—Entonces... ¿aceptáis? —pregunta por tercera vez el rey.
—Ya te ha respondido que sí, Eryx, ¿cuántas veces le vais a preguntar lo mismo?
El salón de los tronos es más grande de lo que imaginaba, está ubicado en la cima del castillo, dejando a la vista hectáreas tras hectáreas de Aqueser, a lo lejos se puede apreciar las luces del abarrotado centro en las Trincheras y los escasos destellos de las casas en el Mancillar. Mi vista se posa en el rey, quien ha carraspeado su garganta estruendosamente para llamar mi atención.
—Es que se veía tan decidida cuando se negó en un principio y, ahora está de regreso frente a nosotros retractándose de la decisión que ya había tomado. ¿Hubo alguien quien te hizo reconsiderad mi propuesta?
—Bueno... yo...
—Sí hubo alguien —afirma—. ¿Puedo saber quién ha sido?
—Lo siento —digo cabizbaja—. Fue Karsten.
—¡¿Por favor dime que se ha metido entre vuestras bragas para hacerte cambiar de opinión?! —Pregunta Miranda en un tono desesperado y arrojando a la basura su formalidad.
«¡¿Pero qué demonios?!».
—¡Madre! —La reprime Karsten—. ¡Tanto te cuesta asumir que me gustan los hombres!
«De acuerdo, eso me dejó más perpleja de lo que ya estaba».
—Cariño, ya lo he asumido y no tengo problema con ello, pero entended, sois demasiado sexy y sufro por aquellas chicas que no podrán tenerte.
—Sabes, eso me da un poco de asco y terror, ya que eso significa que de algún modo te atraigo y eso es enfermizo, puesto que soy vuestro hijo —suelta Karsten, dejando los modales a un lado y veo como agita su cuerpo en un breve temblor, que en lo que a mí concierne, es para sacarse esa terrible idea de su madre de la cabeza—. Volviendo al tema, sí, fui yo quien tuvo que ver en ese cambio de decisión, tío Eryx.
—¿Cuáles fueron vuestros motivos?
—¿Perdonad? —suelta.
—¿Cuáles fueron vuestros motivos para hacerle cambiar de opinión, Karsten?
—Bueno... yo...
—Porque me quiere enseñar a cómo controlar mis poderes como nobleza de Aqueser, rey Eryx —Me apresuro a contestar la pregunta.
Si mal no recuerdo, Karsten era aquel chico que vi entrenando con el rey antes de entrar al baño, y de ser así, creo que podré sacar algo de provecho de esta situación. El rey acaricia su barba mientras nos observa con detenimiento, Karsten mantiene su barbilla rígida, haciendo que se pronuncien con mayor fuerza sus facciones. Estoy por darle la razón a Miranda, pero Karsten me cae bien y si quiere que lo apoye en esa decisión lo haré, ya que me pude percatar de que su madre no está del todo de acuerdo con él.
—No sé si creeros —dice y en su rostro se puede denotar la duda sobre lo que he dicho, pero de repente sonríe, a lo que Karsten y yo nos vemos el uno al otro desconcertados—. Me agrada que os llevéis bien, ya tenéis a alguien en quien confiar, ¿no es así, Adara?
—Ah... Sí.
—Ya hablaremos sobre el entrenamiento, ya podéis retiraos —Camino en dirección a la puerta, sin embargo, la profunda y fuerte voz del rey hace que me vuelva en su dirección cuando escucho que pronuncia mi nombre—: Adara, bienvenida a la familia —Le brindo una vaga sonrisa—. Karsten, ¿le podrías mostrad la habitación a Adara?
Karsten asiente y camino detrás de él, subimos por varias escaleras en silencio, las cuales parecen interminables, las paredes se encuentran abarrotadas de cuadros, los cuales se alternan entre paisajes preciosos a ilustraciones de los reyes y de los otros miembros que conforman y conformaron la familia real de Aqueser. Una vez llegado al piso destino, atravesamos una infinidad de pasillos, las paredes han sido pintadas con un estuco blanco, haciendo que brillen bajo el destello lunar que se filtra por las ventanas. La decoraciones de yeso que sirven de vértice entre las paredes y el techo, poseen ornamentas de oro puro, mientras que el techo sigue con el mismo patrón de zafiro y agua mística, del cual penden hermosos candelabros de oro y cristal, realzando la belleza en los pasillos del castillo. Él aún no se muta en pronunciar alguna palabra, me acerco lo suficiente a Karsten para no perderle de vista, ya que podría quedar varada en uno de estos pasillos y de seguro no sabría a dónde ir. Prefiero mil veces perderme en un bosque que en el castillo.
—Sois una mentirosa, no confiáis en mí —asevera con un toque de humor Karsten.
—Sí lo hago —voltea a verme y con su mirada lo dice todo—. De acuerdo, sólo un poco.
—Por cierto, ¿entrenamiento? ¿Cuándo he dicho que lo iba a hacer?
—No se me ocurrió nada más, ya que por lo que entendí, no querías que dijera nada de nuestra conversación —guarda silencio—. Él ya lo sabe, ¿cierto?
—Adara, él no es tan astuto, podrá ser el rey, pero quien en realidad toma las grandes decisiones, es mi tía Clarisse, ella es el genio detrás de la fachada musculosa de mi tío.
—Entonces, ¿la reina sabe lo que implica el que me consideren miembro de la familia y lo que podría hacer con esa posición?
—Podría asegurad que ella se lo ha planteado a mi tío con ese fin. Conozco muy bien a mi tía y te puedo decir que ambos pensamos casi de la misma manera.