Antes creía que el día de mi boda solo trendía que preocuparme por detalles de la celebración, ¿Estaría muy exagerado el maquillaje? ¿Habían llegado los invitados a tiempo a la recepción? No esperaba pasar el día preocupada por la falta de amor y comprensión por parte de mi futuro esposo, él había dejado muy claro que no pensaba siquiera intentar conocerme, mucho menos lograr un matrimonio feliz y próspero.
Varias damas de compañía me ayudaron a vestir, cuidando que cada detalle de mi apariencia fuera el adecuado. Una novia mal arreglada provocaría una explosión de rumores en la corte, a veces subestimamos lo terribles que son los susurros tras los elegantes abanicos de las jóvenes. La realeza de los tres reinos restantes asistiría a la ceremonia, las habitaciones del castillo se encontraban llenas de invitados demasiado importantes para ser alojados en cualquier hostería del camino.
Los matrimonios arreglados eran normales, mis padres se casaron así, al igual que el rey y la reina del reino Oeste. Pero todos ellos se habían unido a alguien de su reino, por eso no tuvieron que renunciar a lo mismo que yo. No solo dejaría mi hogar para siempre, antes de partir un alto sacerdote sellaría mi magia, así aseguraban que nadie inentara obtener secretos del reino. Nuestra magia seguiría siendo un misterio,la última defensa de nuestro pueblo en caso de que lo peor llegara a suceder.
Mi magia... tardé años en aprender a dominarla, recordaba la enorme satisfaccion que dominó mi corazón cuando logré manipular el agua por primera vez. Entrenaba con ahínco, esforzandome para controlar las lluvias y las aguas... todo sería olvidado después de ese día. Tendría oportunidad de aprender la magia del Oeste, aunque no me entusiasmaba mucho. Ellos podían controlar el fuego, el opuesto de mi elemento.
“Es casi imposible cambiar tanto la magia de una persona” Había dicho mi profesor cuando le pregunté unos días antes. “Por lo general quienes pierden su magia no pueden recuperarla...”
Esas palabras me hicieron entender lo mucho que cambiaría mi vida. Me mudaría a un reino lejano, donde no conocía a nadie, ignoraba sus costumbres y modo de vida. En el Norte la corte se mantenía alejada de los asuntos privados de la familia real, de acuerdo con los rumores la corte en el Oeste se regía mediante una serie de intrigas y estratagemas. No quería enredarme en los asuntos de perfectos desconocidos o formar parte de sus planes, no quería estar cerca de la guerra y lejos de mi hogar...
Miré mi vestido, la tela blanca vaporosa expertamente manipulada para recordar la caida de una cascada. La falda era larga, arrastrandose un poco, similar a la que usó mi madre en su boda, la gran diferencia era en el torso, el mío tenía un corset con escote en forma de corazón, decorado con hermosos bordados florales (La única parte del vestido que se me permitió elegir).
-Se vé hermosa, princesa.-Dijo mi dama de compañía, ella antes fue mi niñera, después pasó a ser mi dama, al igual que el resto de mi familia ella se quedaría en el Norte.- Sabe que si de mí dependiera la acompañaría al Oeste...
-Lo sé...
Ella me miró, sus ojos grises siempre fueron honestos con sus emociones, ahora brillaban llenos de tristeza. Su nombre era Tharu, igual que el mío, aunque rara vez la llamaban así, era alta, delgada, sus pálidas manos llenas de pequeños callos por trabajar. Usualmente llevaba el largo cabello negro amarrado en un ceñido chongo y vestía con modestia. Nunca olvidaría las horas bajo su cuidado, la vida era más sencilla entonces, sin grandes decisiones por tomar o reinos en necesidad de protección.
-Le deseo la mejor de las suertes, alteza. Es una joven fuerte, confío en que superará cualquier obstáculo.
-Gracias, nunca voy a olvidarte.
Tomó mis manos entre las suyas mientras asentía, conteniendo las lágrimas, yo sentía la tristeza invadirme, pero no lloré, la noche anterior había sollozado hasta dormirme, quedándome sin lágrimas. Ella salió, la vería en unos minutos durante la ceremonia pero tenía la fuerte sensación de que nunca volvería a verla. Me miré otra vez en el espejo, le sonreí a mi reflejo, esperando sentir algo, lo que fuera al verme ahí, con el vestido, velo y maquillaje... Nada, esa no era yo, me sentía ajena a mi cuerpo, quizás volvía las cosas sencillas: otra persona iba a casarse, otra persona debía despedirse, a otra persona la vistieron de novia y la intercambiaron por un ejército...
Acomodé mi cabello antes de agarrar el ramo de flores, un bello adorno con peonías de color rosa pastel, lavanda, rosas y claveles blancos. Lucían hermosas, el dulce aroma de la lavanda lograba calmar lo peor de mis nervios, no sería muy diplomática si vomitara de camino al altar. Pasé un dedo por los delicados pétalos, eran tan suaves, lo unico que me entusiamaba de viajar al sur eran las flores, no muchas plantas florecían en la eterna nieve del Norte.
Un carruaje me esperaba afuera, listo para llevarme a la iglesia, subí evitando arrugar el vestido. Como era la tradición viajaría sola, unas horas antes mi prometido había tomado esa misma ruta, seguido por el desfile militar, ambos ejércitos marcharon juntos, una señal de nuestra fuerza gracias a la unión. Mucha gente seguí aen las calles, me saludaban al pasar, yo sonreía y saludaba, era buena actuando, cualquiera pensaría que de verdad estaba feliz. ¿Quién no querría casarse con un príncipe? ¿Quién no querría casarse con el príncipe Ratko?
El viaje a la iglesia se sintió eterno, mi corazón latía desenfrenado cual caballo de carrera. Ese era un camino conocido, aun así se sentía nuevo, diferente de alguna manera . Tal vez se trataba del conocimiento de que al regresar no sería la misma, al regresar empacaría mis maletas y me iría del reino.
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Editado: 08.12.2020