Muchos me han prohibido que lo haga, que no me atreva a jugar con mis poderes. Mis padres han sido uno de ellos, dicen que no es normal para una campesina, pero no puedo evitarlo. El fino hilo de agua pasando a través del espacio que hay entre mis dedos me mantiene cautivada.
«¿Por qué no puedo mostrarlos?».
Por la sencilla razón de que en mi otra mano circula una delicada corriente de aire, de la misma forma que lo hace el precioso líquido cristalino. Una hibrixter no es bien recibida en la sociedad, somos impuros en este mundo que marcha en perfecta armonía gracias a las reglas impuestas por los nobles, obligados a vivir en la monotonía y la inmundicia.
Una pequeña ola se mueve al compás de mi mano sobre la superficie del lago. Escaparme a este lugar me ayuda a librarme de los constantes gritos de mi madre, siempre quejándose de nuestra pobreza y alegando que me debo esforzar el doble en el trabajo para traer algo de comida extra a nuestra casa y sustentar a nuestra familia.
«No es mi madre».
«No es mi casa».
«No es mi familia».
Desde los cinco años supe que era diferente a ellos, sólo con verme a un espejo era más que suficiente para comenzar a dudarlo. Ver a un noble fue lo necesario para sacar mis hipótesis. Hacer las comparaciones me ayudaron a descubrir de donde provengo en realidad. De una deshonra. Los nobles de Aqueser se caracterizan por tener una piel extremadamente pálida, una abundante cabellera azulada y unos penetrantes y brillantes ojos celestes.
Sabía que tampoco pertenecía a ellos, ya que tengo ciertas diferencias que no encajan con sus perfectos rasgos heredados generación tras generación, está programado en su ADN y demandado en su linaje. La imperfección no es una opción, es un castigo que se paga con creces. Nunca un cruce, siempre pura, siempre noble.
Mis dudas se siguieron acumulando una tras otra a medida que avanza el tiempo y descubría que el agua no era el único elemento cuyo control estaba a mi disposición. El aire llegó a mí como su naturaleza lo demanda, en un momento tan silencioso y apaciguo que generaba placer, pero en un momento se tornó tan indomable, que terminé reduciendo su uso. Desde ese entonces, supe que no era normal, no era humana, no era noble, era una anomalía. Algo que no debía existir.
Al entrar en la adolescencia, mis rasgos de noble de Aqueser fueron cambiando, mi piel clara se tornó un poco más oscura en comparación a los miembros de la familia real, mi cabello pasó a tener ciertos mechones verdes y el iris de mis ojos adquirió una segunda tonalidad, como un paciente con heterocromía, una mezcla entre zafiro y esmeralda. Sin embargo, el brillo era el mismo, pero la torturante idea aún rondaba en mi cabeza. No era normal.
Fue hasta hace dos años que los vi, antes de cumplir los dieciséis, nobles de Windrinka, cabelleras verdes, pieles ligeramente bronceadas y llamativos ojos esmeraldas. La respuesta era tan clara como el agua cristalina del lago al cual recurro cuando quiero escaparme de la horrible y banal vida que me rodea.
Soy un hibrixter.