Mil quinientas ochenta y tres ovejas, mil quinientas ochenta y cuatro...
— No, ya, así no se puede seguir — me dije quitándome los cobertores de un tirón.
Volteé la mirada y recién me di cuenta de que el cielo allá afuera ya estaba claro.
— No-puede-ser — solté con mala cara al tomar el despertador de mi mesa de noche.
¡Por Dios! ¡Son las cinco de la mañana y no he pegado el ojo más que para dormir tres horas!
Me había despertado bruscamente a las tres de la mañana (como sucedía últimamente quién sabe por qué maldito motivo), y apenas me había echado a dormir a las doce todo porque Joan y yo nos quedamos viendo una película. Me dejé caer sobre la cama con fastidio al comprobar que no había dormido casi nada pero extrañamente mis ojos no estaban reclamando el no haber descansado más.
Me quedé un buen rato solo observando el techo, oyendo el canto de algunos pajaritos que se posaban sobre el árbol que teníamos cerca a la entrada y ese típico sonido de vacío que se siente en las calles cuando es muy temprano; y distinguí un pequeño rayo de luz asomándose por la ventana. Finalmente me reincorporé para descorrer las cortinas un poco y comprobar que, el día de hoy, el sol sí se había dignado a salir.
Me acerqué a la cómoda arrastrando las pantuflas y me senté frente al espejo. Debería traer unas bolsas inmensas debajo de los ojos, pero no; simplemente me veo algo despeinada y malhumorada. Nada más.
Mmm, tal vez sea una de mis cualidades recién descubiertas. El no dormir nada pero no verme como muerto.
Solté un suspiro y volví a la cama. Intenté envolverme lo más que pude en las cobijas y cerré los ojos con fuerza. Sentía la tibieza de mi guarida, la suavidad de las sábanas rozándome los brazos y lo esponjoso de mi almohadón...
— No, olvídalo.
Pero ni así me dio sueño.
Resoplé, enfadada, porque seguramente mañana, lunes, voy a tener muchísimo sueño y ahí sí tendré que levantarme temprano para ir a la escuela.
Aproveché para extender las colchas y después decidí enfocarme en hacer cualquier cosa que me entretuviera hasta que tuviera que bajar a tomar el desayuno.
Tomé el estuche de mi violín y lo saqué para darle el respectivo mantenimiento que se merece cada cierto tiempo. Destensé las cuerdas para limpiar un poco la zona de en medio, e intenté alargar el proceso todo lo posible mientras iba frotándolo con suavidad con un trapito. Más tarde aprovecharía que Gisell y Corín irían al cine y dejarían la casa sola para echarle algo de resina a las cuerdas y de paso afinarlo.
Terminé con él y como apenas eran las siete y media decidí hacer algo con el desorden que había dejado desde el viernes sobre mi escritorio. Cogí el archivador con todos los dibujos que había ido guardando desde hace varios años, y cuando estaba por guardar ahí mismo el que había hecho para la clase del profesor Ademar, noté un detalle que me resultó un tanto curioso, por no decir espeluznante.
Etel, Loi y Tomas habían señalado que mi dibujo se veía algo particular porque de las dos personas que había dibujado de pie, una no tenía rostro.
Yo creo que los tres me mirarían con espanto si vieran lo de ahora:
Tenía varios esbozos similares. Dos personas paradas una al lado de la otra, cabello corto, misma altura...
...pero siempre una no tenía rostro.
— ¿Pero qué...?
Hojeé rápidamente entre la gran cantidad de hojas y cartulinas que tenía y me aturdió de sobremanera ver que este patrón no era reciente. Incluso en los dibujos más antiguos, los que hice cuando estaba en primaria, encontraba por lo menos dos veces el mismo modelo: dos sujetos, idénticos en fisionomía, pero uno sin rostro.
— ¡Joan! — grité, pero después me di cuenta de que probablemente aún dormía así que preferí seleccionar los dibujos en lo que esperaba que la gente en la casa despertara.
Estos tres son de cuando tenía cinco años si no me equivoco. Veo dos sujetos, uno sin rostro. El de aquí parece...ah, sí, aquí atrás está el año: lo hice cuando tenía nueve; nuevamente dos sujetos. Este otro es de...sí, de cuando tenía trece; éste también. Y este otro es de hace dos años. Y estos dos del año pasado. Dos hombres, uno no tiene rostro otra vez.
Y contando el que he hecho ahora, tengo exactamente diez dibujos con el mismo patrón realizados durante mis diecisiete años de vida.
— No pues, Sisa, si querías algo raro ahí está — me dije en voz alta y frunciendo el ceño.
Tomé todos los dibujos y me senté en la cama tratando de darle una explicación lógica a todo este asunto. Digo, son "mis" dibujos, ¿no? Por lo tanto debería poder responder el por qué demonios siempre dibujo a dos cuando bien podría dibujar a uno, no ponerle cara a ambos, o por lo menos saber por qué siempre son hombres.