Cuando me quise dar cuenta había llegado el día de volver a Seattle con mi padre. Aunque no estuvimos mucho tiempo en casa, porque nos fuimos con mi familia paterna a una cabaña en Crystal Mountain.
Lo único que me gustaba de ese lugar eran las vistas, que desde mi habitación eran impresionantes, ya que la idea de pasar tanto tiempo encerrado con mis primos no me entusiasmaba mucho.
Por aquel entonces, mis primos, Cameron y Spencer, tenían dos años más que yo y me tomaban el pelo cada vez que podían, aunque eso solo demostraba que yo con catorce años era mucho más maduro que ellos.
Para no tener que verles la cara todas las mañanas que estuve allí, me creé una rutina que me ayudó a afrontar la situación. Nada más levantarme me preparaba el desayuno y después me encerraba en la habitación para ponerme la ropa para esquiar.
Esquiar me ayudó muchísimo a despejarme y dejar los problemas atrás. Por desgracia, cuando volvía a la cabaña sabía que el mayor de mis problemas aún seguía allí, delante de mí, tomándose una copa de whisky junto a mis tíos.
Por suerte ese infierno no duró mucho y pronto regresé al instituto con Madison y mis amigos. Entre exámenes y trabajos, noveno curso pasó volando y llegó el verano que cambió mi vida para siempre.
Siendo sincero, no me acordaba de mucho antes del incidente. Lo que sí recordaba era que en mi cumpleaños número quince, me atreví a dar el siguiente paso con Madison. No sabía lo que estaba por venir y puede que fuera lo correcto o no, pero decidí arriesgarme.
—Dylan, hoy cumples quince años, no pretenderás que nos pasemos toda la tarde jugando a la consola —dijo James incorporándose en la cama—. Se me ocurren planes mejores para celebrarlo.
Nunca me había gustado celebrar mis cumpleaños y ese año no iba a ser la excepción.
—Ya os he dicho que no quiero celebrar nada y menos después de lo que ha pasado.
—Necesitas salir, despejarte. —James saltó de la cama, agarró mi brazo y me levantó de un tirón—. Vamos, no vas a quedarte encerrado el día de tu cumpleaños.
James me empujó hacia la puerta y apagó la tele antes de salir de la habitación. Thomas nos siguió por detrás, escaleras abajo, y todos nos dirigimos a la puerta principal.
—Espera —dijo Thomas antes de que saliéramos por la puerta. Sacó de su bolsillo una bufanda, la extendió delante de mis ojos y la ató en mi nuca—. No puedes saber a dónde vamos.
Empezamos a caminar y uno de los dos me agarró del brazo para guiarme por la calle. Con la bufanda atada a los ojos no podía ver nada y me daba la impresión de ir caminando sin rumbo fijo.
—Ya queda poco.
James no paraba de repetir lo mucho que me iba a gustar la sorpresa que tenían preparada para mí.
De pronto, escuché el tintineo de unas llaves y el ruido de una cerradura. Nada más entrar, me liberaron y aproveché para quitarme la bufanda. Cuando abrí los ojos descubrí la oscuridad que me envolvía y que todo estaba en completo silencio.
No sabía dónde se encontraba el interruptor de la luz, así que encendí la linterna del teléfono. Con su ayuda, busqué la luz y la encendí para poder moverme sin romper nada.
Las fotos familiares que había colgadas en la pared me dieron la pista de que estábamos en la casa de James.
—¿Chicos?
Caminé con precaución por el pasillo y me acerqué al salón. La puerta estaba cerrada y no había signo de que hubiera alguien dentro.
Cuando abrí la puerta, la luz se encendió inesperadamente y un montón de gente escondida salió de todas partes para formar un círculo a mi alrededor.
—¡Feliz Cumpleaños, Dylan! —gritaron todos al unísono.
Mis amigos se acercaron para abrazarme y me levantaron en el aire entre los dos. Desde esa altura podía observarlos a todos. Habían venido algunos compañeros y compañeras del instituto, pero mi mirada se detuvo en una persona en concreto.
Llevaba el mismo vestido que se puso para ir a la feria y sentí como mi corazón empezó a dar fuertes golpes contra mi pecho.
En cuanto mis pies volvieron a tocar el suelo, mi intención era acercarme a Madison, pero James me detuvo.
—La gente tiene hambre, ¿podrías traer algo de comer de la cocina? —dijo James dirigiéndose a mí. Abrí los ojos, perplejo ante su petición—. He montado esta fiesta solo para ti, no te quejes porque te pida un pequeño favor. —Empezó a reírse y se alejó para que no pudiera replicarle.
—¡Algún día me cansaré de ti! —Mi comentario provocó una carcajada en James.
Entré en la cocina encontrándome con la encimera llena de cuencos con aperitivos y botellas de refresco. Cogí los aperitivos que más me gustaban y me dirigí a la puerta, pero cuando me disponía a salir, Madison entró en la cocina.
—Feliz cumpleaños.
Centré mi mirada en ella, que se acercaba lentamente hacia mí. Apoyó su cuerpo sobre la encimera y cruzó los brazos alrededor de su pecho. Su mirada se dirigió sutilmente al bolsillo de su vestido, invitándome a buscar en él.
Dejé los cuencos de nuevo en la encimera y me acerqué a ella dejando cierta distancia. Dirigí mi mano a su bolsillo y saqué un paquete. Lo sostuve sobre mi mano derecha y antes de abrirlo, besé sus labios, haciéndola suspirar.
Estaba tan nervioso que las manos me temblaban mientras rompía el papel que envolvía el paquete. Era blanco, brillante y en el centro ponía mi nombre. Lo abrí y en su interior había un reloj con una correa ancha de cuero. Lo saqué del paquete y le pedí a Madison que me lo pusiera.