silencio me ayudaba a pensar.