Jueves 8 de junio del 2017 (Segunda semana en prisión)
No es algo nuevo que estar en prisión es horrible porque es algo muy lógico, pero debo decirlo.
Estar en prisión es horrible.
Hay muchísimas razones por las cuales pienso eso, pero una de ellas es no tener la capacidad de salir e ir a un maldito supermercado a comprar un maldito paquete de toallas sanitarias para la maldita menstruación porque estás en la maldita prisión.
Claro que las puedo conseguir, pero son muy costosas y Spencer no me va a ayudar con dinero porque «me metí en esto sola», y por más que no lo quiera aceptar, es la verdad.
Recurrí a otros medios, mi querido medio hermano menor, que se esfuerza de lunes a sábado en una tienda de mascotas para aportar dinero a casa y no sentirse inútil.
Fui a la hacer la larga fila para hacer una llamada telefónica, esperé una hora y veinticinco minutos, cuando llegué al teléfono me di cuenta de que no recordaba el número de Benton, así que tuve que llamar a casa, corriendo el riesgo de que quien levantara el teléfono fuera Spencer.
—¿Aló? —dijo una vocecita no muy aguda, pero tampoco grave, como un chico de 19 años.
—¡Ben! —grité de felicidad, agradeciendo que fue él quien contestó.
—¡Lessy! ¿Cómo estás? —preguntó.
—Bien, si elimino el hecho de que me enfrento a lo que enfrentan todas las mujeres una vez al mes —dije.
—Oh, ¡no puede ser! —exclamó.
—Sí. —Hice una pausa—. Necesito tu ayuda.
—Lo que sea —dijo mi hermano de corazón bondadoso.
—Se trata de dinero, para toallas sanitarias —dije rápidamente sin pensarlo.
—Oh —fue lo único que dijo.
—Sabes que no haría esto si no fuera realmente necesario, odio pedirle dinero a los demás, pero no soporto más tener que simular una toalla con un poco de papel higiénico —dije.
—Lo sé, Lessy, es de familia que no nos guste pedir. ¿Cómo puedo hacerte llegar el dinero? —cuestionó.
—¡Oh Dios mío! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! —exclamé.
Le dí instrucciones y veinte minutos después ya tenía las toallas sanitarias en mis manos. Las escondí bastante bien, donde ninguna otra persona las pudiera encontrar y robar.
Nunca había valorado tanto las toallas sanitarias hasta el día de hoy, ¡benditas sean!
–
—Uy, mira quien viene —dijo Lysandra, que apareció de sorpresa junto a mí.
—¡Agh! —exclamé cuando la vi. Ya le había contado a Lysandra quien era ella.
Mi competencia durante once años lectivos, Ingrid Clarkson. No nos odiábamos a muerte, pero cuando se trataba de mejor coeficiente intelectual y mejores promedios hacíamos lo que sea para ganarle a la otra. Había tratado de evitar a Ingrid durante estos 11 días, pero hoy fue imposible.
Me miró y corrió como si nos acabaramos de encontrar en un aeropuerto o en el centro comercial.
—¡Alessia! —gritó cuando llegó hasta mí.
—Hola Ingrid —dije sin muchos ánimos.
—¡No puede ser! Teníamos tres años sin vernos y mira donde nos encontramos.
—Que sorpresa ¿no?
—Sí —dijo—, déjame adivinar por qué estás aquí.
—Será mejor que n—
—Por hackear algo demasiado confidencial —me interrumpió—. No no no, ya sé, plantar falsa evidencia en una escena del crimen.
—Homicidio —dije de pronto.
—¿Qué? ¡Mataste a alguien! —Puso su mano sobre su boca como si no quisiera gritar.
—¡No! Eso dicen, pero yo sé que no lo hice.
—¡Ay, madre santísima! —Se abanicó con sus manos—. No lo creo.
—¿Por qué estás aquí? —le pregunté.
—No me vas a creer.
—No puede creerte si no lo dices —dijo Lysandra, siendo su primera frase de toda la conversación.
—Ehh... ¿Hola? —dijo Ingrid, mirando a Lysandra con cara de «acabo de agregarte a mi lista de personas que odio».
—Mucho gusto. —Lysandra extendió su mano y le dio una sonrisa bastante hipócrita a Ingrid—. Soy Lysandra Parker.
Ingrid estrechó la mano de Lysandra y sonrió de la misma manera. —Ingrid Clarkson, la nerd de su generación.
—Creí que esa era Alessia —dijo.
—También, pero yo tengo un coeficiente intelectual de 130 y ella 129 —aclaró.
¿Cómo sabe su coeficiente intelectual? ¿Cómo sabe mi coeficiente intelectual? Ni siquiera yo lo sé.
—¿Podemos volver al tema? —pregunté—. ¿Por qué estás aquí?
—Planeé todo un secuestro, pero... no lo ejecuté yo, sino mi novio —me contó—, y descubrieron que yo era la del plan.
—¡Qué gran estupidez! —exclamó Lysandra.
—¿Qué? —preguntó Ingrid.
—Me parece una gran estupidez que estés en prisión por algo que ni siquiera hiciste —le dijo Lysandra.
—¿Por qué estás tú aquí? —le preguntó Ingrid a Lysandra.
—Posesión y tráfico de drogas —respondió Lysandra orgullosa, como si fuera un excelente logro.
—Me parece más estúpido que alguien esté en prisión por querer ganar dinero fácil —comentó Ingrid.
—¿Se obtiene algo más que dinero cuando secuestras a alguien? —cuestionó Lysandra.
—Chicas, ya, por favor —dije.
—Tengo mis motivos para haber querido secuestrar a esa persona —señaló Ingrid, ignorando mi comentario.
—Pues yo tuve mis motivos para obtener dinero fácil —dijo Lysandra.
—No seguiré está discusión contigo, señorita Narco —le dijo Ingrid a Lysandra. Muy bien, cruzó el límite.
Lysandra empujó a Ingrid. —¡No me vuelvas a llamar de esa manera!
—¡No me empujes nunca más! —gritó Ingrid mientras empujaba a Lysandra.
Pasaron de empujes a golpes. La pelea estaba bastante fuerte, así que se acercó la gente, pero ningún oficial.
Sentí que debía hacer algo, mi razonamiento falló y me metí en medio de la pelea. Lo único que recibí fue un puñetazo en mi ojo izquierdo y otro en la cabeza, después de eso no recuerdo nada hasta que desperté en la enfermería.