La luz de las llamas danzaba por las paredes de la habitación mientras una decena de encapuchados se situaban en torno a la hoguera del centro. El silencio de la habitación se rompió cuando las puertas se abrieron y entró un jóven que se situó enfrente de la hoguera. Uno de los encapuchados se adelantó al resto y se puso frente a frente al recién llegado, separados unicamente por las llamas de la hoguera. El encapuchado miró al jóven y este empezó a recitar la historia que tantas veces le habían narrado desde pequeño:
"Desde los albores de los tiempos en este mundo han existido las brujas, seres del inframundo cuyo único objetivo es sembrar el caos y la muerte entre los seres humanos, que unicamente podían observar con impotencia como estos seres arrasaban sus cultivos y asesinaban a sus seres queridos. Sin embargo, todo esto cambio cuando Erik El Salvador logró engañar a Titania, la Bruja Madre, y consigió descubrir como acabar con ellas. Todo esto a costa de su propia vida en una encarnizada batalla en la que los humanos lograron que las brujas se escondieran y vivieran atemorizadas."
El jóven alzó ambos brazos hacia la hoguera y prosiguió,
"Desde aquella terrible batalla se crearon los Caballeros del Fuego, una orden cuyo fin es el de perseguir a las brujas hasta los lugares más oscuros y las pesadillas más siniestras."
Tomando aire alzó la mirada y con gran solemnidad exclamó:
-Yo, Dariel Black, hijo de Thomas Black, de la noble familia Black, juró por mi honor que consagraré mi vida a la orden.¡Por los Caballeros Del Fuego!
-¡Por los Caballeros del Fuego!-corearon los encapuchados.
Dariel se quitó la túnica, quedándose únicamente con unos pantalones. El pecho le subía y bajaba de forma acelerada mientras observaba al encapuchado retirar del fuego el sello de la orden, un sol. Se colocó detrás de Dariel y sin previó aviso le presionó el sello contra su piel entre los omoplatos. Dariel reprimió un grito y esperó a que el encapuchado retirara el sello para darse la vuelta e hincar una rodilla ante él. Éste se retiró la capucha dejando ver el rostro de un anciano canoso y de una profunada mirada gris que clavó en Dariel.
-Bienvenido a la orden-dijo.