Víctor viajaba por el bosque haciendo un chequeo de las fronteras, Mau debía estar más seguro desde que apareció este tal cazador de hombres lobos, su manada ya estaba alerta, examino a pie por los senderos bifurcados del bosque, examino nuevamente los caminos, hoy se negó a tener compañía, quería yacer en aquellos sentimientos venideros pusilánimes, desde Vanesa se había sacrificado, y desde que Vladimir puso la estatua para el santuario de la druida, recorría a pie los senderos y luego volvía a donde estaba la escultura perfectamente esculpida, hasta parecía que Vanesa pudiera salir caminando de esa estatua, mientras se acercaba por el espeso bosque, oculto su poder mágico para que nadie se asustara con la presencia de un hombre lobo en el santuario, más porque era un lugar de paz, nadie entraba con armas ni con uniformes militares, por ende también tuvo que quitarse la capa blanca en su totalidad que resguardaba en su espalda, la marca de la villa, también la grebas de sus piernas las dejo escondidas junto a la capa, se quitó los brazales y luego los enrollo junto a su espada, para posteriormente ocultarlos tras un árbol cercano el cual marco con algo que solo él podía reconocerlo. Miro a los alrededores para ver que nadie lo observaba, y más tranquilo empezó su caminata para llegar al santuario.
El día era algo nublado y el viento se aventuraba dentro de la inmensa barrera de árboles que se elevaban hasta el cielo.
Camino algo pusilánime sin muchas ganas, todo era difícil, pero también debía seguir con esto, lo decidió el día que quiso un país lleno de libertad, y desde que también se había enamorado de Uki, sabía que las cosas no serían fáciles de aquí para adelante. Tomando una bocanada de aire se concentró, volvió a ser el, con pasos decididos fue abriendo camino para llegar al santuario, el aire le pegaba en la cara, refrescándolo y aireando los cabellos juveniles casi frágiles de su melena, camino por cinco minutos, hasta que entro al perímetro en donde dos vigas interpuestas lo recibieron, las vigas eran doradas y a la vez tenían un espiral desde el suelo al cielo, la estatua de Vanesa estaba justo en medio de dos casitas pequeñas que hacían el papel de templos para la meditación, esencias aromáticas traídas de oriente perfumaban el aire para el olfato tan agudo de un lobo era casi irritante, sin embargo no negaba que era una fragancia muy buena, el templo estaba solo, nadie moraba alli, solamente Víctor estaba allí parado enfrente de la estura de bronce de Vanesa. Contemplando su belleza, paso las manos, por el rostro de la estatua como si tratara de contemplarla, haciéndole una caricia.
En segundos fue a la mesa de meditación, unos banquitos puestos en la casita de la izquierda, su altura casi monstruosa hizo el encogimiento de hombros solamente para entrar, luego se sentó un el suelo con las rodillas pegadas al suelo, y los muslos contra sus nalgas. Entre lazo sus manos y empezó a meditar sobre todo.
Pasaron algunos quince minutos para cuando se hartó de estar volviendo a los recuerdos del pasado y luego se levantó del suelo y salió en la entrada encontró a un chico que traía flores en las manos, amapolas y lirios, también pudo reconocer algunas rosas negras. Con una mirada ceñuda escruto al hombre, Lentamente Víctor bajo los tres escalones que lo separaban de las rocas empotradas, el hombre de ojos plateados le dedico una mirada este yacía impasible con su mirada seria, inescrupulosa, algo melancólica, y si no fuera porque su cara estaba resaca, también diría que hasta había llorado.
Víctor se fue acercando lentamente, pero algo en su corazón, —tal vez era el instinto— le decía que necesitaba salir corriendo de allí inmediatamente.
El hombre le miró fijamente casi como escrutándolo, ese hombre tenía una presencia infame, él fue bajando lentamente las rosas hasta ponerlas al pie de su amada, luego la contemplo, Víctor sabía que esa mirada estaba llena de dolor. Tanto como la de él, o tal vez peor. ¿Sería algún conocido de Vanesa? la druida nunca hablo de su vida.
—¿Eres conocido de Vanesa?—Víctor dio el primer pistoletazo interrogativo, le causaba una incertidumbre que jamás en su vida resistía.
El hombre siguió en silencio, Víctor creyó que nunca iba a responder hasta que…
—Hasta la flor más bella se marchita.
Víctor arqueo su ceja.
—Sí.—Respondió.
—La conocía de años, era una vieja amiga.—Darius oculto sus manos en la ancha túnica de mangas largas, no querían que vieran la sangre en sus dedos.
Darius mintió, aunque su mirada estaba llena de furia, sus ojos plateados cambiaban a negros llenos ira, no soltó una malgama de ataques letales hacia el hombre lobo, ya que estaba en el lugar de descanso de su amada, y no mancharía la paz eterna de Vanesa, tensando su mandíbula se calmó, a ningún lobo le quedaba mucho tiempo, todos sentirían el frio acero de sus cuchillos. ¡Todos!
—Es duro.—Víctor dio la espalda antes de salir del santuario. Ya no quería estar allí, el ambiente había cambiado mucho.
Hasta parecía que en vez de un templo, era un valle de muerte.
Así Darius dejo ir a Víctor.
Tampoco le quedaba mucho tiempo…
El lobo volvió a por sus cosas, pensando en el extraño encuentro, vago por los senderos unas pocas horas más, pero no había nada fuera de lo común, prefería estar en su forma lobo para quemar algo de energías, pero se lo negaba a sí mismo, podía pasar algo, y entonces no tener con que cubrirlo, mejor era ser prudente, pasaron unas horas, un caballo se acercaba con galope lento y respiración agitada. Arriba el jinete se aferraba fuertemente al estribo, pero yacía con la cabeza hacia adelante y manchas de sangre en su ropa, Víctor dio dos saltos rápidos hasta ponerse al lado del caballo, tomo las riendas del caballo y el jinete jadeando trato de defenderse, llevaba dos flechas clavadas en su espalda, Víctor inmediatamente lo atendió y ayudo a bajar de la silla, el hombre estaba sollozando de dolor, era del clan de los lobos, Víctor inmediatamente le atendió y saco las dos flechas de su espalda.
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Editado: 27.09.2020